Comentario: Fue
un concierto que discurrió entre penumbras. Primero,
porque la iluminación fue mínima, seguramente
a petición del propio artista. Segundo, porque la música
que interpretó Abdullah Ibrahim fue intimista, sosegada,
centrada en su mayoría en el registro medio del piano.
Ibrahim ofreció un viaje por su mundo musical,
mezcla de melodías populares de su país –Suráfrica-,
de gospel, blues, toques de stride, de Monk y bastante de
Ellington, quien fue su “descubridor” y referencia
fundamental. Así ofreció dos extensas improvisaciones
hechas de melodías que se iban sucediendo a modo de
medley y entre ellas surgieron composiciones tan hermosas
como “Song for Sathima”, dedicada a su mujer,
o “The Wedding”, ambas de su autoría, y
clásicos como “St. James Infirmary” o el
ellingtoniano “Come Sunday”. Pero aunque la mayoría
de las piezas (o más bien cabría decir, “pasajes”)
se adentraron por los terrenos de la introspección
y la melancolía, Ibrahim también supo en algunos
momentos sobrevolar cumbres más borrascosas. Y fue
allí donde demostró toda su grandeza, utilizando
el contraste entre el registro grave y el agudo, en pasajes
hipnóticos arrebatadores. Por desgracia, esos instantes
fueron escasos y en seguida su piano nos devolvía a
una atmósfera crepuscular. Y llegó un momento
en que la primera improvisación ininterrumpida parecía
hacerse larga y cuando terminó pudimos comprobar que,
en efecto, lo era: ¡fueron más de 70 minutos
seguidos, un verdadero tour de force! El “bis”,
que ofreció un muestrario similar, fue más breve,
“tan sólo” 30 minutos.
Por lo tanto, fue un espectáculo interesante pero que
dejó con la miel en los labios. Pudo haber sido un
gran concierto si Ibrahim hubiese ofrecido una mayor variedad
de ambientes sonoros y hubiese desarrollado más las
melodías (o se hubiese alejado de ellas) mediante la
improvisación. Si hubiese arrojado un poco más
de luz en medio de tanta penumbra.
Diego Sánchez
Cascado