Comentario: Si en la segunda mitad
de los 90 hubo un pianista admirado y mimado por la crítica
fue sin duda Brad Mehldau. En los últimos años
parece que ese puesto ha sido ocupado con todo merecimiento
por Jason Moran.
Cuando Moran aparece en el escenario con
su apariencia de pianista antiguo, con su elegante traje y
tocado con un sombrero, y comienza a tocar stride a la manera
de James P. Johnson, el ambiente de Clamores, con la cercanía
del público y el ruido de las copas, parece transformarse
en el de un club de Harlem en los años 20.
En efecto, Moran es uno de esos pianistas
oscuros, de toque percusivo y gusto por las raíces
negras del jazz, a los que se suele considerar herededos del
estilo de Thelonious Monk, Jaki Byard, o Andrew Hill, pero
es sobre todo un tipo inclasificable y ecléctico, y
tras ese arranque el trío pasa con total naturalidad
del stride al pop realizando una versión plena de sensibilidad
del precioso "Joga" de Bjork. Como en una demostración
de que para él la música está en todas
partes, en algunos temas utiliza como inspiración diversos
sonidos pregrabados: conversaciones telefónicas o hasta
la recitación de las cotizaciones bursátiles...,
una curiosidad que ya no lo fue tanto después de haber
sido oída con esos mismos fragmentos en su último
disco grabado en el mítico Village Vanguard.
Y esa fue precisamente la pega de la primera
parte del concierto, que a pesar de la interpretación
impecable de un trío que como se suele decir de los
equipos de fútbol más conjuntados, toca de memoria,
fue demasiado previsible, ya que en su mayoría los
temas no iban más allá de lo que hemos escuchado
en sus grabaciones, y uno siempre tiene la esperanza escuchar
algo nuevo y más excitante. Pero tras un pequeño
decanso, la generosa segunda parte nos dejó lo que
anhelábamos, un grupo que fue calentándose y
desmelenándose hasta resultar totalmente arrollador.
Prueba de que hay en Moran una gran influencia
de la tradición de la música culta europea,
especialmente del piano romántico, es que ha incluido
en sus discos versiones de Ravel, Brahms o Schumman. En este
caso el "Alexander Nevsky" de Prokofiev fue el punto
de partida de uno de los platos fuertes de la noche, una versión
demoledora en la que Moran asombró con su increíble
digitación.
Toda esta segunda parte y especialmente el
"bis" final se caracterizó por un extremo
derroche de energía en el que tuvo un papel fundamental
la aportación de la rítmica, con el peculiar
bajo eléctrico de un Tarus Mateen con pinta de rapero,
y la contundencia del tamborileo nervioso de Nasheet Waits,
que en los momentos de clímax formaban un auténtico
muro de sonido.
Moran ha formado un trío de esos que
dejan huella en la historia del jazz. El futuro les pertenece.
Cayetano López