Comentario:
El concejal escogió una asiento en la primera fila, "reservada para las autoridades", tal y como le había indicado la vaporosa encargada de prensa y protocolo. Al concejal le acompañaba su señora esposa y el joven fruto de su amor, perfectamente endomingado aunque fuera jueves. El concejal quería comprobar en qué se había gastado los cuartos el consistorio y, de paso, disfrutar de una agradable velada veraniega.
El organizador del festival anunció desde el escenario que había un cambio en el programa. "¡Vaya, hombre!", pensó el concejal, habrá que esperar para ver a Wagon Cookin’, "el grupo español que levanta pasiones en los círculos especializados por ahí fuera", como rezaba el texto de presentación.
Y subió el pianista argentino Adrián Iaies, acompañado de Horacio Fumero al contrabajo y Pablo Mainetti al bandoneón. Ofrecieron media hora escasa de su mezcla intimista de tango y milonga con jazz que se perdía en la enormidad del velódromo. "Su concierto en el teatro Jacinto Benavente se suspendió por falta de público, así que tuvimos que colocarlo aquí", explicó el organizador al concejal. Fueron cuatro hermosos temas que, por la brevedad, supieron a poco y entre los cuales destacó la versión del eterno "You Don’t Know What Love Is".
Mientras tanto, el responsable de seguridad recorría incasable el recinto, sus avizores ojos ocultos tras unas gafas de sol. Parecía tenso, pero él prefería describirse como "muy concentrado". Sobre el escenario se afanaban para instalar toda la logística necesaria para la actuación de Wagon Cookin’, unos músicos de aquí "fascinados por la cocina imaginativa y el groove de los viejos discos negros de los 70, Stevie Wonder y Billy Cobham mezclados con albóndigas de conejo y salsa de melocotón" (de nuevo el texto de presentación).
Y aparecieron los susodichos y buena parte del respetuoso respetable se animó porque, aunque acepta casi todo lo que le echen, lo que pide es ¡marcha! Por desgracia, a nivel musical muy poco que reseñar: música a medio camino entre un chill-out playero y un anuncio de ron cubano, con bases pregrabadas y teclados, percusión y dos sopladores con oficio –trompeta y saxos-. El condimento lo pusieron dos cantantes, una bella brasileña que demostró gran motivación y una muy rotunda afroamericana que definió la propuesta del grupo con un estribillo machacón: "No complication, jubilation".
Tras la discoteca cogimos el ascensor para oír a la cantante argentina Gabriela Anders, un ejemplo más de ese pop sofisticado con ciertos ropajes jazzísticos que sumió a este espectador en un agónico tedio.
Y, por fin, pasadas las 12 llegó el momento de los cuatro maestros que justificaron con creces la espera. Ofrecieron una música intemporal que mira hacia atrás sin ira pero que también demuestra sentido del riesgo y enseguida demostraron que no se trataba de un grupo de estrellas reunido para hacer una gira veraniega. Interpretaron exclusivamente composiciones originales –que tuvieron la deferencia de anunciar- y recorrieron multitud de palos: blues, temas modales, hard-bop, baladas e incluso algún arrebato libertario.
John Scofield (guitarra) tardó en entrar en calor pero cuando lo hizo dio muestras de su calidad y de su magnífica compenetración con Lovano, recuerdo del cuarteto que ambos formaron hace más de una década. Por su parte, Joe Lovano, aunque no se mostró especialmente inspirado con el sopranino (al que recurrió en dos temas), resultó arrebatador al saxo tenor, combinando intensidad con dulzura, tradición con vanguardia. Al Foster, parapetado tras una batería colocada a ras de suelo, fue el "amigo invisible" pero siempre presente por su sutileza y enorme clase. Pero por encima incluso del enorme nivel de sus compañeros brilló el contrabajo de Dave Holland, modelo de sabiduría, destreza técnica a la vez que sobriedad y cuyas composiciones espaciosas ("aérées", que dirían los franceses) fueron las más memorables.
Y tras más de dos horas de gloria musical, nos retiramos en busca del descanso: el responsable de seguridad comprobó que "sin novedad, todo en orden" y la vaporosa encargada de prensa y protocolo acompañó al satisfecho concejal, a su señora esposa y al joven fruto de su pasión, un tanto marchito por lo avanzado de la hora.