Comentario: La
música de Astor Piazzola ha pasado el filtro del tiempo que toda música
debe pasar. Ese filtro que determina quiénes han de ser los nombres que
pasen a la posteridad por lo intemporal de su obra. Y Piazzola desde hace
mucho tiempo pasó ese filtro sin mayor problema. Su música es sonido
cargado de emociones. Unas emociones que hoy adquieren mayor significado si
cabe ante las barbaries de la política social de un país que vive una
dolorosa situación.
La música de Piazzola es una música de evidente aroma folclórico. El
aroma seductor y pasional del tango. Una música que a pesar del localismo
en origen es capaz de transmitir de tal manera que el intérprete, sea o no
argentino, la siente como propia.
Las palabras "intérprete" y "propia", que acabo de
mencionar, se convierten en clave para descifrar el concierto. Sentimiento
de música propia en la figura de Galliano. La pasión en su labor musical,
que siempre le ha caracterizado, se hizo patente en el absoluto respeto a la
esencia de Piazzola tanto sonora como visualmente. Transmitió en lo visual.
Sin aspavientos de fácil aplauso. Con calma apasionada de ojos cerrados. En
lo sonoro ejerció de excepcional intérprete.
Intérprete con mayúsculas. La fría y lluviosa noche donostiarra devino en
cálido verano para aquellos que buscaban el encuentro con el Piazzola
original. Excepcional reconstrucción de Galliano y compañía en el
escenario. El entregado aplauso del público recompensado con dos bises.
Para quienes, sin embargo, buscábamos la deconstrucción de Piazzola, el
riesgo, la creatividad de un veterano de la improvisación como el francés,
el invierno continuó con su lento discurrir. Apenas unos destellos de
creación personal que no sirven para derretir la nieve del desierto de
propuestas creativas de nuestro territorio (y valga la contradicción).
En lo puramente técnico Galliano representa la perfección de lo
imperfecto. Gesto de imperfección académica que deviene en perfección
sonora admirada por el gremio (tomen nota educadores de medio pelo). Gremio
de acordeones que ayer peregrinó al santuario de los cubos de Moneo en gran
número. Un gremio que necesita de la popularización de nombres como
Galliano para ganarse el respeto de una sociedad que todavía piensa que el
acordeón suena a base de alpiste.
No quisiera por último dejar de mencionar al quinteto de cuerda más piano
que con su gran comunicación gestual deja claro el largo caminar previo de
este proyecto. Proyecto que sonó a las mil maravillas gracias, en parte, a
la excepcional acústica del cubo pequeño. Acústicas de excepción para
programaciones donde el riesgo creativo también lo es.
Carlos Pérez Cruz