Cuarta Jornada del Festival "Jazz em Agosto"
2004.
Resenha Uma cara
insinua-se ao publico por traz dos panos do fundo do palco.
Parece pedir licença e, sem ela ter sido concedida, irrompe
pelo palco dentro, trazendo atras de si um corpo a dançar.
A primeira impressão que tenho é que vou ver um
baterista misturado com tiques do grande mímico Marcel
Marceau. Bem, o humor necessário ao entretenimento sem
som, esteve todo ele cá, nesta tarde em Lisboa.
E foi assim que foi introduzida a primeira peça, a que
o autor chamou “Noises coming out of silence”. Desde
aí se viu que o concerto da tarde ia ser uma experiência
única. “Baby” Sommer, ao sentar-se à
frente do seu set, começa a apalpar as peles e os pratos
com as mãos. Logo se notaram duas características
omnipresentes em todo o concerto. Humor e swing.
De facto, este primeiro tema foi um tratado de criatividade.
Nenhum dos instrumentos utilizados para fazer musica era convencional.
O arsenal de escovas e vassouras com que tocou a totalidade
da peça era impressionante. E mostrou ao publico uma
verdade indesmentivel. Que tudo o que nos rodeia pode ser um
veículo para fazer música, até o ar. A
peça termina com um gracioso scat acompanhado à
tarola e pratos de choque. Absolutamente redentor.
Continua com uma peça composta para acompanhar a leitura
do primeiro capítulo do livro “O Tambor”,
escrito pelo amigo Günter Grass, começando a tocar
uma flauta curiosa, de onde extrai sons simples mas belos, a
lembrar o folclore tradicional da sua região. Aos mesmos
sons acabaria por regressar no final de uma peça rica
em dinâmicas, alternando o tema com invenções
e improvisações. O humor volta a marcar presença.
A peça seguinte, tocada por um sem número de recursos,
desde tubos metálicos a gongs vários, passando
por uma utilização extensiva dos pratos, intitulou-se
“Stars of Lisbon”, em dedicatória a um passeio
feito na véspera. Aproveita a extensão tonal dos
pratos percutidos em cima de uma pele (timbalo), e dos metais
em geral, para fazer lembrar os sinos das igrejas da cidade.
O humor continua.
Segue-se uma peça totalmente improvisada, onde “Baby”
Sommer simula um discurso jocoso tocado com um corne feito de
corno de vaca. Começa a cantar acompanhado pelo som de
umas maracas a percutir as peles do seu set. Esta canção,
talvez até pela utilização de um apito,
lembra de alguma maneira o cancioneiro Português e Ibérico.
Acaba o tema a manipular um sem número de castanholas
de madeira. E o humor sempre presente.
Dedica o próximo tema a uma das suas principais referências.
Max Roach. “From Max to Max” é tocado por
uns instrumentos tradicionais da ex RDA – são uma
espécie de trompetes polifónicos que emitem um
som grasnado. Quando chega à bateria, o som que extrai
é o som típico do bop, intenso e poderoso. Parece-me
que ouço partes de uma canção de Max Roach
para bateria solo, em que o grande baterista toca uma valsa
a que chama, se a memória não me falha, “The
drum also Waltz”. Acaba como começou, voltando
ao tema e a tocar as cornetas.
É impressionante o som que Sommer consegue tirar de uma
caixa de madeira, de fabrico europeu e inspiração
africana. Soa como uma marimba, é tocada com mallets
e produz um som cheio, quente e envolvente. Surpreende a nitidez
das notas e a clareza dos baixos. É uma peça cantada
que nos remete para as raízes de toda esta música.
Africa.
O concerto acaba como começou e decorreu. Com humor.
“Baby Sommer” utiliza uma toalha para percutir o
ar, enquanto limpa o suor. É o começo do tema
“Free for all” que é praticamente todo tocado
em metais variados, com martelos e escovas de metal. Quando
se acabam os artefactos, o músico começa a cantar
simulando o som que fariam as baquetas ao percutir a bateria.
Soa a jazz tradicional.
Este concerto foi uma experiência de vida. Günter
Sommer foi pedagógico sem ser paternalista, fartou-se
de tocar percussões sem nunca fazer um solo e foi criativo
o tempo todo. Bravo.
João Pedro Viegas
Comentario
Una cara se insinúa al público a través
de las cortinas del fondo del escenario. Parece pedir permiso
y, sin haberle sido concedido, irrumpe en el escenario, dejando
tras de sí un cuerpo dispuesto a bailar. La primera impresión
que tuve fue la de ver a un batería con detalles propios
del gran mimo Marcel Marceau. Bien, el humor necesario para
el entretenimiento sin sonido estuvo plenamente presente esta
tarde en Lisboa.
Y así fue como fue introducida la primera pieza, que
el autor llamó “Noises Coming Out of Silence”
[“Ruidos que surgen del silencio”]. A partir de
ahí se vio que el concierto iba a ser una experiencia
única. Al sentarse ante su batería, “Baby”
Sommer empezó a palpar las pieles y los platillos con
las manos. Luego, se advirtieron dos características
omnipresentes en todo el concierto: el humor y el swing.
De hecho, este primer tema fue un tratado de creatividad. Ninguno
de los instrumentos utilizados para hacer música era
convencional. El arsenal de escobillas y escobas con las que
tocó toda la pieza era impresionante. Y mostró
al público una verdad indudable: que todo lo que nos
rodea puede ser un vehículo para hacer música,
incluso el aire. La pieza terminó con un divertido scat
acompañado con el tambor y el choque de platillos. Absolutamente
arrebatador.
Continuó con una obra compuesta para acompañar
la lectura del primer capítulo del libro “El tambor
de hojalata, escrito por el amigo Günter Grass, en la que
empezó tocando una curiosa flauta de la que extrajo sonidos
sencillos pero hermosos, que recordaban el folclore tradicional
de su región. Terminó regresando a esos mismos
sonidos al final de una pieza rica en dinámicas, alternando
el tema con intervenciones e improvisaciones. El humor volvió
a estar presente.
La composición siguiente, tocada con un sinfín
de recursos desde tubos metálicos a diversos gongs, pasando
por una utilización extensa de los platillos, se tituló
“Stars of Lisbon”, en referencia a un paseo que
realizó la víspera. Aprovechó la extensión
tonal de los platillos percutidos en su parte superior por una
piel (timbal) y de los metales en general para recordar las
campanas de las iglesias en la ciudad. El humor proseguía.
Siguió una pieza totalmente improvisada, en la que “Baby”
Sommer simuló un discurso jocoso realizado con un enorme
cuerno de vaca. Empezó a cantar acompañado por
el sonido de unas maracas que percutían las pieles de
su batería. Esta canción, tal vez por la utilización
de un silbato, recordó de algún modo al cancionero
portugués e ibérico. Acabó el tema manipulando
un sinfín de castañuelas de madera. Y con el humor
siempre presente.
La siguiente pieza la dedicó a una de sus principales
referencias: Max Roach. Tocó “From Max to Max”
con instrumentos tradicionales de la antigua RDA, una especie
de trompetas polifónicas que emiten un sonido disonante.
Cuando se sentó a la batería, el sonido que extrajo
era un típico del bop, intenso y poderoso. Me parecía
oír partes de una canción de Max Roach para batería
sola, en la que el gran percusionista toca un vals al que llama,
si la memoria no me falla, “The Drum also Waltzes”.
Acabó igual que comenzó, volviendo al tema y tocando
las cornetas.
Fue impresionante el sonido que Sommer consiguió sacar
de una caja de madera, de fabricación europea e inspiración
africana. Sonaba como una marimba, la tocaba con mazas y producía
un sonido pleno, caliente y envolvente. Sorprendió la
nitidez de las notas y la claridad de los graves. Fue una pieza
cantada que nos remitió a las raíces de toda esta
música: África.
El concierto terminó como se inició y discurrió,
con humor. “Baby” Sommer utilizó una toalla
para percutir el aire, a la vez que se limpiaba el sudor. Y
comenzó el tema “Free for All” que tocó
prácticamente en su totalidad con metales variados, con
martillos y escobillas metálicas. Cuando se acabaron
los artefactos, el músicos empezó a cantar simulando
el sonido que harían las baquetas al percutir la batería.
Sonaba a jazz tradicional.
Este concierto fue una experiencia de vida. Günter Sommer
fue pedagógico sin ser paternalista, se hartó
de tocar percusiones sin realizar nunca un solo y fue creativo
durante todo el tiempo. Bravo.
João Pedro Viegas
traducción por Diego
Sánchez Cascado