28 de julio de 2002.
Lugar:
Sala de Cámara del Centro Kursaal. 18:30 h. 350 personas.
Músicos:
Comentario:
Andrew Hill ofreció su impresionante momento creativo al público de San Sebastián. Titular y crónica que bien podrían componer la reseña del momento vivido en directo. Los 350 oyentes para el tercer tema se transformaron en 300 escuchantes que impresionados asistieron a la magia que la MUSICA puede llegar a proporcionar en muy contados momentos. Y obviamente este fue uno de esos MOMENTOS. Andrew Hill es un experimentado pianista, asociado fundamentalmente a una obra suya de mediados los años 60 como es "Point of Departure" (Blue Note, 1964). En el concierto quedó claro que a partir de ese punto de partida el pianista ha llegado y está actualmente muy lejos del resto de músicos / compositores. Uno pudiera haber esperado, visto el nivel habitual de los grandes festivales como el de San Sebastián en el viejo continente, un recital acomodaticio y conformista, acorde con una parte del público que a dichos festivales (actos sociales podrían ser denominados también) suele acudir. Sin embargo, el músico no planteó ningún tipo de concesión en ningún momento: en todo momento allí estuvo presente una música creativa y con un alto nivel de riesgo. Su osadía fue respondida de inmediato por los "oyentes" que decidieron que lo ofrecido por el pianista no iba con ellos, ya que debía de ser bien demasiado insoportable (por la masa sonora que extraía del piano) o demasiado bella como para ser soportada por sus personas.
En cuanto a la propuesta musical, señalar que sin solución de continuidad se sucedieron momentos absolutamente líricos junto con otros momentos de una gran intensidad (tanto musical como sonora). Sus acompañantes / colegas / cómplices / compañeros estuvieron al nivel requerido para la estructura de las composiciones del pianista.
El bajista estuvo allá justamente dónde se le necesitaba. Casi inaudible en algunos momentos, aparecía en el momento preciso para convertirse en la base y apoyo desde el que trabajaban sus colegas. Su buen trabajo fue uno de los pocos que merecieron el aplauso de los asistentes tras un magnífico solo, pues es destacable que al contrario de lo que sucede en otros conciertos (casi todos) los asistentes guardamos un respetuoso silencio para todas y cada una de las notas que el grupo fue desgranando. En cuanto al batería sus improvisaciones a la vez que las del pianista crearon una extraña y deliciosa sonoridad que a nadie dejó indiferente, a pesar de que su equipo estaba integrado por un número mínimo de componentes y tampoco empleó aparte de las baquetas, escobillas y mazas nada, salvo una especie de sonajero. Si que resultó extraño el solo con que nos obsequió al finalizar el concierto ya que fue de una acusada simplicidad que nada tenía que ver con lo intrincado y potente de sus anteriores intervenciones. El pianista Andrew Hill demostró ser un músico que trabaja en absoluta libertad. Sus notas lo mismo eran racionadas de un modo que podría recordar la economía de Thelonious Monk o presentaban una intensidad que traía a la mente los modos de Keith Jarrett y en otros momentos traía a la memoria un clasicismo escolástico. De cualquier manera su forma de tocar estuvo en otra parte que la de estos dos músicos o formas y sus viajes sonoros mostraron una originalidad pocas veces oída.
En definitiva, tremendo viaje sonoro de apenas hora y cuarto, pero con tal amplitud interior que logró que hubiera quien llegó a tocar la eternidad.
© José Francisco Tapiz Texto y fotografías. 2002