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JOHN
PINONE
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Comentario: He
escuchado jazz en teatros y clubes, en recintos históricos y
en charcas infectas; jazz andando la calle y en el sex-shop,
también en el Metropolitano, en un pasillo de la estación de
Manuel Becerra, en Madrid, donde un miembro del Workshop de
Lyon, el saxofonista Dante Feijoo, tocaba a Ornette. Aquel
Dante terminó sus días madrileños en casa de quien suscribe
comiendo lentejas y, gracias a él, pudimos escuchar por vez
primera a Louis Sclavis en este país.
Que el jazz vuelva al tubo al cabo de los años (veinte,
veinticinco...) no es ninguna novedad, sí que le pongan un
escenario; sí, que quien toque sea John Pinone, que no es
alguien sino un trío de altos vuelos que se bajó al subsuelo
para dase a conocer. Sus fans, que ya los tienen, aún sin
haber tocado nunca, se juntaron para escucharles, lo que es un
decir, dado que apenas se les escuchó, si es que esto tiene
alguna importancia. Más bien se diría que la música de J.P.
se integró en el entorno caótico, lo que parece propio a su
esencia, y acabó por fundirse en el devenir de rostros y
cuerpos fugaces entrándose en la estación y saliendo de ella
y encontrándose, en su entrar y en su salir, con el espectáculo
que se abría a sus ojos y oídos, estos menos. Hubo un ciego,
al que la música de JP desconcertó hasta hacerle perder sus
referencias, lo que se entiende, y una turbamulta de pequeñines
de todas las razas que aprovecharon la ocasión para
revolcarse en la mugre del suelo.
Por lo que a uno alcanzó, la música de JP se aparenta a un
collage en el que entra casi de todo. Uno pudo oír a Ornette
(de nuevo él) y a los Sex Pistols, que tocaban free jazz aún
sin saberlo; no sé si a Albert Ayler, desde luego a Don
Cherry y a Hendrix y a... “The Star-Spangled Banner” sonó
en la versión alucinada “hendrixiana” que el trío hiló
con nuestro himno nacional y con el de Riego republicano, tan
poco explotados ambos en jazz. Con lo que, si John Pinone
reproducen lo que otros han hecho, es porque no les queda más
remedio: lo hacen con gracia y consiguen que no se note
demasiado, que es lo máximo a lo que puede aspirarse en los
tiempos que corren (Santiago Segura “dixit”).
Hay en J.P. un sentido de grupo y un desparpajo y una
contundencia; son tres -Carlos Pérez, trompetista serio, muy
serio; Javier Adán, guitarrista mefistofélico y orbifónico;
y Javier Gallego, el tipo de batería dinámico y contumaz-,
saben lo que se traen entre manos y terminan sonando como si
llevaran una vida tocando entre ellos, y puede que sea así,
aunque uno lo duda.
Finalmente, la sensación de lo que ya es y de lo que podrá
ser, de dárseles a los Pinone más oportunidad de tocar su música.
Así sea.
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