JAZZTOPÍA
(Por
Nestor
Moreno Pérez - Noviembre 2003)*
Jugando con notas,
espejo viviente, veo a través del cristal
el atardecer.
Ya no te escucho
girando en mi pasión en fa.
Viene hacia mí
un presentimiento.....
Tomo
el título de este escrito del nombre que se le ha dado a la serie de programas
de jazz mexicano en canal 22, grabado en Plaza Loreto, al sur de la Ciudad de México.
El poema surge de los nombres de las piezas musicales incluídas en el disco
“Jazzeando” del joven jazzista Heberto Castillo.
Mi
primer encuentro con el jazz, creo que fue a través de algunas caricaturas que
durante mi niñez ocuparon mis momentos de entretenimiento. Teniéndo al jazz
como música de fondo, de alguna manera propiciaron que guardara en la memoria musical que todos llevamos no sólo en el cerebro
sino en el corazón, la fuerza y explosividad de este género musical. Sin
embargo, curiosamente, mi acercamiento consciente a la música de jazz, proviene
de la lectura. Aunque ustedes no lo crean, fue a través de la lectura del libro
de Hermann Hesse, El Lobo Estepario,
como me adentré en el túnel del jazz del que hasta ahora no he podido salir.
Ustedes se preguntaran cómo es posible adentrarse en el universo jazzístico
leyendo y no escuchando. Pues bien, lo que me sucedió fue que uno de los
pasajes de este libro, que por lo demás me dejó marcado, me introdujo en el
ambiente, el significado y el sentido profundo del jazz.
El pasaje al que me refiero hace referencia a un ambiente no sólo material sino
fundamentalmente, espiritual, existencial y social en el que se conjugan la
soledad, el deambular con la tristeza a cuestas y la nostalgia por el futuro. El
personaje solitario y meditabundo, caminando por las calles, rumiando, gozando y
escuchando su soledad, tropieza con un salón de baile ante el que se detiene al
escuchar la música que brota, chisporrotea desde adentro. “ De un salón de
baile por el que pasé, salió a mi encuentro una violenta música de jazz, ruda
y cálida como el vaho de carne cruda. Me quedé parado un instante; siempre
tuvo esta clase de música, aunque la execraba tanto, un secreto atractivo para
mí. El jazz me producía aversión, pero me era diez veces preferible a toda la
música académica de hoy, llegaba con su rudo y alegre salvajismo también
hondamente hasta el mundo de mis instintos, y respiraba una honrada e ingenua
sensualidad.
Estuve un rato olfateando, aspirando por la nariz esta música chillona y
sangrienta; venteé, con envidia y perversidad, la atmósfera de estas salas.
Una mitad de esta música, la lírica, era pegajosa, superazucarada y goteaba
sentimentalismo; la otra mitad era salvaje, caprichosa y enérgica, y, sin
embargo, ambas mitades marchaban juntas ingenua y pacíficamente y formaban un
todo. Era música decadentista. En
la Roma de los últimos emperadores tuvo que haber música parecida.
Naturalmente que comparada con Bach y con Mozart y con música verdadera, era
una porquería..., pero esto mismo era todo nuestro arte, todo nuestro
pensamiento, toda nuestra aparente cultura, si la comparamos con cultura auténtica.
Esta música tenía la ventaja de una gran sinceridad, de un negrismo innegable
evidente y de un humorismo alegre e infantil. Tenía algo de los negros y algo
del americano, que a nosotros los europeos, dentro de toda su pujanza, se nos
antoja tan infantilmente nuevo y tan aniñado”.
Qué clase de música era esa que provocaba una reflexión tan intensa desde la
soledad del Lobo Estepario? Desde entonces me he sumergido en el disfrute y el
gozo del jazz, no tanto en su conocimiento, por lo que quisiera que tomaran esta
presentación como un conjunto de ideas provenientes de alguien que al escuchar
el jazz le causa placer y una sensación de libertad, y no como las de un conocedor y experto en este tipo de música.
En efecto, el jazz es ante todo libertad interpretativa y creativa. Dave Brubeck,
jazzista ampliamente reconocido, no obstante las críticas que se hacen a su
forma de interpretar este género musical, dice que “ el jazz es probablemente
la única forma artística en la que existe la libertad del individuo sin que se
pierda el sentimiento de comunidad”. Estas palabras nos colocan de frente a la
característica esencial del jazz, la amalgama entre libertad individual y
comunión del grupo, en el que el sentimiento, las emociones y la imaginación
fluyen a través de la improvisación. El juicio lapidario de Homer Simpson, en
el sentido de considerar al jazz como un conjunto de ruidos que se le van
ocurriendo al músico sin ton ni son, lo conducen a no entender, pero sobretodo
a no sentir el significado y el sentimiento profundo del jazz. Menos mal que
Lisa reivindica y lleva en su corazón las cuatro letras de fuego, pasión,
melancolía, vivacidad y libertad que son la esencia del jazz.
El juicio de Homer es compartido por muchas personas que dicen no entender esta
clase de música. Sin embargo, hay que dejar sentado que ciertamente, el jazz,
en primer lugar es y siempre ha sido música de y para minorías. Y enseguida,
el jazz, para realmente saberlo escuchar, es necesario poseer una especial
sensibilidad para la belleza. Saber escuchar jazz no requiere de conocimientos,
sino básicamente de una disposición espiritual que ciertamente, no cualquier
Homer Simpson, de los que sobran en este mundo, tiene.
Es de sobra conocido, que el jazz surge en los Estados Unidos como expresión
musical de la condición sociocultural de la población negra. Sin embargo, no
obstante ser producto de una minoría y a pesar del poco reconocimiento de su
valor musical por la población blanca en los años veinte y treinta, para
“quien se interesa en el jazz y lo defiende, obra a favor de una mayoría.
Porque el jazz nutre a la música popular de nuestro siglo. Porque lo que sale
de los sonidos que acompañan a las series policíacas de la televisión y en
los altavoces de los elevadores en las grandes urbes, en los recibidores de los
hoteles, en los hits musicales del día y en las películas, la música que
bailamos, desde el charleston hasta el rock, todos los sonidos que nos rodean en
la música de consumo de nuestra época se originan en el jazz".
Desde el punto de vista musical, de los diversos elementos que caracterizan a
este tipo de música, la improvisación constituye, desde mi punto de vista, el
elemento fundamental. Por supuesto que esta característica no es exclusiva de
la música de jazz. Ciertamente, como bien señala Burnett James, citado por
Joachim Berendt, “hace 150 años, nuestros antepasados iban al concierto para
escuchar cómo Beethoven, Thalberg y Clementi improvisaban de un modo grandioso
y brillante; todavía antes, iban a oír a los grandes organistas como Bach,
Buxtehude, Böhm, Pachelbel... Nosotros, los de hoy, para tener un tipo parecido
de goce musical tenemos que ir a escuchar a Lionel Hampton, Erroll Garner, Milt
Jackson, Duke Ellington y Louis Armstrong”.
Constituye el aspecto más sobresaliente porque es la improvisación la que le
otorga el sello peculiar al jazz frente a la música de nuestra época que
pretende uniformizar, eliminando la expresión individual del músico, siguiendo
las pautas que imponen nuestras sociedades contemporáneas, eliminando la
expresión genuina del sujeto, quien hace suyas las expresiones generalizadas y
dictadas por la autoridad. La máxima expresión, en el terreno de la música,
la encontramos en los conciertos sinfónicos, en los que la interpretación se
ciñe a lo que el director establece en la partitura. La posibilidad de
improvisar está cancelada para la mayoría de los ejecutantes.
Al respecto resulta interesante lo siguiente: “En una orquesta sinfónica los
miembros de, digamos, el grupo de cuerdas tendrán la ambición de tocar sus
pasajes lo más homogéneo que puedan. Tendrán mucho empeño en que, en lo
posible, cada miembro del grupo instrumental en cuestión tenga el mismo ideal
en cuanto al sonido y en que lo sepa realizar. Este ideal responde al estándar
estético afectivamente heredado. Un instrumento debe sonar
“hermosamente”....A un músico de jazz no le interesa adaptarse a una imagen
sonora generalmente comprometedora. Un músico de jazz tiene su sonido propio.
Para este sonido existen criterios no tanto estéticos como expresivos y
emocionales,......en el jazz la expresión tiene una jerarquía superior a la de
la estética”, se encuentra por encima de la estética, del tiene que sonar
hermoso, bonito. La música de jazz, puede sonar salvaje, triste, melancólica,
vivaz, nostálgica, alegre, reflexiva... dependerá de la expresión del alma
del músico. Si además resulta bonita, hermosa, bella, eso es adicional,
accesorio. Lo cual no significa, de ninguna manera que el jazz sea por fuerza
“inestético”, sino que en todo caso, el jazz descubre “una tendencia a
contradecir los estándares de la estética - ¡y la estética
estandarizada!..... En la formación del sonido no estandarizada de los grandes
improvisadores de jazz, se refleja de
la manera más inmediata y directa el músico mismo. En el jazz no hay un bel
canto ni una melosidad violinística, sino sonidos duros y claros: la voz humana
se queja y acusa, llora y grita, gime y se lamenta, y los instrumentos son
expresivos y volcánicos, sin el filtro de ningún reglamento sonoro, sea cual
fuere. Por eso la música que toca un jazzista, es, en un sentido estricto, más
“verdadera” que la que puede tocar un músico europeo común.
De los 100 a 120 músicos que forman parte de una gran orquesta sinfónica, la
mayoría no sienten seguramente nada de las “luchas titánicas” que se
desarrollan en la música de Beethoven, o de los misterios formales que se
encuentran en la base de la música sinfónica. En cambio, un jazzista,
inclusive en una big band, percibe y siente, comprende y abarca lo que toca. La falta
de comprensión y la “burocracia musical” en las orquestas sinfónicas, de
las que se quejan tantos grandes directores -especialmente cuando se toca música
moderna-, serían incomprensibles o inimaginables por y en el jazz...... Debido
a que lo que toca un músico de jazz es “verdadero” en un sentido
enteramente inmediato, ingenuo y “primitivo”, posee también “belleza”
ahí donde contradice los estándares estéticos. Puede decirse que la belleza
de la música de jazz es más de tipo “ético” que de tipo “estético”....
Por la formación del sonido tan personal e inimitable de un músico de jazz se
explica lo que tanto asombra a los que no están en el secreto: que un conocedor
de jazz puede reconocer con una seguridad considerable quién está tocando
después de escuchar dos o tres notas. En la música “clásica” no existe
tal seguridad. En ésta, apenas si se puede decir con mucha dificultad, y quizá
ni se logre, quién es por ejemplo el director o el primer violín cuando se
escucha una sinfonía de Beethoven”.
El carácter personalísimo del jazz en el que el sentimiento, las emociones y
la existencia entera del individuo se vuelcan como agua que fluye a borbotones
en cada instrumento, trátese de una trompeta, saxofón, guitarra, piano, batería,
vibráfono o harmónica; configura la expresión y escencia genuinas del jazz.
Desde una perspectiva sociológica y cultural, el jazz, teniendo a la
improvisación como parte medular de su constitución, desde su origen es una música
de protesta. “Protesta contra la discriminación social, racial y espiritual,
contra los clisés de la moral burguesa de gaveta, contra la manera de organizar
funcionalmente el moderno mundo masivo, contra la despersonalización de este
mundo y contra la división de los estándares en categorías, a cuya
automicidad pertenece el hecho de que cuando no se les corresponde,
condenan...... Muchos músicos norteamericanos, sobre todo negros, interpretan
la protesta como asunto racial. Pero su música no hubiera sido comprendida casi
de golpe en el mundo entero por músicos de todas las razas, pigmentaciones y
sistemas políticos si lo racial fuese decisivo. Decisiva es la protesta contra
una sociedad cuyo dominio es sentido en todas partes, en todos los países y
sistemas, por científicos, filósofos, escritores, músicos, artistas y gente
de espíritu en todos los ámbitos, en breves palabras, por aquellos que han de
cincelar la imagen de nuestra época ante el juicio de la posteridad, como
amenaza no sólo para ellos mismos y para su productividad creadora, sino también
para una existencia humana y digna de un ser humano”.
Por
eso, ahora más que nunca, en un México sumido en la desesperanza, la
incertidumbre y la crisis generalizada, el hecho de que el jazz adquiera impulso
no sólo como corriente musical, sino como expresión de descontento, protesta y
rebeldía, y comience a ocupar espacios televisivos, escénicos y en las plazas,
comerciales y culturales; constituye un signo alentador por lo que el jazz
significa: una crítica a la uniformidad despersonalizadora, a la automatización
de las emociones y sentimientos, a la rutinización de la existencia, al poder y
la autoridad que homogenizan, en fin un grito y exigencia de libertad, no sólo
un nombre para un programa de televisión, sino un movimiento hacia una
verdadera JAZZTOPIA.
*Nestor
Moreno Pérez es productor del programa "Jazztamos" en Radio
Chapingo de la Universidad Autónoma de Chapingo en México. Se transmite por
Internet en http://www.chapingo.mx:800
a las 15:15 horas (hora de México). Este texto fue escrito por el autor en Noviembre
de 1996.