Comentario:
Hasta la presente edición, el ciclo “Rising Stars”
de la Caja San Fernando podría considerarse como de “esay
listening”, con apuestas por grupos con un repertorio
bastante asequible, destinado a un público de oído
jazzístico no demasiado maduro. Sin embargo, los nombres
de Tim Berne, Chris Potter y Jean-Michel Pilc demuestran a las
claras un cambio de actitud, y aquellos habituales que se presenten
en la sala del concierto podrán llevarse más de
una y de dos sorpresas. A mi entender, la programación
ha madurado, y como resultado, en este proceso de crecimiento,
el festival exige mayor esfuerzo al oyente.
Desde el momento en el que el cuarteto de Chris Potter se
asentó sobre el escenario, la mandíbula desencajada
y los hombros en tensión de Ari Hoenig a la batería
se convirtieron en los protagonistas de la sesión.
Un batería de golpe seco, de rítmica entrecortada
a ratos, y continuada en otros, con un uso muy equilibrado
de todos los elementos de su instrumento. Un batería
tan presente en el concierto que, precisamente por esto, terminó
por ser uno de los defectos de la sesión: en los solos
de saxo o guitarra el acompañamiento quedaba situado
en el mismo plano musical que el instrumento solista, con
el cual no dialogaba, sino que mantenía una conversación
superpuesta, de monólogos simultáneos. No cabe
duda de que estas situaciones son intencionadas (y no mera
casualidad o falta de experiencia), pero el resultado es que
la sensación de conjunto se alcanzó en momentos
muy puntuales de la noche (tan sólo en la entrada y
resolución final de algunos de los temas).
Dejando un poco al lado la presencia de la batería,
el concierto arrancó con mucha fuerza, con la sonrisa
tatuada en la cara de Chris Potter, interpretando temas que
hasta esa noche el conjunto no había desarrollado en
directo, con un sonido muy rock, con buenos momentos del guitarrista,
con una presencia casi transparente del bajista, y la omnipresente
imagen de Potter y de su tenor plateado colgado del cuello.
Temas insólitos, la casi ya clásica versión
incluida de grupos de pop/rock actuales (en este caso el turno
fue para “Morning Bell”, de Radiohead, aunque,
para ser sinceros, me quedo con la original), un solo de saxofón
impresionante, una versión de Billy Strayhorn, y un
final que nos dejó los mejores momentos del guitarrista
y un tremendo solo de batería.
Lástima que después de una jornada de trabajo
de ocho horas y de un viaje en coche de hora y media, todas
las ganas y energías de ver el concierto se me agotasen
en la pelea que sostuve durante toda la sesión con
la silla de la grada y el espacio vital reservado para cada
individuo en el recinto. Quizás toda la experiencia
narrada, así como las veces que abandoné el
concierto mentalmente, hubiesen sido diferentes de haber estado
sentado en algo con más de medio palmo de plástico
como respaldo. Un poquito de por favor.
Sergio Masferrer