Comentario:
Antes de decidirme a escribir esta reseña,
tuve la ocasión de leer otra que envió José
Miguel Sebastián aquí, a Tomajazz, y que podéis
encontrar en
http://www.tomajazz.com/conciertos/2005/02/willis_chastang_foster_vall05.htm
aunque en este caso de lo que se trataba era de homenajear a
Elvin Jones, empresa harto complicada dada la trayectoria del
que sin duda ha sido uno de los pilares de la batería
contemporánea en el jazz. Pero ahí estaba Foster,
escondido tras sus enormes platos Paiste colocados en posición
horizontal, regalando al público su eterna sonrisa que
asomaba muy de vez en cuando por entre los huecos existentes
entre los mismos. Y arropando a Foster, el séquito de
excelentes músicos, no menos interesante, rellenando
de hormigón musical los espacios dejados por el constructor
de sonidos que es Al.
El escenario estaba en el extremo de una gran carpa de loneta
situada en el Parque Almansa, estupendamente acondicionada,
dadas las condiciones climatológicas de la noche, con
el frío y el viento como protagonista: contaba con un
enorme conducto de aire acondicionado, y había grandes
mesas bastante espaciadas, también había una barra
con bebida a precios razonables, y el sonido y la luz eran estupendos.
Si a todo eso le añadimos el precio del concierto (sólo
seis euros, en taquilla), llegaremos a la conclusión
de que esta gente de San Javier son unos verdaderos maestros
en el arte de la organización. Más de uno y de
dos debería tomar nota.
El concierto comenzó con sendas versiones de los Jazz
Machine de Elvin Jones, concretamente fueron tres los temas
que interpretaron, algo fríos al principio, en opinión
del humilde servidor que escribe estas líneas, quizás
debido al cambio de última hora que sufrió la
formación: en cartel, se presentaba a Frank Lacy al trombón,
pero se cayó del mismo en el día del concierto
y Tommy Berenguer fue el sustituto al frente de este instrumento.
A mi, personalmente, me gustó bastante este chico, no
se acongojó en ningún momento, pese a estar rodeado
de figuras. Es más, hubo pasajes del concierto en los
que disfruté realmente viéndolo tocar ese instrumento
que tanto me gusta, como es el trombón: "el contrabajo
de los vientos" como lo llamó aquel. Al Foster fue
calentando al personal a golpe del platillo, y ante la desesperación
de la mayoría, por no poder coger la instantánea
del rostro del cabeza de cartel. A la salida del concierto bromeábamos
con el hecho de que habíamos ido a ver a Al Foster, y
nos íbamos de allí sin haberle visto la cara.
Anécdotas aparte, huelga decir que realizó un
concierto impresionante, para variar, ciñéndose
perfectamente al papel de intérprete de su instrumento,
que además, es el instrumento de Jones, el gran protagonista
ausente (y presente) de la noche.
A continuación Larry Willis se dispuso a presentar a
los músicos, y después anunció el Blue
in Green de Miles, tema que interpretaron en cuarteto, apartándose
Ford y Berenguer momentáneamente de la formación.
Pero inmediatamente después, y apenas dejando unos pocos
segundos al público para saciar su sed de aplaudir, se
marcaron una memorable interpretación de Freddie Freeloader,
pero antes me he de detener en el tema del aplauso en el jazz.
Es común del público de jazz aplaudir después
de cada solo, por muy simple que fuere, ya casi se ha convertido
en una costumbre, a mi parecer desagradable e, incluso, bochornosa,
puesto que rompe el hilo conductor del argumento musical, a
mí al menos me lo rompe. Hasta tal punto lo rompe que
lo que debería ser un concierto para disfrutar de la
música en directo, del placer de sentir las notas, recién
creadas, entrar por los oídos de uno y no tener, a veces,
ni tiempo para asimilarlas ante la inminente llegada de otras
aún más frescas. Y después de esa avalancha,
después de esa tempestad de notas que contiene un solo,
el oído pide esos instantes de silencio, de calma, que
existen entre que sale un instrumento y entra otro, pero no.
Ahí está el público de jazz, que se quiere
tomar esos momentos como suyos y se los quita al músico
y al que quiere oír al músico, rompiendo, como
decía antes, el hilo argumental del tema, tomando sus
"instantes de publicidad", aplaudiendo porque es la
costumbre. Tanto aplauso enfría al músico, y al
público, que llega un momento que aplaude por aplaudir,
y cuando realmente hay que aplaudir, cuando existe un momento
realmente culminante, el público de jazz está
tan harto de aplaudir que lo hace igual que cuando el solo ha
sido, cuanto menos, medianamente aceptable.
Creo que el público de jazz debería aprender mucho
del público del flamenco, mucho más respetuoso
para con los artistas. El público del flamenco entiende
de base, que el cantaor y el acompañamiento, requieren
una concentración extrema para poder sacar de sí
todo lo posible, y cuanto mayor sea la concentración
del artista, mayores serán los beneficios que obtendrá
el público, y es por eso que el público flamenco
exige respeto para con los artistas sobre el escenario, y en
ese respeto se incluye el silencio durante la actuación.
Siempre hay tiempo de aplaudir con fuerza al finalizar el tema,
y también se nos puede escapar algún suspiro,
olé o aplauso en determinados pasajes de un tema, puesto
que somos humanos y no podemos evitar la admiración que
nos puede llegar a producir la grandeza del arte frente a nosotros,
pero lo que sí es seguro es que el público flamenco
no regala el aplauso, como sí hace el público
de jazz. Y no siempre el aplauso se puede traducir en señal
de respeto o admiración, a mi me resulta, en demasiadas
ocasiones, señal de "como éste aplaude, yo
también".
Volviendo al concierto, quería detenerme especialmente
en el momento culminante que fue, sin duda, el Freddie Freeloader
de Miles Davis. En este tema fue Joe Ford el que se llevó
la palma, implacable en su interpretación, sonaba tan
coltraniano que arrastró a Foster hacia sus mismos derroteros,
o sea, hacia los acompañamientos de Elvin Jones, el homenajeado,
haciendo vibrar al personal con un frenético ritmo. Tommy
Berenguer volvió a estar estupendo, y Larry Willis aportó
un toque pianístico muy coreano, con muchos saltos de
notas, latinizando y calentando la atmósfera musical
mientras Berenguer y Chastang se ocupaban de darle solidez al
tema y agarrarlo para que no se escapara de la melodía
que todos conocemos al dedillo, porque Ford estaba realmente
suelto, se montaba en el trance y se iba a preguntarle a Coltrane
si lo estaba haciendo bien. Luego bajaba y, por cómo
tocaba, seguramente le tuvo que decir que sí. Una auténtica
maravilla, sí señor, y la sordina de Henderson
para cerrar el Freeloader. Y Chapeau para los seis.
Tras el I Have a Dream de Hancock, interpretaron un tema del
propio Larry Willis, que a mi me volvió a parecer muy
en la onda de Corea, pero este ciclo, digamos que Davisiano,
se volvió a cerrar con otro tema de los Jazz Machine,
el Three Card Valley, para finalizar con este homenaje a Elvin
Jones que, sin ser un concierto impresionante, sí que
nos ha dejado con algunos pasajes realmente memorables y que
servirán para recordar buenos momentos de jazz. Como
el regalo de Willis, el único bis, de Duke Ellington,
Single Petal of the Rose, sencillamente, precioso.
Diego Ortega Alonso.
Es muy de agradecer que un ayuntamiento como
el de San Javier esté contribuyendo a la promoción
del jazz tal y como lo está haciendo los últimos
años. Sin embargo no resulta raro que se esté
cayendo en los mismos errores, que, por otro lado sufren la
mayoría de festivales.
En primer lugar he de comentar que este tipo de homenajes no
me gustan, creo que el mejor homenaje que se le puede hacer
a un músico es no hacerle homenajes, por lo menos no
del tipo a los que estamos acostumbrados, en los cuales no se
presenta un proyecto musical concreto, sino que se realiza una
jam session.
Dicho esto entenderéis que me dirigiera al concierto
sin esperar mucho de él, sabiendo con lo que me encontraría
y sin esperanzas de disfrutar un verdadero proyecto musical.
El concierto se realizaba en una estupenda carpa situada en
el parque Almansa, en la cual nos podíamos sentar alrededor
de una mesa y tomarnos una copa mientras disfrutábamos
del concierto. Los medios, impresionantes, la comodidad muy
buena, repito que este ayuntamiento hace muchas cosas muy bien
a este respecto. El precio estupendo, 6 euros, que a los aficionados
de las grandes ciudades les parecerá un precio ridículo.
Quizá, por poner algún pero, la carpa resultara
demasiado grande, pero hay que entender que de este modo se
puede usar para mayor cantidad de eventos.
Tras anunciar a los músicos observamos que Frank Lacy
no ha podido venir y que ha sido sustituido por el trombonista
Toni Berenguer, que por cierto, cumplirá la papeleta
de forma bastante aceptable.Comienza el concierto con un tema
de la mujer de Elvin Jones, perdón por no recordar el
nombre aunque tampoco sabría si lo escribo correctamente.
Primer problema, la trompeta de Eddie Henderson no se oye, usa
sordina harmon y parece que la toqué dentro de una cueva
de la cantidad de eco que tiene, los técnicos tardan
casi todo el tema en arreglar el asunto, evitando también
la sonorización tipo Rock que provoca que el contrabajo
y la batería se oigan por encima de todo lo demás.
A partir de aquí, el sonido muy bien, los medios para
conseguir un buen sonido sin duda estaban ahí.
El concierto comienza frío, el grupo no termina de sonar
compacto, tenemos grandes individualidades, por supuesto, pero
hay algo que falla. Miguel Angel Chastang cumple como el que
más en intentar conseguir un buen concierto (por cierto,
¿por qué no traer a este chico con su grupo?),
sin embargo los temas se suceden, conservándose la misma
tónica. LLegamos a mitad del concierto donde se tocan
dos temas del famoso Kind of Blue, se aprecia a los solistas
notablemente más cómodos que en algunas de las
otras composiciones en las cuales se aprecia que resultaban
menos conocidas por casi todos. En concreto Eddie Henderson,
no está, ni mucho menos, al nivel al que puede estar
durante estas composiciones menos conocidas (aun así,
sin duda alguna Henderson es muy bueno, ¿por qué
no traerlo con su proyecto, su grupo y su música?). Al
Foster, como era de esperar, realiza toda una demostración
de como se puede tocar la batería, incluyendo guiños
al maestro al que se homenajeaba.
Aun así, al finalizar el concierto tengo sensación
de que hay algo que ha faltado, de que las expectativas que
se crean cuando uno ve a grandes músicos encima de un
escenario no han sido satisfechas, y es que me encuentro valorando
un concierto, que en realidad no lo ha sido, ha sido una buena
jam session y quizá así deberíamos valorarla.
Esto, sin duda, cambia mucho las cosas, pero es que no me hago
a la idea de ir a un sitio tan bien montado, tan bien organizado,
tan anunciado, etc.. a ver una jam session de grandes músicos.
Al final siempre termino esperando oir algún tipo de
proyecto musical, de ahí la pequeña decepción.
Y es que hasta los más grandes, cuando hacen conciertos
hacen conciertos, y cuando hacen jams hacen jams, cosa por otro
lado enormal. Y eso se nota, aunque no sea responsabilidad directa
de los músicos. Sigo animando a los organizadores a que
apuesten más por verdaderos proyectos musicales.
Javier Manzanares Hernández