Comentario: Alrededor de
media hora fue el intervalo de tiempo que se retrasó
el concierto del trío de Stanley Jordan por problemas
de los músicos a su llegada al aeropuerto. Quizás
fuera ésta una de las razones por las que la actuación
resultó desde el principio un tanto fría, ya que
es lógico suponer que los músicos no tuvieron
el tiempo necesario para recuperar las fuerzas que inevitablemente
fatigan cuerpo y mente, en giras como las que se llevan a cabo
en verano.
Sin embargo no creo que fuera ésta la única
razón por la que el concierto de Jordan y sus acompañantes
fuera excesivamente frío, incluso me arriesgaría
a afirmar que las razones no van precisamente por esas lides.
Fue más por razones de acople entre los músicos,
o sea, entre el contrabajo y el batería con el propio
Jordan. Y me atrevería a decir, además, que
fue por la anteposición que hizo el guitarrista de
la técnica sobre la calidad de sus creaciones, que
por supuesto generó una grandiosa cantidad de aplausos
entre aquellos que desconocían su virtuoso manejo de
la técnica del tapping, pero que para aquellos que
ya lo habíamos visto en otras ocasiones, se nos tornaba
repetitivo y falto de novedad. Difícil, sin duda de
reseñar, puesto que decir “Stanley Jordan”
suele irremediablemente equivaler a decir “tapping”,
y sanseacabó. Así que intentaré centrarme
en el porqué de mis argumentos, más que en el
cómo de los mismos.
La especialización del músico en la interpretación
de estándares de jazz y en la readaptación de
canciones de mayor índole popular (como por ejemplo
de los Beatles o Simon & Garfunkel) puede que gocen de
un mayor atractivo para un público poco acostumbrado
a los niveles de virtuosismo que generalmente se encuentran
en los ámbitos jazzísticos, pero tras veinte
años de repetición de los mismos cortes (por
citar alguno de los que más aplausos despertaron entre
la audiencia, por ejemplo, el “Eleonor Rigby”
de los de Liverpool o el “Freddie Freeloader”),
pueden llegar a aburrir. Pero vayamos por pasos.
Para empezar, soy de la opinión de que Stanley Jordan
cuando realmente funciona es cuando actúa solo, independientemente
de que nos guste en mayor o menor cantidad su abuso del tapping,
así como del repertorio que utilice en su concierto:
hace justo un año presencié su actuación
en el Festival de la Guitarra de Córdoba, en el Patio
Barroco de la Diputación, y ante una audiencia limitada
a doscientas personas. El ambiente íntimo en el que
se vivó ese concierto sin duda ayudó a que se
pudiera disfrutar al Jordan más creativo, más
sutil en la interpretación de sus temas, y más
en consonancia con su forma de tocar. Y este no fue el guitarrista
que vimos en Almuñécar, porque el acompañamiento
no terminaba de cuajar entre tanta polifonía guitarrística.
Y es que el bajo de Zirque Bonner y la batería de
Eddie Baritinni fueron los que realmente estuvieron fríos
en el aspecto musical. El trío no disponía de
la solidez que debe tener la sección rítmica
de contrabajo-batería, y no lograban fusionar las líneas
melódicas complejas que establecía la guitarra
de Jordan. Faltaba la cohesión del grupo. Sin embargo
en el par de ocasiones que Stanley se quedó solo en
el escenario, ese emborronamiento se aclaraba, y venía
a demostrar la tesis que planteaba acerca del Jordan solo,
que coincidía además con los mayores aplausos
de un público sorprendido por la técnica virtuosa
del guitarrista.
Texto y fotografías por Diego Ortega
Alonso.