Comentario: Fue inmensa
la expectación que se tenía ante la visita de
Joe Zawinul y su sindicato de músicos del mundo; de hecho
fue en este concierto donde más público se reunió,
y el primero en agotar las localidades, con al menos una semana
de antelación.
En esta ocasión, el vienés Zawinul venía
acompañado de músicos de lugares tan dispares
como Armenia (Arto Tunçboyaciyan), Brasil (Alegre Correa),
Islas Mauricio (Linley Marthe), Nueva York (Karim Ziad), Marruecos
(Aziz Sahmaoui) e India (Sabine Kabongo). Pese a la distancia
geográfica entre el origen de los citados músicos,
el proyecto que presentaron sonó lo suficientemente
sólido como para pensar que la música, como
arte, no entiende de nacionalidades.
El comienzo del concierto estuvo a cargo del propio Zawinul,
que a golpe de órgano sentó las bases para que
el marroquí Sahmaoui comenzara a imitar el quejío
inicial de una soleá (digamos que de forma “poco
ortodoxa”), y, ante la sorpresa de unos, el estupor
de otros, y la gracia general de todos, entonara un francófono
“libre, libre quiero ser, quiero ser quiero ser libre”
de los Chichos. Esta intro de Sahmaoui podría ser el
equivalente a introducir, en una actuación del Vision
Jazz Festival, con el “What a wonderful world”
con acento alemán… Entenderlo sin un toque de
humor sería cometer un error de base.
Después de esta jocosa introducción, y despertando
los aplausos del público, el sindicato comenzó
a hacer de las suyas, interpretando temas del repertorio del
último disco Zawinul´s Birdland, que comenzaron
con una composición cargada de ritmos de acá
y de allá, y cantada por el propio Sahmaoui. Zawinul
no dejaba de dar indicaciones a sus músicos, haciendo
de auténtico showman, disfrutando de lo lindo y contagiando
al personal. En el segundo tema salió a escena una
Sabine Kabongo ataviada con un tradicional vestido de un naranja
vivo, que hacía que todas las miradas se centraran
en ella. Sin embargo, he de decir que fue ella quien menos
me cuadró musicalmente con el resto de los músicos,
puesto que, pese a la potencia de su voz, a mi parecer se
excedió en el uso del vibrato y, a veces, imprimía
a su voz una potencia desmesurada que no terminaba de encajar
con el resto de la formación. Cierto es que cuando
lograba encuadrarse en los imprecisos márgenes lógicos
que delimitaban las piezas musicales, su voz complementaba
a las mil maravillas la estructura del tema. Pero esto sucedió
la menor parte de las veces.
Sin embargo, el hecho de que todos, ya fuera individualmente
o haciendo coros, pusieran sus voces en los distintos temas
que interpretaron de forma impecable, llevaba inevitablemente
a comparar éstas con las participaciones de Kabongo,
y a pensar en el descuadre al que he aludido. En un principio
(y aparte de la propia Sabine Kabongo), el protagonismo vocal
recayó sobre Sahmaoui, que se lució con sus
facultades, cantando en su idioma autóctono (al igual
que la Kabongo cantaba en el suyo). Sin embargo, aún
no había entrado en escena la voz de Arto Tunçboyaciyan
y cuando lo hizo, lógicamente, el espectáculo
tomó la perspectiva intimista que sólo el armenio
es capaz de imprimirle a una melodía. Cubierto bajo
su inseparable gorra, Arto comenzó a conectar fraseos
con su personalísimo estilo que llevó a la audiencia
a un vuelo sonoro realmente precioso.
Sin embargo, Tunçboyaciyan no sólo hizo gala
de unas magníficas cualidades vocales, también
nos demostró lo gran percusionista que es. Y Zawinul
puede estar orgulloso de contar con la sección rítmica
que se incluye en su actual sindicato, porque Ziad, Tunçboyaciyan
y Sahmaoui estuvieron magníficos, arrolladores, íntegramente
compenetrados. Y eso, claro está, fue esencial para
el gran nivel de la velada musical.
Uno de los momentos cruciales, quizás el mejor del
concierto, fue cuando los músicos dejaron solo en escena
al bajista Linley Marthe. Éste comenzó a interpretar
una pieza en solitario en la que el público (incluido
un servidor) se quedó literalmente extasiado ante la
increíble destreza del bajista, y su maestría
al frente del instrumento. Es difícil de describir
un momento de tantísima calidad interpretativa, pero
los saltos que daba en la parte trasera del escenario el marroquí
Sahmaoui pueden ser lo suficientemente descriptivos como para
situar en escena a quien no presenció ese prodigio
del bajo en directo. Sencillamente, fenomenal.
El virtuosismo del brasileño Alegre Correa pasaba
por resultar sospechosamente similar al sonido que John McLaughlin
imprimía a su guitarra en discos como Bitches Brew
u On the Corner, treinta y tantos años atrás,
sobre todo en los acompañamientos que realizaba sobre
una sola nota, dándole al sonido de conjunto un toque
algo funk. Pero Correa también tuvo su momento vocal,
y siguiendo uno de sus solos con sonidos que pronunciaba al
micro, posteriormente se enzarzó en un tema en el que
pudo utilizar su voz rasgada de manera solvente.
Y Zawinul también cantó, por supuesto: el protagonismo
del concierto recaía esencialmente en las voces de
sus intérpretes y en la estupenda percusión,
todo ello impregnado del órgano del músico nacido
en Viena, que disfrutaba de lo lindo aplicando distorsiones
varias, incluso a su propia voz, en diálogo constante
con el resto de los músicos. El público disfrutó
de un concierto en el que el espectáculo y la música
fueron de la mano en todo momento, y tras dos horas largas
de concierto ininterrumpido, el grupo se despidió sin
conceder ningún bis: seguramente ya iba incluido en
el paquete servido antes de despedirse entre la ovación
de quien quería más.
Texto y fotografías por Diego Ortega
Alonso.