Comentario: Entrada más
que aceptable en una noche desapacible y lluviosa para observar
las evoluciones del trompetista francés Erik Truffauz,
que presentaba en Madrid su último proyecto, Saloua.
El concierto comenzó como suele ser habitual con los
aproximadamente 25 minutos de retraso para que pudiera llegar
todo el mundo.
Con Erik a la cabeza y sus músicos después presentados
uno a uno, el concierto comenzó con el tema Gedech. Según
palabras del propio Erik significa un mensaje de paz, en el
que Mounir Troudi puso la parte más espiritual, con su
voz recitativa y de oración como queriendo comunicarse
con el ser supremo, con su vestimenta de creyente musulmán
y gesticulación llena de expresividad y sentimiento.
Erik –descalzo todo el concierto- hizo sonar su trompeta
abierta a espacios infinitos y potentes. Tanto, que sorprendió
por lo enjuto de su ejecutante. Y es que la música de
este trompetista francés se debate entre los muchos estilos
que uno pueda imaginar, entre los que podemos encontrar el hip-hop,
reggae, ambient, rock, la música étnica o el rap
y cuyas influencias van desde Miles Davis -¡cómo
no!- pasando por Jon Hassel o Marcus Stockhausen.
El segundo corte, composición de Troudi, fue un pequeño
homenaje para su esposa-Inés; comenzó Erik a lo
Jon Hassell -próximo visitante del Johnny- con su trompeta
electrificada consiguiendo efectos ambient, donde se mezclaron
el rock y música árabe -a través de su
tan desconocido como espléndido guitarrista Manu Codjia,
que consiguió sonidos y ecos de una Alhambra imaginaria
y cósmica perdida en el tiempo.
Rodeado de músicos como el ya señalado Manu Codjia
-fuertemente ovacionado a lo largo de toda la noche- y cuyas
influencias podemos encontrarlas en otros guitarristas como
el que pronto visitará este colegio Bill Frisell o Allan
Holdsworth. “Capaz de romper el cuerpo de los espectadores
en dos”, con su sonido demoledor y rock de alto voltaje,
disonancias, distorsiones, samplers e improvisaciones, es igualmente
capaz de conseguir efectos lisérgicos que pueden recordar
aunque sea de lejos a otros guitarristas como el noruego Terje
Rypdal.
De su batería Philippe García me gustaría
señalar su contundencia y fuerte pegada pero con la suficiente
inteligencia y control para no caer en el aturdimiento del oyente.
Sorprendió sin embargo que no tuviera su momento para
improvisar a solo.
De Mounir Troudi decir que tuvo su momento cuando tomó
el violín -¡más que un violín parecía
un esqueleto!- y, quedándose solo en el escenario comenzó
a tocar, a recitar e incluso a orar. Su instrumento nos llevó
en ese momento, con sus reverberaciones y ecos, por las mil
y una noches. Su voz y su violín causaron silencio y
respeto entre el público.
De Migüe Benita, como le presentó Erik, el músico
más conocido de cuantos forman su grupo, lleva tiempo
grabando para el también sello francés Label Bleu.
Con su “esqueleto de contrabajo” llevó el
ritmo de forma precisa, contundente y manejó el arco
con finura y sólo cuando fue preciso. Tuvo su momento
estelar al salir en solitario para interpretar el primero de
los bises con que fue solicitado insistentemente el grupo.
Tomó el “contra” y se puso a golpearlo como
si se tratara de un instrumento de percusión y jugó
con su ordenador sampleando su sonido para acercarse a la música
libremente improvisada.
Todo el grupo intervino en el segundo bis para algarabía
del público, con la participación de Troudi que
se convirtió en animador con su manera de bailar y cantar,
haciendo partícipe a todos por medio del replicar sus
cantos.
En resumidas cuentas un concierto que entusiasmó a unos
y no gustó tanto a otros, pero que a nadie decepcionó.
Enrique Farelo