Comentario: El concierto
que ofrecieron el AEOC en Granada se podría calificar
como todos y cada uno de los conciertos de esta formación:
Único. Si tuviésemos que adjudicarle además
algún calificativo para describirlo un poco más,
y de manera general, diríamos que fue absolutamente informal,
absolutamente anticonvencional, y decididamente polémico.
Y sin embargo, les diré que fue magistral.
Aún estaba el respetable tomando asiento cuando los
de Chicago asomaron por el escenario sin dejar tiempo siquiera
para que apareciese la musiquita que anuncia que faltan cinco
minutos para comenzar el espectáculo o la voz de megafonía
que incita a que desconecten sus teléfonos móviles
y mensáfonos (¿qué será un mensáfono?).
Eran las nueve en punto y la gente apenas si aplaudió
puesto que aún estaban tomando posiciones. De modo
que el despliegue de instrumentos de percusión sobre
el escenario comenzó a emanar los sonidos que los músicos,
de manera absolutamente libre e involucrados en esa especie
de trance en el que suelen introducirse, hacían sonar
ajenos al teatro y a todos nosotros.
Joseph Jarman no pudo viajar a Europa por razones de salud,
de manera que el único componente que lucía
la indumentaria de raíz negroafricana era Don Moye,
que nada más sentarse comenzó a tocar mientras
se acoplaban sus compañeros, como si estuviera en casa.
Jaribu Shahid lucía unas interminables rastas que llegaban
a sus tobillos, mientras percutía en los cuencos tibetanos
que tenía junto a su contrabajo. Delante de él,
Roscoe Mitchell soplaba un tenor y lo dejaba. Bajaba y cogía
un soprano, soplaba una vez y lo dejaba. Cogía un alto,
soplaba una vez y lo dejaba. Así durante al menos,
un cuarto de hora. A su derecha estaba Corey Wilkes que tocaba
todo tipo de instrumentos de percusión. De vez en cuando
hacía sonar su trompeta, pero muy de vez en cuando,
notas sueltas. Entre todos iban dando forma a un camino musical
que iba dilucidándose conforme avanzaba el tiempo.
Don Moye seguía con su batería echando capas
a la atmósfera creada, y cuando Jaribu Shahid agarró
su contrabajo y el arco, Roscoe le echó mano al tenor
y nos dio al respetable una lección sobre respiración
circular... Alrededor de veinticinco minutos sin parar de
soplar, saltando entre escalas, encorvándose hacia
delante y hacia atrás como expulsando los demonios
en algún ritual ancestral. Para entonces Corey Wilkes
ya había tomado como instrumento principal su trompeta
y añadía sonidos al ya de por sí frenético
pasaje musical, e, incluso, se atrevía a soplar dos
trompetas a la vez haciendo gala de una excelente capacidad
pulmonar... Pero no se quedaban en eso, no: la música
que estábamos escuchando era de ese tipo de música
que hace trabajar al cerebro hasta extenuarlo.
Cuarenta y cinco minutos llevábamos de concierto cuando
acabaron esta primera pieza, y comenzaron a tocar un blues
nada ortodoxo que chocaba claramente con lo que hasta ese
momento de la actuación habíamos escuchado.
Dicho tema fue breve, y al acabar, los músicos dejaron
sus instrumentos y se despidieron del respetable. ¿Ya
había acabado el concierto? Esa era la pregunta generalizada
entre un público que se debatía entre la sorpresa
y la incredulidad... De manera que continuamos con nuestros
aplausos suponiendo que se trataba de alguna chanza del Art
Ensemble. Los aplausos dieron el fruto deseado y la formación
volvió a aparecer en escena para interpretar una brevísima
pieza y dejar los instrumentos, saludar al público
(que de nuevo estaba estupefacto) y dejar el escenario. Don
Moye y Roscoe Mitchell ni siquiera abandonaron el mismo tras
las cortinas, sino que se bajaron por la parte frontal y se
fueron a la entrada a montar una mesa de camping en la que
colgaron en un cartón la oferta que ofrecían:
una revista italiana con un especial sobre el AEOC (que incluía
de regalo un cd con un concierto en Francia del 97, y en cuya
portada se mostraba su precio: 8 euros), otro cd con un directo
en Montreux con caja de cartón simple (sin carcasa,
ni digipack, ni nada de nada), un par de pósters de
los años 90 y un sombrero, por 35 €... Dos verdaderos
hombres de negocios, sí señor...
Al margen de esta anécdota, decir que en general el
público parecía dividido entre los que gozamos
el concierto de manera casi religiosa, y los que salían
totalmente exasperados, como si les hubieran robado el dinero
o algo así... A mi, personalmente, todavía me
dura la sonrisa de quien vive un gran momento musical tan
espontáneo como el que pudimos vivir aquella noche.