Comentario:
Maestro Iturralde
El cuarteto que dirige el maestro navarro abrió anoche
la VII Semana de Jazz de Caja de Ávila con un concierto
magnífico en el que sus protagonistas dieron una lección
de calidad y entrega
Pedro Iturralde, maestro de músicos, cimiento fundamental
del jazz en España, ofreció anoche en Ávila,
liderando al cuarteto al que presta su nombre, un concierto
sensacional, una lección de música de esas que
se disfrutan desde el sentimiento y desde la razón, de
esas que dejan huella en quienes tienen el privilegio de escucharla.
Inauguraba la presencia de Pedro Iturralde Quartet la VII Semana
de Jazz de Caja de Ávila, con el Auditorio lleno (a las
20,15 se cerraron las puertas porque el aforo estaba ya completo)
y una expectación casi reverencial que en absoluto se
vio defraudada... todo lo contrario, porque el cuarteto, con
un genial y entregado Iturralde a la cabeza, dio toda una lección
de buen hacer.
Tras arrancarse con un trabajo ‘prestado’, el concierto
se centró en la interpretación de temas compuestos
o arreglados por el propio Iturralde, la mayor parte de ellos
incluidos en Etnofonías, un disco a través del
cual rinde homenaje a las músicas tradicionales de varios
lugares del mundo, adaptándolas al jazz.
Se abría este capítulo, que Iturralde definió
como «un viaje por el mundo a través de la música»,
con la ya ‘clásica’ Suite Helénica,
una obra maestra que rinde homenaje a esa música griega
que tan bien conoce y en la cual supo descubrir fuertes nexos
con el flamenco. El intenso y fascinante «viaje»
continuó luego por Portugal (con la interpretación
de la obra Solideo), Andalucía (tierra de la que sonaron
los temas de Manuel de Falla Nana y La danza del fuego fatuo
del Amor Brujo) y Francia (con El himno al amor de Edith Piaff,
al final del cual se ‘colaron’ unas notas de su
inolvidable La vie en rose).
Y entonces Iturralde, que cierra los ojos cuando entra en comunión
con sus instrumentos para ser uno solo con ellos, desvelarles
el alma y compartirla con sus oyentes, sorprendió al
público con un inesperado regalo que se sumaba al uso
indistinto, siempre magistral, del clarinete y de los saxos
tenor y soprano. Los músicos que le acompañaban
(Mariano Díaz al piano, Carlos Carli a la batería
y Miguel Ángel Chastang al contrabajo) abandonaron el
escenario, «porque los jóvenes se cansan»,
bromeó el maestro, y él se puso al piano para
interpretar, como solista, un homenaje a Federico García
Lorca en el que hizo sonar una de sus Baladas y el Zorongo gitano.
El público, ya entregado desde hacía mucho tiempo,
encontraba un nuevo motivo para el disfrute y el agradecimiento
por tanta entrega en esa velada magnífica.
Volvió a reencontrarse el cuarteto sobre las tablas del
Auditorio y, de nuevo al completo, atacaron una parte de las
Danzas fantásticas de Joaquín Turina (nueva parada
en el sur de España), interpretación en la que
cupieron, regaladas durante unos instantes, otras obras maestras
de la música clásica o tradicional española,
como el inolvidable Concierto de Aranjuez de Joaquín
Rodrigo.
Tras tanta entrega hubo un bis, reencuentro con el público
para el que Iturralde eligió un bellísimo tema
de la chanson francesa: Les feuilles mortes.
Más de noventa minutos que se pasaron en un suspiro.
Una hora y media de música magistral que, además
de un concierto, fue una intensa experiencia.