Comentario: Javier Paxariño
y Baldo Martínez, sin lugar a dudas dos de los más
destacados improvisadores del jazz español (que ya habían
coincidido en el Javier Paxariño Grupo entre 1992 y 1994)
presentaron por primera vez en público su nuevo proyecto
junto a “Coeval”, Juan Carlos Blancas, quien tuvo
a su cargo el que pareció ser el instrumento estrella
del festival: el laptop.
El “cuarto componente” del grupo, _axón-,
es una aplicación informática diseñada
por Coeval, que actúa emitiendo sonidos en función
de los gestos de los instrumentistas captados por unos sensores.
El grupo mostró una estimulante voluntad de riesgo
con una oferta muy experimental, sin concesiones a la galería.
Si bien la actuación enseñó algunas líneas
interesantes y hubo ciertos momentos de una hermosa intensidad,
en general dio la impresión de que el resultado se
quedaba por debajo de la suma de las partes.
Los temas presentados -bastante extensos- nacían con
sonidos casi imperceptibles, como si la música fuese
un ser vivo del que al principio sólo nos llegaban
unos latidos. Un ser que poco a poco iba poniéndose
de pie y comenzaba a andar, a experimentar, a descubrir nuevos
territorios. Entre las texturas de flauta y clarinete bajo
de Javier y el sonido profundo de Baldo, iban cayendo de un
modo casi aleatorio las descargas sonoras de Coeval (quien
tuvo que vérselas con un ordenador que, como queriendo
dar todo un testimonio de improvisación, decidió
colgarse en medio del concierto). Tal vez por estos problemas
técnicos, el papel de Coeval fue demasiado secundario,
limitándose a comentar algunas intervenciones de sus
compañeros o a proponer un fondo sonoro.
La interacción entre Baldo y Javier no fluyó
con la magia que algunos esperábamos. Tal vez tuvo
que ver un poco el nerviosismo provocado minutos antes por
una prueba de sonido que –según pudimos saber-
no fue muy afortunada… O quizá ocurrió
que los intérpretes transitaron senderos demasiado
herméticos. O puede ser que al grupo aún le
falte madurar un poco más la dirección musical…
De todas maneras, son también consecuencias que hay
que asumir cuando unos músicos deciden con total honestidad
jugársela en una apuesta muy fuerte por la libre improvisación.
Los buenos momentos del concierto vinieron en su mayoría
del contrabajo de Baldo Martínez, en particular un
solo magnífico en el que parecían darse la mano
el virtuosismo de aquel que ya lo sabe casi todo acerca de
su instrumento con la frescura de quien lo mira por primera
vez y decide explorarlo de arriba abajo, haciendo que las
cuerdas fueran frotadas en toda su extensión por el
arco con movimientos transversales o circulares, percutiéndolas
deliciosamente con un palito o haciendo girar el cuerpo del
contrabajo para jugar con las resonancias que llegaban al
micrófono. Pero en cuanto Baldo buscaba un diálogo
con los otros dos tercios del grupo o dejaba el protagonismo,
el interés decaía y la música adolecía
de una patente falta de dirección.
Por más que ya desde el nombre nos lo pongan un poco
difícil, habrá que seguirle los pasos a 3 +
_axón-. Estos músicos tienen mucho para dar
de sí.
Sergio Zeni y Diego Sánchez-Cascado