Comentario: Como ya es tradición
en este festival organizado por la asociación Musicalibre,
le correspondía a la orquesta F.O.C.O., conducida por
un director invitado, clausurar la décima edición
del Hurta Cordel.
Con anterioridad habían estado al frente de este colectivo
de improvisadores (a estas alturas ya una de las orquestas
más consolidadas de Europa en su tipo) nombres como
Butch Morris, Peter Kowald, Lê Quan Ninh, Steve Beresford,
Roland Remanan o Dave Tucker. El elegido para esta ocasión
fue el estadounidense Walter Thompson, una persona que, con
su aspecto de no haber roto un plato, se dedica a dinamitar
las fronteras que puedan existir entre música, teatro,
baile y artes visuales. Un hombre que ha dirigido a músicos
como Anthony Braxton, Dave Douglas, Thomas Chapin , George
Cartwright, Leroy Jenkins, Mark Feldman, Vinny Golia, Ed Schuller
o Pablo Aslan.
Antes de que los músicos saliesen a escena, ya comenzaron
a llegarnos sus sonidos: un par de descargas caóticas
de voces y vientos a las que le siguieron otras más
disciplinadas. Inmediatamente después, los diecisiete
músicos entraron en escena, unos haciendo sonar sus
instrumentos, otros arrancándole crujidos a unas botellitas
de plástico. Casi todos traían un aire descaradamente
lúdico, algunos incluso lucían unas brillantes
pelucas de cotillón. Era el comienzo de la fiesta.
Walter Thompson se plantó en el centro de la escena
y comenzó a mostrar esa técnica de composición
/ dirección que él ha creado y denominado soundpainting.
Un código de unos 750 signos gestuales, con una aparente
similitud con el lenguaje para sordos, y del que en los días
previos le había enseñado una pequeña
–gran- parte a los componentes de la F.O.C.O.
Respondiendo a las indicaciones del director los integrantes
de la orquesta no sólo fueron improvisando con sus
instrumentos, sino también con declamaciones, gestos,
inflexiones, risas, broncas, jadeos, expresiones de júbilo,
de temor, de placer… También jugaron con sus
cuerpos poniéndose de pie y sentándose sucesivamente,
posando en silencio en determinadas posturas, bailando con
total libertad… Un auténtico collage en el que
el humor estaba siempre a flor de piel de un modo muy estimulante.
Tras los primeros aplausos, desde el patio de butacas saltó
al escenario con su aspecto de bailarina, Jennifer Rahfelt,
la ayudante del director. Cada uno de ellos se dedicó
a dirigir media orquesta, lo cual le imprimió a la
conducción un gran dinamismo.
Y ya para continuar derribando barreras, terminada esa intervención,
Thompson se lanzó a dirigir a la orquesta y al público
en un divertido juego de llamadas y respuestas que poco a
poco se fue haciendo más complejo, incluyendo vocalizaciones,
improvisaciones verbales, movimientos de baile… Siempre
con una gran dosis de libertad, desafío y alegría.
Evaluar una performance multidisciplinaria de este tipo desde
un punto de vista puramente musical no tendría mucho
sentido, pero de todas maneras hay que decir que el trabajo
de Thompson en este aspecto, sin alcanzar seguramente las
cotas que consigue al frente de su propia orquesta, mantuvo
en todo momento enganchado al auditorio con sus composiciones
improvisadas, apoyadas en gran medida en su capacidad para
generar una sorpresa tras otra. En cuanto a la F.O.C.O, respondió
muy bien, con unos músicos atentos y muy motivados
que dejaron detalles de gran factura. Si bien se podrían
destacar algunos solos muy conseguidos, la gran protagonista
fue la orquesta.
Pocas veces la libre improvisación suena tan cercana,
fresca, divertida y, desde luego, terapéutica como
lo hizo en la última noche del Hurta Cordel 2006. Las
sesiones de soundpainting le sientan de maravillas al cuerpo.
Sólo había que ver las caras con las que los
músicos y el público iban abandonando la sala.
Sergio Zeni