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ORQUESTA F.O.C.O.
X Festival Internacional de Improvisación Hurta y Cordel

  • Fecha: 3 de Febrero de 2006.
  • Lugar: La casa encendida (Madrid)
  • Componentes:
    Orquesta F.O.C.O.
    Dirección: Walter Thompson.
    Ayudante de dirección: Jennifer Rahfelt.

© Pablo Neustadt 2006
  • Comentario: Como ya es tradición en este festival organizado por la asociación Musicalibre, le correspondía a la orquesta F.O.C.O., conducida por un director invitado, clausurar la décima edición del Hurta Cordel.

    Con anterioridad habían estado al frente de este colectivo de improvisadores (a estas alturas ya una de las orquestas más consolidadas de Europa en su tipo) nombres como Butch Morris, Peter Kowald, Lê Quan Ninh, Steve Beresford, Roland Remanan o Dave Tucker. El elegido para esta ocasión fue el estadounidense Walter Thompson, una persona que, con su aspecto de no haber roto un plato, se dedica a dinamitar las fronteras que puedan existir entre música, teatro, baile y artes visuales. Un hombre que ha dirigido a músicos como Anthony Braxton, Dave Douglas, Thomas Chapin , George Cartwright, Leroy Jenkins, Mark Feldman, Vinny Golia, Ed Schuller o Pablo Aslan.

    Antes de que los músicos saliesen a escena, ya comenzaron a llegarnos sus sonidos: un par de descargas caóticas de voces y vientos a las que le siguieron otras más disciplinadas. Inmediatamente después, los diecisiete músicos entraron en escena, unos haciendo sonar sus instrumentos, otros arrancándole crujidos a unas botellitas de plástico. Casi todos traían un aire descaradamente lúdico, algunos incluso lucían unas brillantes pelucas de cotillón. Era el comienzo de la fiesta.

    Walter Thompson se plantó en el centro de la escena y comenzó a mostrar esa técnica de composición / dirección que él ha creado y denominado soundpainting. Un código de unos 750 signos gestuales, con una aparente similitud con el lenguaje para sordos, y del que en los días previos le había enseñado una pequeña –gran- parte a los componentes de la F.O.C.O.


    © Pablo Neustadt 2006

    Respondiendo a las indicaciones del director los integrantes de la orquesta no sólo fueron improvisando con sus instrumentos, sino también con declamaciones, gestos, inflexiones, risas, broncas, jadeos, expresiones de júbilo, de temor, de placer… También jugaron con sus cuerpos poniéndose de pie y sentándose sucesivamente, posando en silencio en determinadas posturas, bailando con total libertad… Un auténtico collage en el que el humor estaba siempre a flor de piel de un modo muy estimulante.

    Tras los primeros aplausos, desde el patio de butacas saltó al escenario con su aspecto de bailarina, Jennifer Rahfelt, la ayudante del director. Cada uno de ellos se dedicó a dirigir media orquesta, lo cual le imprimió a la conducción un gran dinamismo.

    Y ya para continuar derribando barreras, terminada esa intervención, Thompson se lanzó a dirigir a la orquesta y al público en un divertido juego de llamadas y respuestas que poco a poco se fue haciendo más complejo, incluyendo vocalizaciones, improvisaciones verbales, movimientos de baile… Siempre con una gran dosis de libertad, desafío y alegría.

    Evaluar una performance multidisciplinaria de este tipo desde un punto de vista puramente musical no tendría mucho sentido, pero de todas maneras hay que decir que el trabajo de Thompson en este aspecto, sin alcanzar seguramente las cotas que consigue al frente de su propia orquesta, mantuvo en todo momento enganchado al auditorio con sus composiciones improvisadas, apoyadas en gran medida en su capacidad para generar una sorpresa tras otra. En cuanto a la F.O.C.O, respondió muy bien, con unos músicos atentos y muy motivados que dejaron detalles de gran factura. Si bien se podrían destacar algunos solos muy conseguidos, la gran protagonista fue la orquesta.


    © Pablo Neustadt 2006

    Pocas veces la libre improvisación suena tan cercana, fresca, divertida y, desde luego, terapéutica como lo hizo en la última noche del Hurta Cordel 2006. Las sesiones de soundpainting le sientan de maravillas al cuerpo. Sólo había que ver las caras con las que los músicos y el público iban abandonando la sala.

    Sergio Zeni