Comentario: Para más
de un aficionado al jazz, el Hurta Cordel 2006 quedará
marcado por la reconfortante posibilidad de haber podido asistir
a uno de esos conciertos que no suelen abundar en la mayoría
de los festivales jazzísticos de nuestra geografía,
en los que la programación parece estar más pendiente
del nombre de los músicos que del carácter innovador
que puedan llegar a tener sus propuestas.
Con el Susie Ibarra Trio llegaron al auditorio de La Casa
Encendida tres destacados integrantes de la escena neoyorquina
del llamado jazz de vanguardia. Músicos que, como es
habitual en estos contextos, participan también en
otros proyectos muy variados.
Ibarra ha tocado con gente como John Zorn, Dave Douglas,
Yo La Tengo, Derek Bailey, William Parker, John Lindberg,
Wadada Leo Smith, Mark Dresser, Pauline Oliveros o nuestro
Agustí Fernández. Podemos encontrarla haciendo
jazz, música de cámara contemporánea,
improvisación libre, rock alternativo, música
para niños, electrónica e incluso componiendo
ópera (“Shangri-la”).
Jennifer Choi, además de formar parte de este trío,
colabora regularmente con destacadas orquestas sinfónicas
y grupos de música de cámara estadounidenses.
Siempre en la órbita del prestigioso sello Tzadik,
ha grabado con Wadada Leo Smith, con Christian Wolf y, en
varias ocasiones, con John Zorn.
Craig Taborn, por su parte, ha colaborado con músicos
como James Carter (donde se dio a conocer), Roscoe Mitchell,
Tim Berne, también con Leo Smith, Dave Douglas o –¡vaya
casualidad!- John Zorn, y sus discos como líder han
sido muy bien recibidos por la crítica: “T.S.:
Craig Taborn Trio” (1994), “Light Made Lighter”
(2001) y el electrónico “Junk Magic” (2004).
El concierto del pasado miércoles, que los músicos
quisieron dedicar al recientemente fallecido Derek Bailey,
dejó claro el impresionante potencial de esta formación
cuyo sonido oscila entre el jazz y la música de cámara
contemporánea.
Su propuesta se diferenció bastante de las distintas
actuaciones que le precedieron en este festival en el sentido
de que, si bien hubo mucha libertad y mucha improvisación,
se notó que el grupo trabajaba sobre una base preestablecida.
Aquí había, por ejemplo, un repertorio largamente
trabajado, una trayectoria común de más de cinco
años y una dirección musical, por parte de Ibarra,
con las ideas muy claras.
Todo esto dio pie a que la interacción que surgía
entre los músicos tuviese una fluidez muy intensa,
destacando especialmente los contrastes que se establecían
entre las cuerdas de Choi y la percusión de Susie,
mientras Taborn, quizá sin tanta presencia como algunos
hubiésemos deseado, actuaba generalmente como un habilísimo
aglutinador. De más está decir que la técnica
exhibida por los tres fue impresionante. No sólo por
el dominio que ejercían sobre sus instrumentos, sino
también por la personalidad con que lo hacían,
confiriéndole al sonido del trío un carácter
muy singular.
Desde el solo con el que abrió el concierto, Ibarra
se mostró como una gran batería sin necesidad
de hacer alardes de velocidad, ni de dureza. Y dejó
claro que para elaborar su música, tan importante es
el uso de las baquetas como el de otros recursos. Percutiendo
con las manos o las mazas su sonido adquiría por momentos
un aire primitivo, casi ancestral. Algo que también
podía sentirse cuando frotaba contra los platos y los
parches sus pequeños címbalos o sus manojos
de caracolas, o cuando entraban en juego sus escobillas. Texturas
de una exquisita fisicidad en la que cada elemento parecía
ser una extensión de su cuerpo uniéndose y separándose
del cuerpo del instrumento. Susie toca la batería como
si danzase con ella, como si celebrase un íntimo ritual
que la colma de energía. Pero, por encima de todo,
Ibarra fue un verdadero líder que, sin acaparar ni
mucho menos el protagonismo, dirigió y marcó
las direcciones musicales del trío, con gestos y miradas
pero, sobre todo, con sus percusiones.
Jennifer mostró ser una todo terreno apabullante.
Situada en el centro del escenario, acaparó protagonismo
–tal vez demasiado- a modo de “violin hero”.
Montada en un virtuosismo implacable, esta violinista es capaz
de llegar adonde haga falta. Choi conmovía con sus
espaciados solos introspectivos, con sus perfumes orientales,
con sus ataques desbordantes de frenesí o con sencillas
notas espaciadas que modificaba en textura e intensidad. Y
siempre con una seguridad y una variedad de recursos incontestables.
Si bien al escucharla es evidente que posee una fuerte formación
clásica, viéndola improvisar con esa libertad
(a veces, de un modo casi salvaje), no era fácil pensar
que tan sólo tres días antes había estado
en una iglesia de Madrid interpretando obras de Vitali, Leclair
o Bach.
En cuanto a Taborn, se podrá decir que su trabajo
no fue tan evidente, pero de ningún modo menos importante.
Con una facilidad pasmosa, el pianista mostró un conocimiento
musical enciclopédico, de jazz, clásica, funk,
rock y folk, utilizado siempre con buen gusto. Taborn es de
esos –escasísimos- músicos de gustos muy
eclécticos que se atreven con diversos estilos y consiguen
mostrarse convincentes en todos ellos sin dejar de anteponer
siempre su propia personalidad.
Destacar el alto grado de entendimiento entre los integrantes
del trío es una obviedad, pero quizá no lo sea
tanto señalar el contagioso ambiente de disfrute que
se vivió entre ellos. Con Susie, Jennifer y Craig,
la vanguardia no está reñida con la sonrisa.
El trío presentó seis piezas cercanas al mundo
de la música de cámara contemporánea,
de las cuáles sólo en una de ellas recurrió
a sonidos pregrabados: un suave tapiz de cantos de pájaros
sobre el que se interpretó la sugerente “Songbird
Suite”. Pero se trataba de piezas muy abiertas, con
un amplio espacio para la improvisación y, pese a haber
tan sólo tres músicos sobre el escenario, era
tal la cantidad de cosas que ocurrían, tal el “flujo
de información”, que uno podría escuchar
varias veces este concierto y disfrutar cada vez de nuevos
matices. Por ahora y hasta una próxima visita –no
seamos demasiado optimistas, esto es Madrid-, nos quedan sus
magníficos discos, “Songbird Suite” y “Folkloriko”
(ambos publicados por Tzadik).
Tras el último tema, los calurosos aplausos del público
consiguieron dos jugosas propinas, más musicales, más
rítmicas y, esta vez sí, con un mayor lucimiento
de Craig Taborn que puso las simpáticas notas finales
a un concierto memorable.
Sergio Zeni y Diego Sánchez-Cascado.