Comentario: Corta, pero
intensa. Así podría definirse la programación
que el Teatro Central ofrece, tanto en su ciclo Jazz en el Central
(que tiene lugar en el mes de noviembre) como en el de El Jazz
Viene del Sur.
En esta recién terminada edición de El Jazz viene
del Sur han sido cuatro las sesiones programadas; cuatro días
en los que el Central ha arriesgado con el proyecto de producción
propia de fusionar el flamenco del sevillano Diego Amador y
el jazz del francés Michel Portal; ha prendido fuego
a su patio de butacas con la presencia de los nórdicos
Atomic; ha apagado las llamas del día anterior con la
calma sosegada de Carme Canela y Lluís Vidal; ha reservado
una butaca en primerísima fila para los músicos
locales (el proyecto Callejeando del noneto de Manuel Calleja);
y ha sorprendido a todos los presentes con la contundencia del
directo de Louis Sclavis y sus descripciones urbanas de la cuidad
de Nápoles.
Fotografía: Luis Castilla.
Imagen cedida por el Teatro Central. Consejeria de Cultura.
Junta de Andalucía
El Central llevaba tiempo macerando la idea de involucrar a
Michel Portal en un proyecto que abrazase flamenco y jazz. A
la inmensidad de la música de Portal (no tanto por la
cantidad sino por la variedad de sus producciones), hemos de
sumar que el músico guarda una estrecha relación
con nuestro país, por lo que el implicarse en el proyecto
era una simple regla de tres o, más bien, la compleja
cuestión de ajustar el calendario. Esto por un lado.
Por otro, a día de hoy, hablar de piano y de flamenco
trae automáticamente los nombres de Chano Domínguez
y Diego Amador a la cabeza. Y fue el segundo, Diego, quien se
subió al escenario. Completaron la formación Luís
Amador al cajón flamenco, y un seguro en la firma de
este tipo de proyectos: Javier Colina al contrabajo, y el uruguayo
Guillermo McGill a la batería. Las cartas estaban puestas
sobre la mesa, pero la jugada no salió como estaba previsto.
La formación no cuajó excepto en momentos muy
puntuales de la noche. Portal hacía continuos gestos
a la rítmica de Colina y McGill para dar velocidad e
intensidad a los temas, pero ésta no respondía,
manteniendo unos márgenes de seguridad demasiado amplios.
Y si la rítmica no explotaba, entonces Portal tampoco
(reconozco que el recuerdo del concierto que Portal ofreció
hace unos años en el Central junto a Chevillon y Humair
me hace ser aún más crítico). Muchas miradas
de indecisión, de no saber el cuándo, el cómo
y el dónde de cada miembro del grupo. Al piano, Amador
tuvo buenos momentos, como el tema que presentó solo
a piano y cante, y hubo pasajes aflamencados en los que el sevillano
se creció, pero cuando el jazz se subía al escenario,
Amador limitaba sus registros y sus recursos, y los temas se
desaceleraban automáticamente. La presencia de Ana Salazar
tampoco aportó demasiado a la noche: Portal se calzó
el bandoneón, pero por tanguillos tampoco llegó
a encontrar el asiento sobre el que desarrollar las ideas. Lástima
que un tiempo de cocción insuficiente terminase por desdibujar
el interés suscitado por la propuesta del teatro.
Fotografía: Luis Castilla.
Imagen cedida por el Teatro Central. Consejeria de Cultura.
Junta de Andalucía
De la falta de cohesión del miércoles se pasó
a la precisión de la maquinaria nórdica: Atomic.
Dos semanas después del concierto, el riego sanguíneo
se me acelera cada vez que recuerdo el concierto. Es verdad
que desde el primer disco, Feet Music (JazzLand, ref.038 264-2),
este grupo no ha parado un solo segundo, y que la crítica
especializada (con motivos más que justificados) no ha
tenido reparos en cubrirlos de gloria; igualmente cierto es
que The Bikini Tapes (JazzLand, 987 154-1,2&3) muestra que
el potencial del grupo en estudio es sólo un reflejo
del de sus directos. Impresionante; impactante; y toda una lista
de adjetivos que se asocien a un recuerdo que quede grabado
a fuego. Un concierto que, desde un planteamiento completamente
cerebral, te agarraba las vísceras y te las descolocaba.
Con el clarinete o el tenor a modo de batuta, Fredrick Ljungkvist
iba marcando la evolución de los temas: los cambios de
ritmo, las entradas, la conversión en música de
figuras geométricas trazadas en el aire… Como buenos
estrategas, Atomic atacaba los temas y los cerraba en formación
de quinteto, pero una vez dentro del tema, el escenario se convertía
en un tablero de ajedrez: jugadas maestras a trío de
batería, contrabajo y saxo, trompeta, o piano; dúos
de viento, o de rítmica, o de piano y saxo; solos de
trompeta apoyados desde la retaguardia por el cuarteto…
Toda una estrategia con la que el grupo consiguió poner
en jaque a todos los presentes. Sin duda alguna, como formación,
Atomic tiene a día de hoy una posición de privilegio
ganada a pulso.
Y de la intensidad de Atomic, el festival derivó el viernes
hacia el proyecto Univers Miles del dúo de Carme Canela
y Lluís Vidal. Las líneas que merece la noche
están más destinadas a poner en duda el proyecto
del dúo que a otra cosa: una sesión de estándares
(Stella By Starlight, Someday My Prince Will Come, Old Devil
Moon, Love For Sale…) justificadas como parte del repertorio
de estándares que Miles Davis interpretó a lo
largo de su carrera. Así, sin más. Y cuando digo
sin más, he de añadir que las interpretaciones
de los temas fueron planas, como si de un dúo de los
años cincuenta se tratase. Ya puestos a homenajear a
Davis, qué menos que hacerlo revisionando armónicamente
temas que el trompetista hubiese firmado, o reinterpretando
temas (a la manera de Davis) que éste hubiese incluido
en su discografía. Dicho esto, queda añadir que
el concierto no estuvo mal: la voz de Carme Canela, bien afinada
y llena de sentimiento, estuvo acompañada por las precisas
notas de piano de Vidal (no recuerdo una sola nota que se escapase
de la estructura armónica de los temas). A destacar la
versión a ritmo de pasodobles de My Funny Valentine,
y una excepcional interpretación de I Loves You, Porgy.
Pero poco más.
Fotografía: Luis Castilla.
Imagen cedida por el Teatro Central. Consejeria de Cultura.
Junta de Andalucía
Al igual que el año pasado con el onubense Antonio Mesa,
el Central sigue buscando y encontrando un hueco para la proyección
de los músicos regionales. Inicialmente programado para
la noche del viernes, aunque finalmente incluido en la doble
sesión del sábado, el sevillano Manuel Calleja
presentó Callejeando, un noneto compuesto por un trío
de cuerdas, un trío de percusión, dos vientos
(saxos y trombón) y piano. El concierto comenzó
con el lenguaje de una fábula para niños de un
corte a dúo de chelo y violín. Pero la tónica
de los temas cambió radicalmente, y éstos pasaron
a desarrollarse a saltos bruscos entre el latin jazz, el flamenco
y el swing (trío de percusión para la ocasión:
batería para el swing, cajón para el flamenco
y cajas para el latin). Las vetas de las composiciones quedaron
demasiado expuestas, y aunque las interpretaciones fueron correctas,
la excesiva duración de los temas terminaba por agotar
las ideas de los músicos en sus solos.
Fotografía: Luis Castilla.
Imagen cedida por el Teatro Central. Consejeria de Cultura.
Junta de Andalucía
Fotografía: Luis Castilla.
Imagen cedida por el Teatro Central. Consejeria de Cultura.
Junta de Andalucía
El mismo sábado, y como parte de la doble sesión
de la noche, a la cimentada propuesta de Calleja siguió
el torbellino de sonidos de Louis Sclavis y su Napoli’s
Walls. El paisaje urbano como inspiración de la música;
un concierto con un hilo argumental desde la primera hasta la
última nota; un viaje con el ataque del rock, las bases
y los efectos de la electrónica, y la complejidad del
jazz como vehículos; sin tapujos ni prejuicios hacia
las nuevas tecnologías, sino, al contrario, haciendo
uso de éstas para proyectar los instrumentos hacia rincones
escondidos del panorama musical actual. El chelo distorsionado
de Vincent Courtois; los teclados, el theremin, la pocket trumpet
y la percusión electrónica de Médéric
Collignon; la guitarra de Hasse Poulsen (ésta la menos
sorprendente de todos). Y sobre este telón rasgado de
efectos, la limpieza y lo cristalino del soprano y los clarinetes
de Sclavis. Una vez más, impresionante, impactante. Sorprendió
la respuesta de un público que supo absorber la riqueza
conceptual del arriesgado proyecto de Sclavis.
Dos detalles más. Por un lado, las jam sessions organizadas
en el bar del teatro. El Félix Rossy Sextet ha sido el
grupo residente, un sexteto en el que encontramos al ahora pianista
Jordi Rossy, pero en el que el verdadero centro de atención
es el hijo de éste, Félix, que con doce años
incluye en su repertorio piezas firmadas por Freddie Hubbard,
Lee Morgan y Miles Davis. Es decir, tres de los máximos
exponentes del jazz en la época de mayor esplendor. La
habilidad de Félix con la trompeta ya da que hablar,
y justifican de sobra el porqué Jordi ha abandonado la
batería y se ha centrado en el piano (es de suponer que
como soporte armónico para la trayectoria del chaval).
De seguro, todos los presentes nos acordaremos de este nombre
dentro de 10 años (o menos).
Fotografía: Luis Castilla.
Imagen cedida por el Teatro Central. Consejeria de Cultura.
Junta de Andalucía
Por otro, y aunque sea cerrar el artículo con mal sabor
de boca, este año el Central ha prácticamente
regalado (a un precio de 6 euros) las master classes ofrecidas
durante la semana de conciertos. La, en algunos casos, nula
asistencia de alumnos a las clases parece que definitivamente
va a dar al traste con esta actividad extra ofrecida por el
teatro en próximas ediciones. ¿Quizá falta
de publicidad?
Obviamente, cabe preguntarse el porqué, pero en cualquier
caso, el resultado es una oportunidad que se les escapa de las
manos a los futuros músicos de esta ciudad.
Sergio
Masferrer