Comentario: Momentos antes
del comienzo del concierto del trío de Chema Saiz, Javier
de Cambra pronunciaba la conocida frase: “¡No es
lo que se toca, sino como se toca!”. Esto resultó
premonitorio a la hora de valorar a un músico cuya mayor
virtud es ésa precisamente.
Saiz parece tocar sustentado por un código, ¡tan
de moda hoy día!, del que hubiera que descifrar un
mensaje. Su música nunca es lo que parece y detrás
de la misma se esconde cualquier tipo de sonido imaginable
o inimaginable, ya sea boleros, chotis, rock, chachachás
o canciones infantiles: “Que llueva”, o “Mambrú”,
ambas de su último trabajo, Trio Album, que bien pudieran
servir de ejemplo.
Músico sin concesiones a la galería, va pronto
al grano del asunto, y es que su música y sus formas
nunca dejan indiferente a nadie: o se le odia o se le ama,
no hay término medio.
Así, sus conciertos se convierten en una aventura
de múltiples soluciones, siempre diferentes, siempre
sorprendentes, nunca sabe uno qué camino va a tomar.
Si, es cierto, la música está escrita, pero
no menos cierto es que la improvisación está
presente en sus conciertos, para fusionar un tema tras otro,
y parecer que es uno solo.
Durante el concierto hubo incertidumbre y hasta desconcierto
en ocasiones; tengo la impresión que no todos fuimos
capaces de entender exactamente qué derroteros tomaría
la música, y esto hizo parecer frío y distante
lo que allí se ofrecía (esto último es
una apreciación subjetiva).
En todo caso es igualmente cierto –y a esto no hay
que restarle un ápice de valor– que Chema es
un músico auténtico, de sentimiento a flor de
piel, trasgresor de todo lo que se pueda o no transgredir;
en su cerebro caben infinidad de músicas que afloran
sin piedad ni descanso para el oyente, apoyado en su excelente
técnica instrumental es capaz de tocar casi todo lo
que le echen.
Y no sólo eso: es además, un tipo diferente
que tiene la osadía de comenzar la velada interpretando
dos temas fundidos a guitarra sola –nunca antes estrenados–
el primero de ellos titulado “Chotis nº6”,
y el segundo “Memorandum” –inspirado en
Mario Benedetti– y por si esto no fuera suficiente,
acto seguido recita un poema de Quevedo.
Todo esto muestra bien a las claras que nada parecía
estar pensado, sino que las cosas iban a ir por donde la naturaleza
y la espontaneidad marcaran pauta.
Tanta amalgama de influencias, de idas y de venidas a lo
largo de la noche, tuvieron su bien merecida recompensa en
forma de reconocimiento por parte del sorprendido público,
que aplaudió sin cesar los “Malos Modales”de
un guitarrista descarado, disonante, y vanguardista, que sorprende
en cada entrega por su humor e inteligencia; y que por si
fuera poco sabe elegir a sus compañeros de viaje, Toño
y Borja, tanto monta, monta tanto.