Comentario: Tras el concierto
de Oregon el día anterior, que tan buen sabor de boca
dejó entre los aficionados, el quinteto de Bill Frisell
se mostraba como el plato fuerte de la XIX edición de
Jazz en la Costa, y la verdad, no defraudó.
El concierto fue todo un espectáculo de calidad. El
conjunto giró en torno a universos musicales cargados
de un nivel de abstracción que podríamos calificar
de friseliano, por la tipicidad exclusiva del lenguaje del
de Baltimore, apoyándose continuamente en la música
popular de su país con una liviandad que, aunque parece
atenuar el sonido, en realidad nos mantiene en una atenta
atmósfera de semigravedad.
La entereza y concentración de Frisell contrastaba
con el nervio y el sentido rítmico del que gozaba Tony
Scherr alrededor de su contrabajo, bailando con él,
golpeándolo, tumbándolo, mezclando dedos con
arco... Un espectáculo verlo tocar, tanto para la vista
como para el oído. Kenny Wollesen, cuyo parecido facial
con Woody Allen era notorio desde nuestros asientos, tocaba
la totalidad de la batería con una destreza admirable:
por arriba, por abajo, los platos al revés, los tornillos,
la madera... Estrujando hasta límites insospechados
la capacidad tímbrica de su instrumento, mientras Frisell
parecía luchar con sus aparatos electrónicos
cuando en realidad lo que hacía era grabar una base
sobre la cual ponerse a improvisar. Ron Miles y Greg Tardy,
situados a la izquierda del escenario, y casi de espaldas
al público, formaban un tándem perfecto en la
sección de vientos, con un sonido elegante que se enlazaba
perfectamente con la ligera guitarra.
Registros musicales que fueron desde el blues al pop, pasando
por infinidad de combinaciones todas de marcado acento norteamericano.
Otras veces, la música se aproximó más
a unos parámetros jazzísticos, en otras las
codas se alargaron hasta transformarse en una música
meditativa, que casi convirtió el escenario en un lugar
donde se produce una especie de ritual, ya que los músicos
prácticamente estaban colocados en círculo como
si tocasen para ellos solos. Un concierto que invitó
a la concentración, pues en ésta se aprecia
la grandeza de la música. Empalmando un tema con otro,
pasando por standards populares hasta desembocar en un estiradísimo
y celebradísimo “Baba Drame”, composición
del músico malinés Boubakar Traore.
Tras hora y cuarto tocando prácticamente sin parar,
el grupo se retiró para volver rápidamente gracias
a la ovación del público asistente. De nuevo,
ritmos dispares entre la sección de viento y la de
cuerdas, empotrados en el engranaje perfecto que sustenta
la rítmica de la banda, el bajo de Scherr y la batería
de Wollesen. Fue éste un concierto en el que Frisell
nos mostró sus diversas facetas guitarrísticas
de manera soberbia: los desarrollos suelen basarse en el solo
de los vientos mientras Frisell repite un patrón a
modo de punto de unión de la melodía general.
Un segundo bis inesperado, con la gente abandonando sus butacas
y teniendo que retornar a sus asientos, volvió a ofrecer
otro tema de estructura similar, una música para disfrutarla
durante toda la noche.