Comentario: Es la segunda
vez que tengo el placer de escuchar en directo a Jason Moran
y, en esta ocasión, bajo el cielo pontevedrés,
el pianista norteamericano me convenció hasta la médula.
La razón no fue, sin embargo, su competencia con las
teclas, con la que sobradamente me había emocionado en
aquella primera ocasión (en el festival de Guimaraes
acompañando a Ralph Alessi), sino el vigor, coherencia
y contundencia de su trío. Debo reconocer que, personalmente,
disfruto más con la escucha de la primera entrega de
esta formación (
The Bandwagon) que con
Same
Mother, cuyo repertorio abordaron en la plaza de la Herrería.
Pero para eso están los directos: para regalarnos sorpresas
agradables. Y ese repertorio apegado al blues como útero
en el que se ha gestado todo el devenir del jazz y otras músicas,
ese repertorio que parte de ideas sencillas, de estructuras
populares y fácilmente reconocibles… ese repertorio
creció en frondosidad, en posibilidades y en variopintos
guiños en manos de un trío de competencia ilimitada
que alcanzó cotas no registradas en sus grabaciones.
Su habilidad para partir de esas ideas escuetas y en un santiamén
deslindarse por las orillas de un
free suave y sublime
encandila al público y le lleva fácilmente de
la mano durante ese viaje. No importa si el puerto de partida
es un fragmento de stride, un simple rhythm&blues o una
melodía tan ñoña como la de "Planet
Rock": la singladura del triunvirato apunta siempre a costas
inadvertidas, a escalas y recovecos no registrados en las cartas
marinas. Tarus Mateen deja a un lado el swing y otras líneas
más rígidas para desbordar el escenario con un
continuum improvisado que acaba convirtiéndose en un
nuevo swing, barroco e imprevisible. Por su parte, Waits dirige
la intensidad del conjunto con guante blanco, arropando e impulsando
a un tiempo el viaje de sus compañeros. Su predilección
por los timbales y su estilo africano y libre me recordaron
al mejor Elvin Jones en una noche que fue su noche. Y Moran,
heredero de la capacidad lúdica de su maestro Jaki Byard,
traspasó fronteras con absoluta naturalidad, cogiendo
un poco de aquí y de allá, dejando en suspenso
los límites de la atonalidad para volver a ella a su
conveniencia, ensayando ataques furibundos y planteamientos
rítmicos a su antojo o acariciando con pocas notas…
Después del concierto pontevedrés comprendí
que si luce su sombrero de gángster es para que tal cantidad
de ideas no le salgan volando mientras se sienta al piano.
© 2006 Quinito L. Mourelle