Comentario: El programa
de Jazz Em Agosto 2006 fue pensado y elaborado como un homenaje
a John Coltrane y a la importancia que el músico norteamericano
tuvo en el desarrollo del jazz contemporáneo.
Así, además de los conciertos a los que nos
referiremos más adelante, el festival presentó
algunas iniciativas paralelas, todas ellas relacionadas con
Coltrane.
El músico inglés Evan Parker (un estudioso
de la obra de Coltrane que, como músico, está
influido por el legado del maestro) ofreció una conferencia
sobre los aspectos de la trayectoria musical de Coltrane,
abordando sobre todo temas relacionados con la segunda fase
de su cuarteto clásico. Por su parte, el crítico
estadounidense Larry Appelbaum, que trabaja en la biblioteca
del Congreso, en Washington, habló de su descubrimiento
de las grabaciones de 1957 de Thelonious Monk con Coltrane,
publicadas por Blue Note en 2005. Se programaron también
cuatro proyecciones del documental The Sound of Miles
Davis, realizado por Robert Herridge en 1959, que muestra
unas sesiones de grabación en las que aparecen Coltrane
(tocando el saxo alto, reemplazando a Cannonball Adderley,
que estaba indispuesto ese día), Miles Davis y Gil
Evans entre otros muchos.
En términos musicales, el predominio (poco frecuente
en Jazz Em Agosto) de las formaciones procedentes de Estados
Unidos se explica por el homenaje que Rui Neves quiso dar
al gran músico. Lo cierto es que en 2006, los numerosos
espectadores que este año acudieron a los auditorios
de la Fundación Gulbenkian pudieron asistir a conciertos
de muy buena calidad. Ha sido, en mi opinión, una de
las mejores ediciones de los últimos años, con
una gran variedad de propuestas que pasaron por el free y
el rock, por el jazz de cámara, por la electrónica
y las nuevas tendencias.
El primero de los conciertos corrió a cargo del cuarteto
Rova, que invitó a una serie de grandes improvisadores
a revisitar en directo Ascension, esa monumental
obra de Coltrane, reinterpretada (y arreglada) ahora por los
cuatro sopladores estadounidenses. En “Rova: Orkestrova
Electric Ascension”, John Raskin y Larry Ochs dirigieron
a un grupo de excelentes músicos entre los que destacó
la fuerza propulsora de Tom Rainey a la batería, que
sorprendió por la intensidad con que siempre acompañó
al conjunto así como por la sensibilidad ofrecida en
los diálogos con la electrónica de Otomo Yoshihide
y Thomas Lehn y de los demás instrumentistas. Fue un
concierto absolutamente excepcional, que recordaré
seguramente durante muchos años.
Al día siguiente fueron servidos dos platos seguidos.
A las 18:30 en el auditorio 2, Evan Parker se presentó
en solitario con su saxo soprano y, en contra de lo habitual,
que es tocar música totalmente improvisada o de “composición
instantánea”, acudió a Lisboa para revisitar
el universo de Coltrane, Thelonious Monk y Steve Lacy (o mejor,
de Steve Lacy tocando a Monk). Y qué buena actuación
ofreció, haciendo uso de una ejemplar técnica
de respiración circular que además le permite
tocar más de una nota al mismo tiempo, creando con
el saxofón unas líneas melódicas superpuestas
de gran intensidad emocional. Otra novedad fue escuchar a
Parker tocando temas de forma casi convencional, casi siempre
interpretados en los momentos más líricos del
concierto. Absolutamente extraordinario.
Por la noche, en el auditorio al aire libre, Nels Cline,
Andrea Parkins y Tom Rainey fueron capaces de conquistar al
público presente con una actuación en la que
mezclaron el rock, el noise y el jazz en un registro
experimental y de libre improvisación. Cline, tocando
una impresionante guitarra Fender Jaguar, hizo un uso intensivo
de los pedales, extrayendo de su guitarra sonidos poderosos
que encontraron eco en los acordes disonantes que salían
del acordeón (y, en ocasiones, del piano) de Andrea
Parkins. Tom Rainey demostró una vez más una
clase superior tocando en un contexto diferente al de la noche
anterior.
Para el sábado 5 de agosto estaban reservados dos
de los grandes conciertos del festival. Por la tarde, el estreno
mundial del trío que reunía en el mismo escenario
y sin red a Larry Ochs, Fred Frith y Le Quan Ninh. Este es
un ejemplo de concierto casi perfecto. Hubo una gran empatía
musical entre los tres, las intervenciones individuales nunca
se superpusieron a los intereses del trío y, a partir
de lenguajes aparentemente distintos, se creó un sonido
lógico y conjuntado. La complejidad de los lenguajes
fue la causa de que Larry Ochs tardase en entrar en el sonido
del grupo, pero lo hizo en un buen momento, ofreciendo detalles
absolutamente excepcionales, sobre todo cuando tocó
el sopranino. El elemento aglutinador del sonido del grupo
fue, casi siempre, el percusionista Le Quan Nihn, siempre
atento a los pormenores, diseñando escenarios con sus
percusiones, utilizando sobre todo un timbal como caja de
resonancia para explorar los potenciales rítmicos de
una serie de platos y artefactos. La única pega fue
el volumen excesivo de la guitarra eléctrica de Fred
Frith, que se superpuso al sonido del grupo en diversas ocasiones.
Un problema que un filtro hubiese resuelto fácilmente.
Para la noche estaba reservada una de las propuestas más
interesantes y arriesgadas del festival. Su nombre, “Mandarin
Movie”, no es ingenuo, pues revela una característica
esencial de la propuesta de este grupo. La música que
crea funciona como una banda sonora aleatoria que suscita
en el oyente reminiscencias de los más variados contextos
fílmicos. Es más una aventura generada por la
fiebre creativa del cornetista Rob Mazurek, llena de elementos
experimentales que tanto toman inspiración del rock
como de las propuestas más arriesgadas de la nueva
música electrónica. A una base rítmica
dura, formada de bajo acústico y eléctrico simultáneamente
y el batería de Chicago Frank Rosaly (compañero
en algunas ocasiones de Ken Vandermark), que marcó
el sonido del grupo con una pulsación de rock, Mazurek
y Steve Swell respondieron con unos registros delirantes a
los vientos, tanto naturales como procesados, que revelaban
parcialmente el misterio de la historia que nos iban contando.
El suspense fue provocado casi en su totalidad por las intervenciones
de Alan Licht, un guitarrista que toca esencialmente con texturas
y feed-back, ampliando la música del grupo con registros
sonoros que aumentan el misterio y la tensión necesarias
en una buena historia. Hay que hacer notar que fue uno de
los conciertos más largos del festival, aunque al final
se nos pasó volando.
Domingo día 6: Le Quan Ninh en solitario. El espectáculo
dio comienzo con el músico francés haciendo
vibrar dos juncos, que percutían en el aire con movimientos
circulares rápidos. Fue el motivo para cerca de una
hora de pura magia. De nuevo con su timbal proyectó
registros tímbricos y texturas envolventes, recorriendo
a una panoplia de platos, tazas y varios tipos de maderas
que le permitieron crear muy variadas dinámicas que
establecieron la velocidad del discurso. Lo que impresiona
es que dentro de la aparente simplicidad de estos procesos
se percibe una riqueza musical impresionante acompañada
de una técnica instrumental indiscutible. Por allí
pasó una corriente acústica continua, una música
a medio camino entre el jazz y una tierra incógnita.
Hay que señalar que Ninh dedicó su concierto
a las personas que estaban sufriendo en el Líbano,
demostrando, además de una gran sensibilidad musical,
un importante sentido del deber cívico que fue muy
aplaudido por todos. Gracias.
Por la noche, le tocó el turno en el auditorio al
aire libre a la Corkestra de Cor Fuhler y, a pesar de la calidad
de los músicos presentes, fue en mi opinión
el concierto menos logrado de esta edición. Y ello
se debió a que las composiciones y arreglos nunca dieron
libertad a los solistas para realizar unas intervenciones
verdaderamente espontáneas. Lo que le faltó
a esta Corkestra fue emoción. Las composiciones son
buenas, como también los músicos y las ideas,
que nos remiten a universos interesantes como la canción
popular francesa o la música gitana de los Balcanes.
Pero el conjunto estuvo siempre demasiado restringido a los
arreglos y ni Ab Baars ni Tobias Delius consiguieron salirse
realmente del corsé de los temas. De todos modos, salí
contento del concierto por la excelente primera semana del
festival y aguardando con ansiedad la continuación
de las actuaciones en la siguiente.
Una semana que comenzó muy bien con el proyecto “Junk
Magic” liderado por el teclista Craig Taborn, que acudió
a Lisboa a presentar un espectáculo interesante, con
unos registros electrónicos similares a lo que ya conocíamos,
no solo del disco de la banda, sino sobre todo, por las dos
anteriores grabaciones para Thirsty Ear, a su nombre y como
acompañante de otros músicos. Aquí la
novedad reside en el aprovechamiento más intensivo
del potencial creativo de Mat Maneri, siempre en un primerísimo
plano, que abre el sonido del grupo o lo enfatiza, en unísonos
de gran belleza con el saxofonista Mark Turner. Importante
fue también la excelente participación de Dave
King, batería de Minneapolis integrante del trío
Bad Plus, que aquí siempre estuvo muy metido dentro
del sonido del grupo, alternando registros acústicos
con otros más electrónicos, marca de la casa
en este conjunto.
Al día siguiente, el batería John Hollenbeck
trajo a Lisboa su Claudia Quintet, un grupo interesante y
bastante rodado dentro de la escena del Downtown neoyorkino.
Me llamó la atención desde el primer momento
que en un escenario tan grande los músicos estuviesen
situados muy próximos entre sí. Más tarde
comprendí que era una consecuencia casi indispensable
de la música del conjunto. La música fue siempre
muy física y las composiciones de Hollenbeck permitían
la interacción espontánea entre los artistas.
Lo que se puede decir de este grupo es que presentó
una música de gran calidad -aunque no tan rompedora
como se anunciaba en el programa- servida por buenos instrumentistas
que se conocen desde hace mucho tiempo –a través
de esta y de otras experiencias- y que aprovechan este hecho
para tocar con alegría registros que se sitúan
a veces entre el newjazz, el rock y algunas incursiones dentro
del pop. Sobraron las palabras con que Hollenbeck nos brindó
la explicación del sentido de su música, en
un registro más próximo al de los monólogos
cómicos. Hollenbeck es un buen baterista y compositor,
pero como Seinfeld deja mucho que desear. Un aspecto que deberá
revisar.
Para el último día del festival se reservaron
dos propuestas muy distintas; a las 18:30 subieron al escenario
del auditorio 2 de la Fundación los Lisbon Improvisation
Players, un grupo de geometría variable liderado por
el saxofonista portugués Rodrigo Amado, que esta vez
se presentó con el contrabajista Pedro Gonçalves
y el batería Bruno Pedroso. Como invitado del trío
hasta completar un competente cuarteto figuró el gran
trompetista de Dallas Dennis González. Asistimos a
una extraordinaria sesión de freebop, que revela el
estado artístico de Rodrigo Amado. Como músico
crece día a día y me parece hoy una figura ineludible
de lo que se está haciendo en este área. No
es casualidad que en sus proyectos participen algunos de los
mejores músicos portugueses así como grandes
figuras del jazz internacional. La improvisación marcó
una vez más un concierto en el que abundó el
swing, la energía y la complementariedad entre estos
cuatros buenos improvisadores, creando composiciones espontáneas
comprometidas estéticamente con el jazz más
puro. ¿Quién dice que el free es un obstáculo
para realizar un jazz vinculado a la tradición?
Para cerrar Jazz Em Agosto 2006, estaba reservado un regreso.
Anthony Braxton, tras haber acudido en 2000 con su Ghost Trance
Ensemble Music en un concierto fenomenal que quedó
en la memoria de muchos de los asistentes, en un año
excepcional que hizo historia. Por eso había grandes
expectativas y lo mínimo que se puede decir es que
Braxton las cumplió con creces, esta vez encabezando
un sexteto en donde además del maestro, tocaron nombres
como Chris Dahlgren al contrabajo y Jay Rozen a la tuba. Fue
una actuación con un único tema, en el que los
músicos alternaron la ejecución del abundante
material escrito con momentos libres. La pieza, emotiva a
la vez que muy cerebral, mostró un trabajo compositivo
con influencias de todas las fases de su carrera, desde los
discos conceptuales en que Braxton creó su propia iconografía
musical, con composiciones más arraigadas en la tradición,
hasta las fases más orgánicas, de los cuartetos
y de las revisiones tradicionales. La verdad es que este gran
señor volvió a sorprender, innovó y,
sobre, todo encantó al numeroso público que
acudió al auditorio al aire libre para verlo y darle
un merecido homenaje. Un final a lo grande para una de las
ediciones más importantes de los últimos años.