Comentario: Tras el fallido
intento y posterior suspensión de la primera jornada
de este CompluJazz ’06 debida a la fuerte tormenta, caída
momentos antes de la actuación de Llibert Fortuny Electric
Quintet y del posterior Randy Brecker-Bill Evans Soulbop Band,
el público volvió a asistir en gran número
y, con algo de recelo cada vez que miraba el cielo, deseando
que esta vez si acompañara lo meteorológico.
Con puntualidad suiza salió al escenario la animosa
y joven Big Band UCM, que nos amenizó la primera parte
de la velada, con temas de los Beatles, Herbie Hancock y Santana.
Más de 60 minutos que hicieron disfrutar a familiares,
amigos y público en general, que despidió a
la orquesta con aplausos.
Pero a quien todos querían ver, era a María
João, la gran diva del jazz portugués, precedida
de una gran y merecida fama de artista sin par.
En temas como “Preto e Branco”, el comienzo se
convierte en una suave brisa, para tornar en un huracán
de eterna expresión infantil, que desemboca en un prodigioso
dúo de Mario y Frazão al que María no
es ajena –ni mucho menos– con su danza en el fondo
del escenario.
Y es que María, no es una cantante al uso, su originalidad
la lleva más allá de los cánones establecidos,
y su expresividad rompe moldes de sensualidad hecha poesía.
En ocasiones parece estar poseída por un espíritu
que la convierte en “médium.”
Su voz se transforma en tonalidades de diferente procedencia,
alternándose rabietas infantiles, sonidos guturales
masculinos, que parecen dialogar con un alguien imaginario.
Vive lo que hace, hace lo que vive, es una luminaria que
todo lo ciega, pero con su generosidad y amor, no llega a
oscurecer en momento alguno a sus músicos, a los que
quiere y aprecia, e incluso piropea en su presentación
al público.
Habla de proyecto conjunto al referirse a Laginha –él
compone la música y yo las letras, ¡somos una
sociedad democrática!–, ¡guapo! refiriéndose
a Miguel Ferreira y a Yuri Daniel Souza. De magnifico músico
tilda a Alexandre Frazão.
Y es que esta mujer, de aspecto aniñado, no es la
mejor, simplemente es única, no se parece a nadie salvo
así misma; enamora a aficionados y no aficionados y,
su voz hipnotiza tanto como las sirenas lo hicieran con Ulises
en la Odisea.
Pero no sería justo olvidar, la no menos bella estampa
pianística de Laginha, que con su interpretación
poético-reflexiva, da sustento y magia, para que Maria
nos envuelva con su romanticismo lírico, albergado
en un rincón de su corazón.
Silencia a los que escuchan, y hace hablar a los truenos
que amenazaban con acompañar su canto profundo y sereno.
Como tampoco hay que dejar caer en saco roto, los bellos
solos de Yuri Daniel Souza al bajo, o el sobresaliente e imaginativo
de Alexandre Frazão, fino y sutil con las escobillas,
e inusitada potencia y control con las baquetas; ni tampoco
los ambientes y atmósferas creadas por Miguel Ferreira.
Casi 120 minutos, no parecieron suficientes, y el público
quería más.
“Un amor”, composición de María
y Mario, fue el “pedacito de cielo” que sirvió
de regalo final, para que la magia se perdiera como una suave
lluvia de notas, en la lejanía de la noche .