Comentario: Recuperado de
la enfermedad que le tuvo alejado de las salas de conciertos,
el maestro de Detroit vuelve a mostrarse muy activo a sus 77
años. Este mismo mes comenzó con cuatro noches
de actuaciones en el Birdland de Nueva York, continuó
con un seminario en Roma y de allí voló a España
para ofrecer un
workshop de cinco días en el
Taller de Músicos de Madrid. Su presencia en esta ciudad
fue una oportunidad para volver a escucharle en directo, que
los programadores del Bogui Jazz afortunadamente no dejaron
escapar.
Desde una hora antes del concierto, la cola que daba la vuelta
a la esquina del local anunciaba el llenazo absoluto que iba
a desbordar la sala.
Tras subir con cierta dificultad al escenario, el pianista
comenzó a darnos una lección de su arte. Después
de los dos primeros temas que sirvieron para entrar en calor
y ajustar algunos temas de sonido, flotó en el aire
una estremecedora ’Round Midnight que, por
si quedaba alguna duda, nos avisó del extraordinario
nivel que iba a tener el concierto. Si en estos años
Harris ha visto menguada su energía, su profunda sabiduría
hace que la sepa administrar de maravilla. Cuando comienza
a acariciar el teclado, la magia fluye y ya no desfallece.
La alegría con la que vive la música y su capacidad
para meterse al respetable en el bolsillo no han disminuido
ni un ápice. Para confirmarlo bastaba con verlo canturrear
sobre el citado tema de Monk, improvisar una canción
con la colaboración del público (a la que llamó
“Madrid 785”), divertirse improvisando sobre “A
Night in Tunisia”, pidiendo coros en “Salt Peanuts”,
sumergiéndose en una emotiva “A Time for Love”
a piano solo o poniendo a todo el mundo a bailar y a cantar
cuando cerró con “Nascimento”, un broche
de oro ya habitual en sus presentaciones.
Aunque parezca paradójico, este elegante seguidor
de Bud Powell, continúa sorprendiéndonos sin
cambiar para nada su estilo (en el que tampoco son ajenas
las influencias de Thelonious Monk y Tadd Dameron), quizá
porque la capacidad de sorprender es inherente a los grandes
talentos.
En cuanto a sus compañeros, Alex Milosevic estuvo
sobrio, preciso y siempre atento a las variaciones del líder,
mientras que a Jimmy Castro se le vio maravillosamente suelto,
exultante, con una chispeante fluidez de ideas que elevó
aún más el nivel del trío. Estaba claro
que el sevillano había ido a pasárselo en grande
y de hecho parecía ser quien más disfrutaba
del concierto.
Cuando la tradición está servida con esta mágica
y apabullante naturalidad, es un placer relajarse y olvidarse
por una noche de las vanguardias, los experimentos y las nuevas
búsquedas. Quienes se lo hayan perdido el pasado viernes,
deberían comprobarlo en la próxima visita que
nos haga Barry Harris. Aunque algunos anunciaban esta actuación
como la última oportunidad de verlo en Madrid, el pianista
se marchó con una amigable sonrisa y un rotundo “volveré”.
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Alex Milosevic |
Jimmy Castro |
Barry Harris |