Comentario: El morbo del primer concierto del ciclo de jazz patrocinado por la Fundación Caixanova no radicaba tanto en comprobar hasta qué punto el jazz sería el protagonista de la velada, sino en conocer las posibilidades de maridaje entre las composiciones y el estilo de Bosco y el vasto universo pianístico de Rubalcaba. Y para despejar sin ambages esa incógnita, me permitiría emplear una palabra de moda pero que, en este caso, resulta más precisa que ninguna otra: sinergia. El resultado de la suma fue, en efecto, mayor que el presumible según las reglas matemáticas. Bosco desplegó su artillería armónica y su particularísimo registro vocal en una atmósfera cortada por los patrones del
samba-canção y la batida de la
bossa nova, pero poderosamente impregnada por el registro personal del guitarrista. Éste puede presumir de aunar los mejores hallazgos populares, la sofisticación armónica y exquisitos ecos de una herencia africana que ya exploró con éxito su compatriota Baden Powell. Si bien la vertiente lúdica de sus recursos vocales podría parecer afectada, histriónica y hasta travestida, ese manantial de recursos se revela en directo puro y natural y, en consecuencia, reflejo de una personalidad musical
sui generis. Rubalcaba apostó por el mimetismo sin perder ni un ápice de su rúbrica. Acompañando o sembrando de solos la música de Bosco, el cubano se vistió de brasileiro y sobrevoló el teclado con la astucia y la elegancia de un duende. Ya en su terreno –en varias piezas a piano solo en el ecuador de la velada– se despachó a gusto evocando viejas melodías cubanas u obsequiando al público una versión enigmática de “Giant Steps” en la que la gracia de esos pasos coltraneanos emergió en los segundos finales de la pieza en una sugerente interpretación sincopada. En líneas generales el pianista tocó menos notas de las que se le presuponen a un virtuoso de su talla y administró los espacios con marcado sentido rítmico y magistral pertinencia. El repertorio, en su mayoría firmado por Bosco, viajó a través de su última grabación (
Malabaristas do Sinal Vermelho, de 2002), revisitó viejos éxitos (“Coisa Feita”) de su trabajo más laureado (
Comissão de Frente) y, cómo no, rindió tributo a Jobim en “Aguas de Março”, “Desafinado” y una versión a ritmo militar de “Fotografia” y también a Dorival Caymmi en un africano y cuasi modal “Vatapá”. El resto del grupo se mantuvo en una eficaz segunda línea aunque el batería Kilo Freitas asumió en algunos momentos mayor protagonismo. Lo dicho: 1+1=3.
© 2006 Quinito L. Mourelle