Comentario: Mentiría si dijera que conocía a estos dos músicos húngaros, de los cuales no había oído hablar, no había leído nada y, desde luego, no conocía su obra, por lo que asistir a su concierto suponía todo un ejercicio y una aventura. Antes de entrar, se hablaba y se especulaba sobre qué tipo de música podrían practicar y se especulaba con el free-jazz, pero lo cierto es que no existía un conocimiento concreto sobre el asunto. Así las cosas, lo mejor era sentarse en la butaca y bucear en las profundidades de su obra.
Salieron los músicos y lo hicieron con tanta naturalidad, que apenas nos dimos cuenta del comienzo del concierto, como si no fuera el principio, si no una prolongación de actuaciones anteriores. El juego de luces resultaba de lo más propio para la ocasión, con enfoques individuales, uno para cada músico, situados estos uno frente al otro.
En los primeros momentos, Akosh Szelevenyi dio rienda suelta a arrebatos de “elefante enfurecido”, con semitonos y usando la respiración circular. Frente a él se encontraba Gildas Etevenard, un percusionista que vale para todo y al que todo le vale. Ambos se prodigaron en diálogos de acción-reacción, de estímulo-respuesta, en composiciones a tiempo real y en improvisaciones mucho más cercanas a la música libre improvisada que a cualquier forma de jazz.
El tratamiento instrumental de Gildas Etevenard es inusual, por no decir imposible: utiliza un contrabajo hecho a mano −que se encuentra en posición horizontal− que unas veces fricciona con el arco, otras pellizca y en las demás simplemente golpea, como si de un instrumento de percusión se tratara. No le va a la zaga su compañero de andanzas, Akosh Szelevenyi, que emplea técnicas que me atrevería llamar “vocalsax” y que definiría como monólogos salidos de su boca en contacto con la lengüeta del saxo, produciendo sonidos guturales, de percusión o de cualquier otro género.
Después de todo, el concierto se convirtió en el “juego de las mil posibilidades”, que alimentó un sonido libre e incluso libertino, que solamente pueden alcanzar los oídos mas avezados y expertamente educados. Para mayor dificultad, un sólo tema −de una duración de unos sesenta minutos− completó el discurso de ambos músicos experimentales, lo que hizo mayor aún la dificultad de entendimiento de una música que, si se acerca al jazz, es por pura casualidad.
No obstante, este estilo libre improvisado puede ser hijo putativo del free-jazz en cierta medida, aderezado con pinceladas de música contemporánea y momentos de belleza étnica, sobre todo mediante la utilización de flautines indios y un juego completo de pequeñas campanas de penetrante timbre.
No quiero terminar sin exponer mis dudas sobre si la música libre improvisada es o no un estilo definido y tampoco quiero decantarme hacia sitio alguno, con respecto a si es o no una perversión musical. Sí quiero dejar abierto el debate para que cada cual opine, al igual que Akosh Szelevenyi y Gildas Etevenard dejaron el concierto terminado, pero abierto, dando la impresión de que no había finalizado, sino que continuará en algún lugar del espacio-tiempo.