Comentario: Es una verdadera lástima que un festival como es el de Otoño de Jaén, conformándose año tras año como la principal apuesta cultural de la provincia, cuente con un artista tan grande como es Kenny Barron y que el lugar donde se celebra el concierto, el pequeño y acogedor Teatro Darymelia, tan sólo vea ocupadas la mitad aproximada de sus butacas. Sin embargo, así hubo de ser, pese a la estupenda organización, que quizás debiera apostar por la promoción del jazz durante todo el año, si lo que pretende es la continuidad de su festival.
Ciñéndonos exclusivamente al concierto, decir que Barron fue el que nos tiene acostumbrados desde hace tiempo, el músico que se perfila como el gran heredero de una tradición pianística cimentada en el mainstream y el bebop. A su derecha, el contrabajista de Osaka Kiyoshi Kitagawa acompañó a la perfección al de Filadelfia, algo que quizás no se pueda decir del baterista Francisco Mela, que resultó excesivo en muchas de sus intervenciones. Los temas interpretados fueron en su mayoría standards, aunque también hubo espacio para algún que otro tema del propio Barron.
Tras comenzar con “For Ever Since”, Barron desplegó desde el principio todas sus habilidades mientras sus compañeros se limitaban a acompañarlo, tal vez demasiado contenidos, como si este tema no fuera sino un mero calentamiento. Ya en el segundo corte, Mela comenzó a desvariar con su batería, volviéndose excesivamente espectacular, sin mostrar demasiados recursos rítmicos que congeniaran con el sonido que configuraban la pareja piano-contrabajo.
En el siguiente pasaje del concierto, Kenny Barron prescindió de sus acompañantes, que abandonaron el escenario, para interpretar solo una pieza de Yusef Lateef en la que mostró al público jienense su impecable virtuosismo, tornando la melodía hacia un marcado acento latino al que, pasados unos diez minutos, se incorporaron Kitagawa y Mela. En este punto, el batería encontró terreno fértil sobre el que desarrollar sus estrategias musicales, y con un ritmo en el que el charles sólo se escuchó en momentos muy puntuales del tema, comenzó a incrementar la intensidad que necesitaba a base de incluir platos in crescendo.
Entre aplausos, Kitagawa realizó un inspirado solo que dio paso al de Mela, en el cual utilizaba la presión de su mano sobre el parche de la caja para aportar matices nuevos al sonido de su solo.
El siguiente tema fue una composición de Barron, uno de esos temas contenidos, que se escuchan mejor con el volumen bajo y los ojos cerrados, aunque Mela, tan efusivo él, se empeñase en destrozar dicho momento con otro exceso percusivo. Y cómo no, en el standard a continuación, volvió a suceder lo mismo. Parecía que Francisco Mela iba buscando que el oyente tuviese que hacer el esfuerzo de abstraerse hasta el punto de conseguir evitar la percusión del trío y quedarse tan sólo con el perfecto tándem que configuraban el contrabajo y el piano. Kitagawa soportando todo el peso melódico, que iba unido a la mano izquierda de Barron, y la derecha de éste adornando con barroquismo las florituras de cada pieza.
Tras hora y veinte de concierto y tras despedirse del público, el grupo reapareció para interpretar un solo bis, cargado de swing, que sirvió para despedir la velada entre aplausos de un público escaso, pero entregadísimo.