Comentario: Hay momentos
cruciales en la vida que son capaces de marcar la trayectoria
de un oído, momentos en los cuales ese oído goza
del privilegio de recibir una cascada de momentos sonoros que
se traducen en placer para la mente y el espíritu. Esa
clase de momentos que se podrían calificar como inolvidables
y que, con el paso del tiempo, se ensalzan en su grandeza y
se conforman como mito particular de quien tiene el privilegio
de vivirlos. Tal vez uno de esos momentos colectivos se vivió
la noche del lunes 6 de noviembre de 2006 en el Teatro de la
Maestranza de Sevilla: era la primera vez que Keith Jarrett,
Gary Peacock y Jack DeJohnette actuaban en Andalucía,
y el recuerdo que dejan de su paso por el sur de España
se ha vuelto imborrable.
Existía la duda de si el concierto sería una
larga experimentación a modo de mantras musicales o
si el trío optaría por ceñirse al desarrollo
de estándares, siendo ambos formatos los que desarrolla
el grupo desde hace más de dos décadas. Optaron
por la segunda opción, y comenzaron con un estándar
con el que marcaron las pautas de lo que sería el concierto.
La pureza del sonido, la pureza del jazz, se sentía
en cada nota que salía de las manos de Jarrett, de
Peacock -más compenetrado con el pianista que nunca-
y de DeJohnette, con una austeridad a la percusión
tan hermosa como los silencios de Monk. Comenzaba así
la primera de las dos partes en las que se dividió
el concierto. No tardó demasiado el pianista en levantarse
de la butaca, señal de que comienza a disfrutar y a
soltar sus manos sobre el piano. El siguiente tema, con un
desarrollo basado en un ritmo caribeño sobre el que
improvisaron, fue un intenso paisaje musical en el que DeJohnette
volvió a mostrar que con un perfecto juego de muñeca
sobre un par de platos y un pie firme en el bombo se puede
fabricar el placer de una rítmica perfecta. Porque
la compenetración se conforma como la principal virtud
de este trío, porque vivirlos en directo supone trascender
la realidad cotidiana de su escucha y situarnos en un plano
superior donde el análisis de su creación se
produce en unas condiciones cercanas al concepto supremo de
la Belleza.
Remitiéndonos al concierto en términos más
mundanos, hay que destacar en especial la actuación
de un septuagenario Gary Peacock que mostró una firmeza
y una soltura en el contrabajo sorprendentes, así como
una evolución palpable en el desarrollo de los estándares
respecto a sus comienzos con el trío: la austeridad
de sus formas, dentro de su particular manera de enfocar el
contrabajo en el trío -tan personal, tan dinámica-,
fue una nota dominante que se unió a DeJohnette, circunscrito
a la rítmica y al timbre del plato. El factor barroco
lo aportó perfectamente Jarrett, cuyos desarrollos
musicales se transformaron en verdaderas historias dignas
de ocupar un escaño en la sala de recuerdo de un oyente
de jazz.
Tras el descanso, que se produjo a los 40 minutos y que duró
alrededor de 20, el trío se dispuso a interpretar “La
vie en rose”, tema que desarrollaron hasta alcanzar
un cénit y en el que Jarrett es mostró como
una radiante estrella del firmamento musical. Comenzaba a
apreciarse el carácter abstracto de parte de la música
del trío, de cómo son capaces, con una facilidad
pasmosa, de solucionar toda clase de problemas relacionados
con la divagación musical de cada uno de sus miembros.
Tras otro par de estándares, el grupo se despidió
por primera vez del público, aunque tuvo que volver
en tres ocasiones más para solventar las ganas de la
concurrencia. Y los bises sonaron como agua de mayo: se notaba
que el grupo tenía tal nivel de compenetración
que ni el más sabio sabría haber captado cualquier
mínimo error.
En definitiva: un concierto inolvidable.