Comentario: Cinco meses después de su actuación en Móstoles, Kenny Barron volvió a presentarse en Madrid con la misma formación que tan buena impresión causó entonces: el contrabajo ágil del japonés Kiyoshi Kitagawa y la batería vivaz del cubano Francisco Mela.
En una sala en la que quedaron algunos asientos vacíos, Barron hizo gala de esa madurez que alcanzó hace ya varios años y en la que parece estar cómodamente instalado.
Comenzó con “Just Friends” (de John Klenner y Samuel M. Lewis), uno de esos clásicos por losque el de Filadelfia se pasea como si se desplazase entre las habitaciones de su casa. Tras una introducción en la que tocó suave y espaciado, su mano derecha entró en calor y comenzó a labrar uno de esos solos que serían aplaudidos una y otra vez durante toda la noche. Un destacado Kitagawa -para muchos la sorpresa de la noche- dio las primeras señales de su buen hacer y Mela firmó el que probablemente fue su mejor solo: en medio de un torbellino percusivo, insertó unos golpes de silencio muy efectivos. Posteriormente, el joven y alegre batería (con un estilo en el que se percibe cierta influencia de Roy Haynes) enseñó un ímpetu que, por momentos, sonó excesivo.
A partir de allí, alternado standards y composiciones del propio Barron, la formación enseñó un lucido juego de tensiones internas dentro de un inspirado clasicismo. Sin alcanzar desde luego la impresionante solidez de ese trío que el pianista forma con Ray Drummond y Ben Riley ni el vuelo de aquel con Charlie Haden y Roy Haynes, los músicos forjaron un concierto muy bueno con pasajes de exquisita sutileza. A destacar una hermosa versión de la composición de Oscar Hammerstein y Sigmund Romberg “Softly As in the Morning Sunrise” (quizá el tema más celebrado del concierto) con otro gran solo del líder y un pasaje a dúo entre Kitagawa y Mela en el que saltaron chispas, y el segundo bis, con un Barron inmenso a piano solo, con esa serena convicción de los que ya han encontrado un lenguaje propio.
Fue una actuación que duró apenas una hora y media, pero no resultó extraño que el auditorio del Centro Cultural de la Villa acabara aplaudiendo puesto en pie. Barron había dado una nueva clase de su reconocida elegancia.