“Lo imperfecto de las lenguas”.
Así es como ha denominado el francés Louis Sclavis
su nuevo proyecto, un quinteto en el que, según el propio
Sclavis, lo más importante no es interpretar lo que escriba
el líder del grupo, sino lo que cada componente pueda
aportar en el conjunto. Si partimos de la base de que cada músico
cuenta con su propia historia personal, su bagaje musical, su
forma de entender el mundo que nos rodea, su propia lengua,
en definitiva, es hasta cierto punto lógico que todo
ello se deje sentir en desarrollo de un grupo como el que tuvimos
ocasión de disfrutar en el San Juan. Una música
que a tenor de lo que pudimos escuchar no se corresponde con
ningún calificativo concreto, porque es capaz de escapar
de los encorsetamientos. Quizá los amantes del jazz clásico,
los viejos frecuentadores del “Johnny” no pasaron
una buena velada escuchando la música de Louis Sclavis
y su grupo. Es una música difícil de asimilar
para dichos aficionados, pero es ahí donde este francés
de Lyon adquiere su protagonismo, no aferrándose a ninguno
de los esquemas conocidos del jazz. Su música es ecléctica,
abierta a múltiples interpretaciones. Hace mucho tiempo
que se viene hablando de las nuevas tendencias del jazz europeo,
con Louis Sclavis como uno de los más importantes puntales.
En este nuevo proyecto, creado en Mónaco en 2005, adquieren
especial protagonismo los recursos eléctricos, la guitarra
de Máxime Delpierre y los teclados y efectos de Paul
Brosseau, con quien Sclavis trabaja desde hace poco. En cuanto
a François Merville, ya es un viejo acompañante
en proyectos anteriores de Sclavis.
El concierto se centró en los temas del que será
el próximo disco del Louis Sclavis Quintet, cuya aparición
se espera para enero del 2007. Siete temas en los que la música
improvisada y la escrita se dieron la mano para mayor lucimiento
de los miembros del quinteto, y es que cada uno de los músicos
supo aportar toda la capacidad que atesoran en una música
en la que hasta las imperfecciones pueden tener sentido, dentro
de un devenir en el que están en juego muchos sentimientos.
Toda la sabiduría musical de Louis Sclavis quedó
patente a lo largo del concierto, tanto con el clarinete bajo,
del que es un auténtico especialista, como con el saxo
soprano y el clarinete. Sus intercambios y acompañamientos
con el saxo alto Marc Baron –así como con cada
uno de los restantes miembros de la banda– se prodigaron
a lo largo de la noche, así como con cada uno de los
restantes miembros de la banda. Los diálogos de los instrumentos
de viento fueron brillantes. Cada tema empezaba de manera diferente
y casi nunca se intuía su final. Es más, cuando
parecía que acababa, el grupo lo retomaba para mayor
disfrute del público. El desarrollo del concierto transcurrió
por la senda que Louis Sclavis marcó en todo momento,
siempre llevando la voz cantante, dirigiendo, pero sabiendo
dejar a cada músico el protagonismo que le correspondía.
En este aspecto destacó el guitarrista Máxime
Delpierre, muy atento en todo momento, con unos punteos de acompañamiento
que otorgaban al conjunto un aire progresivo, pero también
supo mostrar su dominio con la guitarra en varias fases del
concierto. Respecto a Marc Baron, dio muestras de buen improvisador
y fue un gran contrapunto para las notas graves de Sclavis.
Los teclados y efectos sonoros de Brosseau dieron al concierto
un espíritu más vanguardista, muy en la línea
de lo que están haciendo otros músicos franceses.
La guinda la puso el batería François Merville,
nada estridente, ni “rompecajas”, sino todo lo contrario,
delicado, con buen toque y preciso en todas las ocasiones, algo
que fue muy de agradecer y que quizás no hubiera ocurrido
con otro grupo.
En definitiva, Louis Sclavis es y seguirá siendo todo
un referente en el jazz europeo, un músico al que no
conviene perder la pista, porque su capacidad de sorpresa está
siempre presente. ¿Con qué nos sorprenderá
la próxima vez?