Comentario: Una de cal y otra de arena es lo que nos ha ofrecido Marc Ribot en sus últimas visitas a Barcelona. Por un lado, hubo un errático concierto en solitario en el Mercat de les Flors, en el que reinaron el lapsus y la dispersión y en el que parte del respetable salió con cara de no haberse enterado de nada, con razón. Por otro, una segunda visita de sus Cubanos Postizos en la que, con una formación remodelada que no era ni la sombra de la original, Joe Bataan se erigió en protagonista absoluto −para desesperación de quienes fuimos a ver a los Cubanos Postizos−, en un entorno tan poco agradable como es el recinto del Fórum.
A juzgar por el magnífico álbum editado el año pasado por Pi Recordings, este concierto de Spiritual Unity tenía potencial para cambiar nuestra apreciación y así fue.
La música de Albert Ayler siempre ha planeado sobre la obra de Ribot, tanto de forma manifiesta, con relecturas de “Bells”, “Ghosts” o “Witches & Devils” desperdigadas por su discografía, como en proyectos no explícitamente aylerianos como Shrek, un grupo que aúna rock, punk, ruidismo y esas melodías que, como decía Peter Niklas Wilson en las notas del disco Lörrach, Paris del difunto saxofonista, estaban más cerca de una “banda militar puesta de LSD” que del lenguaje jazzístico de la época.
Por fin, tras esas alusiones más o menos directas, Ribot abordaba la música del estadounidense con todas sus consecuencias y contaba, nada más y nada menos, con Henry Grimes, el que fuera el contrabajista original de Ayler, que anduvo en paradero desconocido durante más de tres décadas y que ha retomado el contrabajo con un furor inusitado. Y precisamente furor es un apelativo que le viene muy bien a lo que presenciamos el pasado lunes.
Tras una larga pieza que rondó los treinta minutos, el cuarteto se embarcó en una sesión cimentada en un planteamiento sumamente sencillo pero eficaz, alternando las legendarias melodías de Ayler, que hicieron las delicias del público, con dilatadas improvisaciones, en las que brilló con una luz especial la guitarra eléctrica de Ribot, un Ribot ocurrente, ampuloso y frenético, que se retorció en su silla de principio a fin.
Grimes y Taylor sirvieron de anclaje para unas improvisaciones colectivas que, en algunos momentos, corrieron el riesgo de perder el norte y el morganiano Campbell supo estar, pero poco más. Un abuso de los registros altos, amén de una amplificación cuestionable y una escasa disposición a seguir el hilo conductor de clásicos como “Ghosts” o “Spirits Rejoice” −por no mencionar que sentarse y bostezar no resulta demasiado alentador que digamos−, le convirtieron en el elemento más prescindible de la velada, como también lo fue un soporífero primer bis que nos ofrecieron Ribot y Grimes. Ante la entrega de los allí congregados, el cuarteto cerró su actuación con una colérica aproximación a la libertad ayleriana salpicada de tintes rock.
Hay muy pocos que se atrevan a recuperar la música de iconos de la talla de Coltrane, Ornette o el propio Ayler y no es de extrañar, porque la superficialidad y la insustancialidad acechan a cada vuelta del camino. John Zorn, Otomo Yoshihide, Rova Saxophone Quartet y pocos ejemplos recientes más han salido airosos de la empresa y creo que a estas alturas podemos incluir a Ribot en ese reducido grupo.
Spiritual Unity es un sentido homenaje, un tributo que, lejos de reinventar lo imposible y, por qué no admitirlo, lejos de rozar tan siquiera las cotas de espiritualidad que alcanzó Ayler cada vez que desenfundó su saxofón, es una muestra más que digna de admiración hacia un músico que sentó cátedra y dejó una huella imborrable en el mundo del jazz. Con este proyecto, la música de Albert Ayler demuestra seguir tan viva como siempre.
© 2006 Efrén del Valle