Comentario: Cuando Stefano Battaglia se estrenó como artista de ECM este año con
Raccolto, era como si llegase a la casa de la que paradójicamente había partido. Paradójicamente, porque su punto de partida no es otro que los estilos pianísticos de Paul Bley, sobre todo, y Keith Jarrett. Músico de educación académica, Battaglia ha retenido en su estilo interpretativo una pulsación y unos modos clásicos alimentados por el interés cromático y el mundo armónico de la música contemporánea, que lo aleja de sus modelos. No por ello es el italiano un músico abstracto. Sus interpretaciones están siempre cerca de la melodía, por más que mantenga su sentido de la forma en una especulativa suspensión abierta al trasiego de la improvisación colectiva.
Su llegada a ECM la hizo no con su trío clásico, con Paolino della Porta y Roberto Gatto, sino con un trío que, suerte de un encuentro casual con Giovanni Maier y Michele Rabbia y a juzgar por su presentación en el ciclo Rising Stars de la Caja San Fernando, ha desarrollado una coordinación imponente. En su formulación, con piano y bajo entrelazados y la batería como elemento tímbrico y ornamental, azaroso una veces, preciso otras, no se aleja mucho del esquema mantenido por Bley a mediados de los años sesenta. Su inventiva cromática y el intervencionismo de la percusión, pues es tal como es tratada la batería y no como marcadora de pulsos, es ya terreno propio.
El concierto constó de piezas extraídas de una suite compuesta en memoria del recientemente fallecido Dewey Redman y de varios “medleys” extensos, en los que se encadenaban estupendas piezas de Maier, que caminaban entre la escritura y amplios espacios dejados a la improvisación, en una solución de la que provenían los mejores pasajes del concierto. De la suite dedicada a Redman había sido extraída “The Legacy”, el tema con el que comenzaron el concierto y, como hemos dicho, presencia de Bley, una composición que recordaba a las piezas de presentación y retroceso para acabar en una frase irresuelta tan caras a Annette Peacock. Su suspendida sección intermedia sobre un tema de aire folclórico fue la primera muestra del concierto de la coordinación del trío. El encadenado de piezas de Maier que le siguió fue indudablemente su plato fuerte, veintitantos minutos en los que el piano y bajo desarrollaban melódicamente líneas de inspiración clásica, mientras Rabbia se extendía en el uso de un amplio catálogo de ferretería y quincallería fina. Brillante de principio a fin en su ejecución y libre estructuración, señalaba que el trío, con Maier y Battaglia que parecen intuir en todo momento sus movimientos, y con Rabbia incansable en su fantaseo percusivo −tubos, canicas sobre címbalos o cepillos−, podía seguir en este modo toda la noche.
Esta música fugitiva, más atenta al proceso que a la construcción arquitectónica, cesó de golpe con la aparición de una turbulenta pieza extraída asimismo de la suite dedicada a Redman, en la que el batería mostró su groove. El cierre llegó con otro “medley” de composiciones de Maier, con un enfático solo del contrabajista, para despedirse con una pequeña coda jarrettiana con Maier y Battaglia perfectos en sus papeles, y algo menos cómodo en el suyo Rabbia. La sabia decisión del trío de tocar totalmente en acústico salvó el escollo del sonido que normalmente presenta una sala como Chicarreros, nada más se amplifica la batería. Muy buenas sensaciones.
© 2006 Ángel Gómez Aparicio