Comentario: Joachim E. Berendt advertía
al comienzo de su monumental Das Jazzbuch: “el idioma
no alcanza para diferenciar a tantos músicos y formas
de tocar. La música está más diferenciada
que el idioma”. El gran musicólogo alemán
se refería allí a la creciente ventaja del lenguaje
musical jazzístico, cada vez más diverso e inclasificable,
con respecto al discurso crítico y la taxonomía,
lo cual complicaba la tarea del estudioso que trataba de dar
cuenta de tantos estilos y tendencias. Pero ¿qué
decir entonces de alguien como Pedro Iturralde, cuya música,
aun felizmente instalada en la mejor tradición del
jazz, explora incansablemente los cuatro puntos cardinales
y supone por sí sola una ingente labor enciclopédica?
Durante tres días y sin moverse de la calle Alburquerque,
de ese estupendo garito que es Clamores, el Maestro Iturralde
y su cuarteto recorrieron un mapamundi sonoro que abarca los
modos orientales, los estándares de Broadway y la Era
del Swing, el melancólico fado, la voz desgarrada de
la Piaf, el previsto pero siempre imprevisible Coltrane, Turina,
Falla y hasta un chotis. Todo, sin salir del frondoso ámbito
del jazz.
No es Iturralde uno de esos multiinstrumentistas que nos
hacen temblar cada vez que llegamos a una sala de conciertos
y encontramos el escenario repleto de cachivaches. Con ello
no queremos decir que el exotismo no pueda dar excelentes
resultados; ha dado obras maestras y las seguirá dando,
sin duda, pero siempre que no se reduzca a la mistificación
y lo meramente pintoresco. Cultivado y audaz, transita múltiples
paisajes musicales y cambia de aires con la naturalidad y
el aplomo con que cambia de instrumento: del clarinete al
piano, del saxo soprano al tenor... La fusión de elementos,
en principio ajenos al jazz, se obra en Iturralde de modo
natural, como en todos los grandes jazzmen desde que el jazz
es jazz, como plasmación de su riquísimo bagaje
musical y su dominio total de la armonía. Pero vayamos
al concierto.
A eso de las diez de la noche, el tenor comenzó a
perfilar “On green dolphin street”, con una sinuosa
exposición del tema, al modo de Sonny Rollins en On
impulse!. Como segundo plato, un hermoso medley en homenaje
a Gershwin, Ellington, Benny Goodman, Artie Shaw y Rollins:
Iturralde nos deleitó con “Summertime”
y “Sophisticated lady”, al clarinete y sin acompañamiento
del grupo, que entraría a renglón seguido con
“I got rhythm”. El maestro tomó el saxo
tenor para culminar con “Oleo”, el clásico
de Sonny Rollins que tan bien conoce y toca mejor.
El cuarteto ofreció un par de piezas incluidas en
Etnofonías, la que es hasta la fecha, su última
grabación: el fado “Solidao” y la “Suite
Helénica”, una verdadera joya que nos encandiló,
desde la introducción al clarinete –una de esas
melodías características de la música
tradicional griega y de la música klezmer que se entretejen
como arabescos– a la improvisación al soprano
y al tenor, que asumió tintes de jazz modal y funky.
Espléndidos solos de Chastang y de Carli, una base
rítmica portentosa. Iturralde, magnífico, retomó
el clarinete para la coda, que vino a cerrar el círculo
perfecto de la cautivadora melodía.
Mientras interpreta una canción de Edith Piaf al clarinete,
acompañado magistralmente por Carli a las escobillas,
Iturralde recuerda, por momentos, a Pee Wee Russell con ese
aparente desenfado que encierra tanta melancolía. Zanjan
con una cita de “La vie en rose” que dibuja una
sonrisa en el público.
El segundo pase, tan generoso como el primero, dio comienzo
con una bellísima ofrenda musical: “Mr. P.C.”,
tema clásico de Coltrane que forma parte del repertorio
habitual de nuestro saxofonista, y “Tribute to Trane”,
compuesto por Iturralde al saber, en 1967, que el saxofonista
recién había fallecido. El estilo ya de por
sí enérgico de Mariano Díaz cobró
en estas piezas aún más vigor, casi percusivo,
recordando en sus solos a McCoy Tyner.
No podía faltar un paseo por el Sur, tan querido por
el Maestro Iturralde. Tras sus soberbios arreglos de Falla
(“Nana/Fuego fatuo”) y de Turina (“Orgía”,
“Recordando a Turina”), el resto del cuarteto
abandonó el escenario –“fuga” que
el saxofonista comentó con guasa: “Es que los
jóvenes se cansan...”–, e Iturralde, cómodo
y entregado a su público, se sentó al piano
para tocar el tradicional “Zorongo gitano” y su
bellísima “Balada”.
El cuarteto todoterreno de Iturralde se atrevió, por
último, con el chotis “Madrid, Madrid, Madrid”,
del que la banda se sirvió para dar una lección
magistral sobre improvisación, y que venía a
ser el cierre perfecto como homenaje a la ciudad que tantas
noches ha pasado en vela con Pedro Iturralde, el Maestro Iturralde,
en el mítico Whisky Jazz o donde se terciara. Por último,
¿podía faltar “Autumn Leaves” (“Les
feuilles mortes”) en una noche grande como la del sábado,
en Clamores? A hombros del gigante Iturralde, entrevimos a
los dioses de otro tiempo: Stan Getz, Coltrane, Dexter Gordon...
Una nota algo disgustada:
No deja de asombrarnos, a quienes habitamos el extrarradio
jazzístico que es Andalucía, que esta tierra,
tan dada a la celebración de las más variopintas
efemérides, no haya correspondido a la dedicación
de este músico enorme que tan generosa y revolucionariamente
ha interpretado su legado musical. El hecho de que Iturralde
sea el creador de ese género que llena teatros y clubes
en todo el mundo y que es conocido por el título de
uno de sus discos más reputados, Flamenco-Jazz, no
parece representar un motivo suficiente para rendirle homenaje.
Con todo, Iturralde está por encima de provincianos
reduccionismos, pues su música, de aliento universalista,
cumple el adagio juanramoniano: “Raíces y alas.
Pero que las alas arraiguen y las raíces vuelen”.
© 2007 Alberto Marina Castillo