Comentario: Cuatro músicos en escena, uno americano y tres franceses. El americano es el más conocido, y yo diría que reconocido, si bien es cierto que no todo lo que merece a tenor de sus méritos.
Desde el principio se pudo comprobar que más que improvisadores libres, eran músicos favorables al free jazz de vanguardia.
Las improvisaciones partían de sendas partituras y los instrumentos son lo que dicen ser, no son utilizados de manera diferente a aquella para la que están hechos, a diferencia de los músicos de jazz libre improvisado. Además, el swing es una característica importante, e igualmente otras formas que pertenecen al jazz, como la alternancia en los solos.
El grupo funciona a la perfección, ya sea en trío, dúo o cuarteto, con la ligereza y la fluidez necesarias, para no hacer perder el hilo conductor a los oyentes, de los cuales se exige una atención máxima, que en momentos puntuales obligaría a poseer cuatro oídos, uno para cada instrumentista. Tanto es así, que su sonido se muestra granítico, sin fisuras y demuestra cuál ha de ser el camino a seguir por el futuro del jazz.
El primer tema duró veinticinco minutos, que se hicieron cortos y amenos. Durante los mismos hubo tiempo para demostrar que su música es poderosamente rápida y contundente, llena de matices y colores tímbricos. Swing, feeling y rock se dan cita en la obtención de un sonido controlado e inteligente.
La mezcla de pasajes calmados con otros de mayor agresividad dejaba bien claro que el músico tenía el control sobre la música, y no la música sobre el músico. Todo tiene un porqué, un sentido, las cosas no se hacen por que sí, lo que le confiere una personalidad acusada y profunda. Se crean atmósferas y se abren espacios de singular belleza; ritmos a cuatro voces formando un collage atonal en la que todos son protagonistas de un mismo proyecto, de una misma idea, y es que a este combo le sobra oficio y categoría a raudales.
Todos los músicos son destacados instrumentistas y, si una vez nos asombra Rémi Charmasson con un solo grandioso, pleno de agresividad, potencia y rock, otras veces es la elegancia y el intercambio numeroso de sordinas y trompeta abierta por parte de Herb Robertson. Claude Tchamitchian demostró sobradamente y con solvencia que es un bajista fino como pocos, destacando en los solos, a dúo o a cuarteto.
No menos importante fue el concurso de un batería nada estridente y sí muy efectivo e inteligente, que no tuvo momento alguno para su lucimiento personal, pero que estuvo ahí, donde más se le necesitaba, brillando con luz propia.
Después de todo lo reseñado, ya solo me resta afirmar con cierta seguridad haber asistido al concierto más completo y creativo de todos los celebrados hasta la fecha.