Comentario: Todo comenzó como quien
no quiere la cosa, con Jonathan Finlayson y Tim Albright soplando
de manera dispersa, mientras los baterías terminaban
de ajustar los tambores y el resto ordenaba sus partituras.
Enseguida se les unió el alto de Coleman, luego Jen
Shyu –improvisando unas líneas de aire oriental–,
Thomas Morgan y finalmente la potente percusión de
Marcus Gilmore y Tyshawn Sorey. Fue todo modo muy casual,
como si estuvieran comprobando la afinación de los
instrumentos y el nivel del sonido… pero no, aquel moderado
desbarajuste era el comienzo de más de una hora de
temas e improvisaciones encadenados que ocuparían toda
la primera parte del concierto.
La música fue tomando forma y los ritmos llegaron
para aportar densidad al conjunto. Sin embargo, una rara ligereza
lo envolvía todo, las melodías no terminaban
de engarzar con las líneas del contrabajo y, quizá
por ello, el efecto resultaba cautivador.
Desde los primeros minutos, Coleman demostró que no
necesita exhibirse con grandes solos para mostrar su pasta
de líder. El sonido de su saxo, con ese particular
modo de construir las frases desde un punto de vista puramente
rítmico, fue en todo momento la columna vertebral que
sostuvo la marcha del sexteto, lo que se hizo especialmente
evidente cuando sus frases improvisadas en solitario hilvanaban
una composición con otra. El grupo, por su parte, reaccionaba
con endemoniada habilidad a los cambios de rumbo que proponía
el líder.
La banda ofreció una música expansiva, muy
elaborada y a la vez accesible, que se caracterizó
por un sonido colectivo en el que rara vez los solistas se
desmarcaban del resto del grupo, sus intervenciones negociaban
de un modo vivaz y constante con una base rítmica sólida
como los cimientos de un castillo y a la vez extremadamente
flexible, capaz de enriquecer cada pasaje con multitud de
matices. En este sentido, Gilmore y Sorey –dos consumados
instrumentistas– mostraron en todo momento su gran capacidad
para trabajar en equipo. Desde sus baterías hasta los
rasgos que conforman el perfil estilístico de cada
uno, todo se complementaba a la perfección: si Sorey
era la exuberancia, la potencia y el solo dramático,
Gilmore era la regularidad, la profundidad, el diálogo.
Y entre este monstruo de dos cabezas y una front line
imaginativa y lúdica, se situaba el bueno de Morgan,
fajándose en su tarea de empastar la labor de los percusionistas
con los instrumentos melódicos.
Sobre ese abigarrado colchón sonoro Finlayson, Albright,
Shyu y Coleman construían melodías a menudo
muy sencillas que desplazaban continuamente el sentido de
la música resultante, a veces dejando de lado los instrumentos
y canturreando una especie de mantras certeros e
hipnóticos.
Todos ellos tuvieron, por supuesto, espacio para la improvisación
individual. Finlayson, trompetista de sonido muy puro y fraseo
entrecortado pero incisivo, aprovechó –siempre
que se lo permitía el líder– cada hueco
que dejaban los baterías. Albright, con un sonido liso
y natural, construyó líneas más largas
y melódicas, aunque su trombón se imbricó
menos con los dibujos de los percusionistas. Jen Shyu –vocalista
con un lenguaje muy personal– improvisó continuamente
aportando un gran calado al sonido del grupo, compensando
con su originalidad en el fraseo (lleno de acentos orientales,
africanos y latinos) la falta de contundencia en su emisión
y ciertas amenazas de monotonía. Y Coleman por su parte,
desde la madurez de su saxo enciclopédico, ofreció
en el primer pase un puñado de excelentes improvisaciones,
serpenteando siempre por entre las travesuras rítmicas
del tándem Gilmore-Sorey, limitándose tras el
descanso a realizar breves pero decisivas intervenciones.
La segunda parte fue más dinámica y desenfadada,
con más variedad en las composiciones y, exceptuando
el caso del líder, con una mayor riqueza en los solos.
El concierto acabó como había empezado, con
una improvisación despreocupada que se fue desdibujando
hasta que el sexteto calló y los baterías comenzaron
a desmontar sus instrumentos. Como quien no quiere la cosa,
habían pasado tres estupendas horas de música.
Texto © 2007 Ricardo Arribas y Sergio
Zeni
Fotos ©
Pablo Neustadt
Más fotos del concierto en “Ojos de Jazz: Steve
Coleman en Clamores”