Comentario: Cuando en un
trío hay un entendimiento telepático entre órgano
y batería, su poder suele ser demoledor; bastaron los
primeros acordes de la noche para que el público de Clamores
pudiese comprobarlo. No en vano la química entre Bill
Stewart y Larry Goldings lleva ya unos años dando frutos
en diferentes tríos: el liderado por Peter Bernstein,
el Larry Goldings Trio (también con el guitarrista) y
éste con el baterista de Iowa a la cabeza.
La primera parte del concierto que ofreció esta inusual
formación fue un derroche de vigor rítmico,
con el aroma añejo y el sabor pastoso, cálido,
del Hammond B3 llenándolo todo. Jazz para tomar con
cuchara.
Stewart demostró ser una bola de energía que
no precisa fuegos de artificio. Dotado de una agradecida musicalidad,
de un toque a la vez explosivo y orgánico, manejó
los cambios de marcha con un pulso admirable. Situado entre
los dos teclados, presidiendo la escena, jugaba constantemente
a hacerse cómplice del piano o del órgano, empujando,
tomando de la mano, tirando de sus colegas o lanzándose
al frente sin ellos. Sus jugueteos rítmicos resultaron
siempre viscerales y festivos.
Goldings tampoco se mostró dado a excesos ni a juegos
gratuitos. Su intervención persiguió en todo
momento el empaste del grupo, sus improvisaciones fueron contenidas
pero llenas de esa emoción intangible que la música
bien trabada conlleva. Por otra parte, cuando se calzaba el contrabajo en el pie izquierdo
dándole a los pedales, el trío caminaba con un swing hipnótico.
De Hays comentamos meses atrás que había sido
lo más destacado de la banda de Madeleine Peiroux en
su paso por Madrid. Comparado con lo que tocó en Clamores,
podríamos decir que en aquel concierto con la cantante,
Kevin actuó con una mano atada a la espalda. Compaginando
clasicismo y modernidad, las teclas del neoyorkino se resistían
a ser engullidas por el sonido amplio del Hammond, aunque
es justo decir que, sobre todo en esta primera parte del concierto,
su sonido resultó en ocasiones algo vahído,
perdiéndose parte de su fuerza en el denso sonido de
Goldings.
En el segundo set el trío se mostró
mucho más ambicioso, alternando los temas de aroma
funk-bop ya escuchados en la primera parte con otros
de líneas más abstractas y desarrollos sinuosos,
más alguna balada puntual y desarmante. Fue en estos
giros estilísticos donde el concierto alcanzó
los más hondos momentos de interacción entre
los músicos y algunas de las más brillantes
improvisaciones.
Así "Enjoy It", por ejemplo, resultó
un tema variadísimo que comenzó con una breve
exposición funk para despeñarse a continuación
por una desenfrenada improvisación rubato y
reposar luego sobre un maravilloso solo de Bill basado en
ritmos fuertemente instintivos; siguió la intervención
de Hays, de nuevo soberbia, que fue construyendo una figura
hipnótica en la estela de las sugeridas inmediatamente
antes por Stewart; finalmente Goldings se adueñó
del sonido del grupo para llevarlo a una monumental catarsis
sonora. Una interpretación prodigiosa. "I Fall
In Love Too Easily" trajo otro gran momento, con Larry
labrando una introducción en los bordes de la melodía
que luego Hays elevaría a los altares con una improvisación
llena de sensibilidad, regando con un inusitado frescor un
tema tantas veces venerado.
Este original trío desplegó –en suma–
una envidiable versatilidad: supieron alimentar el fuego tanto
de baladas propias ("Ballad Of Kae", de Stewart)
como de standards reelaborados ("Just In Time"),
y de temas de gran riqueza rítmica ("Don’t
Ever Call Me Again", del baterista), como de composiciones
de tintes más abstractos (la mencionada "Enjoy
It" o "Squid", también de Stewart).
Mucho ha madurado este trío desde aquel Keynote
speakers grabado en 2002. En Clamores no sonó
simplemente un nuevo formato para el arte del trío:
esa noche presenciamos la actuación de una formación
plenamente consolidada.
Texto © 2007 Ricardo
Arribas y Sergio Zeni
Fotos © 2007
Pablo
Neustadt