Comentario: Valió
la pena esperar más de una hora –el retraso del
vuelo parece ser el culpable– para ver en acción
al cuarteto de uno de los mejores y ya míticos bajistas
de los 70, Stanley Clarke. Valió igualmente la pena aceptar
el cambio de la formación anunciada, pues la que vino
no pudo ser mejor y además mantuvo las características
anunciadas, es decir, la combinación de lo acústico
con lo eléctrico.
Las primeras notas nos hablan de Charlie Mingus –
“Pork Pie Hat”–, para inmediatamente metemos
en harina. Jazz, rock, funk demoledor y flamígero que
mantiene en vilo al público, sin respiro, sin aliento
haciéndole alcanzar momentos delirantes.
Ronald Brumer Jr., con sus correrías infinitas por
los platillos y tambores, muestra toda una gama percusiones
rotundas, eléctricas, que hacen estallar de júbilo
al publico; mientras Ruslan Sirota y Phil Davis en el piano
eléctrico y los sintetizadores, crean atmósferas
presentes que se pierden y se recuperan en un ir y venir.
Stanley Clarke rompe moldes en sus “discusiones”
con Ronald, que exacerban más aún los ánimos
del asombrado respetable. Pero esto no ha hecho más
que empezar. Pronto suenan los ecos de temas como “Lopsy
Lu”. Ritmos funk, diálogos entre el virtuoso
Stanley y el no menos virtuoso Ronald, unión perfecta
que volvió a enloquecer a todos, lujurioso cuarteto
de sonido penetrante y profundo, distorsiones de teclados,
alto voltaje que se mete en tu cabeza y en tu piel.
Y por fin llegó la calma, tras este trepidante comienzo.
Stanley presenta uno a uno a sus músicos e interpreta
una balada con la guitarra bajo acústica –recordando
a Coltrane en A Love Supreme, o a los RTF de Corea y su tema
“Sorceress”–, collage en que Stanley demuestra
que también sabe ser delicado si la ocasión
lo merece, manteniendo hermosos pasajes con el piano de Ruslan
Sirota, que recordó por momentos a Lyle Mays por la
suavidad con que trataba el teclado.
Siguiendo con la parte acústica, toma el relevo el
contrabajo de Stanley Clarke para mantener un diálogo
con el piano de Ruslan Sirota, en un claro homenaje a Charlie
Parker en “Relaxin’at Camarillo”, bellísima
balada a dúo en el que la alternancia entre ambos llega
a rozar la perfección.
“Spanish Phases for Strings & Bass”, fue
otro de los momentos cumbres del concierto, que sirvió
de ofrenda al lugar y a los aficionados para los que tocaba.
Contrabajo con arco y sintetizador string en una balada poética
y bucólica, que desemboca en un zapateado que marca
el ritmo y convierte aquél en una guitarra flamenca.
Esplendoroso y magistral por su humor, su técnica y
dominio de todo tipo de bajos.
La parte final nuevamente hace hincapié en el jazz
eléctrico. Stanley Clarke toma la guitarra bajo como
instrumento de percusión y convierte sus improvisaciones
en magia a dúo, con el “eléctrico”
Ronald Brumer Jr., que a su vez toma las riendas y se marca
un solo de batería de los que hacen historia.
Intenso, imaginativo, creativo, explosivo, contundente,
equilibrado, de velocidad endiablada, con aceleraciones y
deceleraciones y control total en un ejercicio de conciencia
máxima, que levanta de sus asientos no sólo
a los muertos, sino también a las damas mejor enjoyadas.
¡Inagotable, espectacular, el mejor baterista del mundo!
¡Será difícil poder olvidar semejante
osadía, que los mismísimos Tony Williams y Billy
Cobham aprobarían con asombro!
El cuarteto se retira y vuelve por aclamación popular
para regalar un bis tan intenso y magistral como todo el conciertazo
que pudimos disfrutar. ¡Conciertazo sí! Que enrabietará
y lamentará a quienes se lo perdieron y, que tardaremos
en olvidar quienes allí estuvimos.
¡Toma jazz, toma funk, toma rock, toma y toma y toma
más!
Texto: © 2007
Fotografías: © Javier Nombela, 2007