Comentario: Cuando se tiene la ocasión de presenciar a un músico legendario como Johnny Griffin, enseguida vienen a la memoria todas las grabaciones antiguas escuchadas una y otra vez, y disfrutadas hasta la saciedad. Es irremediable. Una de las épocas doradas del jazz, la del auge del hard-bop, aparece de repente y empezamos a soñar y a imaginar. Es ley de vida, los maestros, los genios también envejecen y los hay que lo saben hacer con dignidad. Es el caso de Johnny Griffin, que se presentó en el escenario conservando el sentido del humor que siempre le caracterizó. Sus diálogos con el pianista Kirk Lightsey fueron entrañables y levantaron más de una carcajada en el público.
A sus 80 años, Johnny Griffin aún conserva esos detalles y destellos que tanto nos gusta apreciar en sus discos. Fraseos largos, rapidez en la digitación y buenas armonizaciones de los temas.
Consciente de las limitaciones propias de la edad, las intervenciones de Griffin fueron medidas, precisas y muy oportunas en todo momento. Eso es saber ajustarse a la realidad. Con una sección rítmica impresionante, sabia y experta, el cuarteto realizó un repaso a distintos momentos de la trayectoria musical de Griffin.
Viendo a este instrumentista de pequeña estatura, pero grande como persona y músico, comprendemos la historia del jazz, donde ante todo los músicos se divierten. Y eso fue lo que nos brindó el cuarteto de Johnny Griffin: pura diversión.
Desde el primer tema, una composición de Charlie Parker, la fuerza del cuarteto impresionaba porque era sencillamente jazz en estado puro. Los intercambios de solos entre los cuatro músicos prometieron una buena velada de hard-bop, rememorando los ritmos que siempre le gustaron a Griffin.
La colección de standards que pudimos escuchar confirmaron una vez más que el jazz es y seguirá siendo eterno, y que la belleza tiene nombre y apellidos. Una belleza que también se respiraba en el ambiente y emocionó al público, al recordar Griffin a uno de los músicos que compartieron escenario con él. Tuvo un momento para evocar la figura de Tete Montoliu, a quien dedicó un tema que el denominó “Good-bye Mr. Evans, Good-bye Mr. Tete”. Tema fantástico, fascinante, con momentos brillantes protagonizados también por la sección rítmica. Lightsey al piano dio toda una lección de precisión y toque rápido, que llenó de emoción al público.
En seguida volvió a salir Griffin e interpretó como él siempre lo ha hecho, esta vez una balada a medio tempo. Su saxo tenor suena a añejo, a pionero, a maestro y a referente para las nuevas generaciones. Las citas a los clásicos se suceden y todo suena a conocido, pero no importa, porque es jazz con mayúsculas. La capacidad de Griffin permanece. Su vitalidad se agradece. Su manera de enfrentarse a las baladas sigue siendo deslumbrante, como esa interpretación de “Body and Soul”, con el piano suave y la entrada de Griffin como acariciando el viento. Desarrollo lento, intercambios de solos a cargo de un magistral Lightsey, la sobriedad de Reggie Johnson al contrabajo y la delicadeza de Douglas Sides a la batería, llenaron el concierto. Y más esa interpretación de “Salt Peanuts”, el clásico de Dizzy Gillespie, con fraseos claros y limpios, y el batería realizando un solo de primera. Uno de los profetas del jazz pasó por la Universidad Politécnica y nos dejó un concierto de los que no se olvidan. Por siempre Johnny y por siempre tu amigo Tete, que aunque no lo vieras desde el escenario, su sonrisa ahí estaba presente. Nos divertimos con tu música Johnny, igual que haces tú y los músicos que te rodean.