Comentario:
LA CENICIENTA RESPONDONA
El hermano pobre de los festivales vascos ha
alzado la voz. ¡Y de qué manera! Ha abierto la
temporada jazzística estival con el programa más
consistente y más "puro" (menos contaminado
de propuestas ajenas al jazz), con un conjunto de nombres sonoros
y reputados. Se podrán echar en faltar propuestas estilísticamente
más arriesgadas y frescas, pero eso ya sería pedir
algo muy alejado de las cortas miras de los programadores locales.
El hecho es que si comparamos lo ofrecido aquí (y con
mucho menos boato), con lo que nos espera en Vitoria y San Sebastián,
convendremos que el interés medio del certamen getxotarra
supera en mucho al de sus famosos vecinos.
Y para abrir boca, el comienzo no pudo ser
más deslumbrante: Louis Sclavis, Aldo Romano y Henri
Texier llevan trece años desgranando por el mundo un
corpus de temas compuestos por los tres músicos como
resultado de sus viajes por el continente negro en compañía
del fotógrafo Guy Le Querrec. Como pudimos admirar en
directo, este auténtico songbook africano, vertido
en tres discos editados por Label Bleu, refleja el amor del
trío por los sonidos de África. Disfrutamos atónitos
de la maestría con que lograron evocarlos por medio de
una técnica y una sapiencia musical desarmantes. Con
Sclavis, en "Les petits lits blancs", escuchamos las
voces tribales en un apabullante tour de force al clarinete
bajo (sin boquilla al principio del solo), en el que nos mostró
su impresionante registro. Tanto en este instrumento como en
el saxo soprano, su dominio de la respiración circular
le permite, sin aparente esfuerzo, mantener una línea
musical de una fluidez extasiante. Si Romano dio fe con sus
múltiples recursos de la inagotable variedad percusiva
africana, Texier exhibió una vez más su musicalidad
sin tacha, sacando de su instrumento sonoridades que abarcaban
palos de todo jaez. La compenetración entre los tres
músicos, sobra decirlo, es total, y además el
nivel fue de una homogeneidad absoluta, manteniéndose
sin decaer en ningún momento desde la primera nota. ¡Chapeau!
Tras un trío que sonaba como una unidad
perfecta, dos personalidades venidas de dos mundos culturales
y estéticos muy distintos. Con todo, el trompetista sardo
Paolo Fresu y el pianista judío de Filadelfia Uri Caine
se complementaron sorprendentemente bien, sin renunciar ninguno
a sus respectivas señas de identidad. La del italiano
es la línea clara, la comunicación a través
de la búsqueda de una sonoridad atractiva melódica
y armónicamente. El americano, uno de los mejores pianistas
del orbe jazzístico actual, prefiere tejer complejos
tapices sonoros donde, a pesar del aparente enmarañamiento
expresivo, el faro de su inteligencia siempre sabe encontrar
el camino de vuelta dentro de ese universo politemático
por el que nos conduce y nos asombra. Este cronista no pudo
sustraerse a la impresión de que mientras el primero
decía muy bien y muy bonito, en realidad tenía
más bien poco que decir; el segundo, en cambio, mostró
un discurso profundo e inagotable, si bien tuvo la delicadeza
de enseñarlo con cuentagotas para no dejar en evidencia
a su compañero. De hecho, durante gran parte del concierto
las labores de Caine fueron casi más de acompañante
del trompetista, que, como era de prever se llevó la
atención general con su sonido brillante, su simpatía,
y unas poses que hicieron las delicias de los fotógrafos.
Si a esto se añade un repertorio que incluyó caramelos
melódicos de Haendel y Monteverdi, junto a temas como
"Cheek To Cheek" y "'Round Midnight" en
el bis, el éxito estaba garantizado. Algunos, sin embargo,
nos quedamos con ganas de más droga dura uricainiana.
Pero es el signo de los tiempos.
Charlie Haden nos trajo con su Quartet West
ese jazz lírico y elegante que borda. Suave y melódico,
sí, pero con nervio. Una delicia. Cuatro músicos
con mucho talento y muchos kilómetros. No sorprenden,
pero satisfacen a casi todo el mundo. La comunicación
con el público fue fácil e instantánea,
y encandilaron con una impecable labor de conjunto y un muy
amplio espacio para los solos de los cuatro componentes, quienes
pudieron evidenciar sus amplios registros expresivos y su sabiduría
musical. También hubo lugar para el exhibicionismo del,
por otra parte, magnífico Broadbent, que nos sorprendió
con un largo y extemporáneo cruce entre Albéniz
y Turina en medio de "Lonely Woman". Sería
su homenaje al público español (!). Pero a esta
gente, cuando te hace disfrutar así, se le perdona todo.
El emérito profesor Lee Konitz nos visitó con
sus alumnos aventajados, todos muy jóvenes, muy disciplinados
y atentos, pero sin demasiada chispa. La cosa sonaba muy estudiada,
todo muy cuidado, pero con poco margen a la sorpresa o la emoción.
Pero en estas el profe se decidió a ejercer su magisterio
y tirar del carro. Los chicos se fueron calentando y la segunda
parte del concierto superó la tibieza inicial. Todos
tuvieron sus minutos de gloria, con solos en los que destacaron
Dan Weiss a la batería y el jovencísimo cellista
Greg Heffernan. Konitz se ha ido depojando con los años
de los pocos adornos que haya podido tener y ha alcanzado la
esencialidad casi absoluta. A punto de cumplir los 80 años,
deleita con solos cortos en los que ni falta ni sobra una nota
de más. Ni que decir tiene que nos dejó los momentos
más memorables de la velada.
Pero había que pagar el peaje popular (y hacer un poco
de caja). Y en esto llegó Valdés. Chucho hizo...
de Chucho. Pirotecnia caribeña a raudales que encandiló
a un abundantísimo público entregado de antemano.
El hombre toca, toca mucho, pero este fue el concierto con más
notas y menos música, menos jazz y más fuegos
artificiales.
Con todo, una de las ediciones más redondas que recordamos
del certamen getxotarra, con un nivel medio muy alto.
Lo dicho: ¡Vitoria! ¡Donostia! ¡El listón
queda alto!