No resulta fácil, ni mucho menos hoy día, encontrarnos
con cantantes puros dedicados al jazz, y más difícil
aún si estos son masculinos. Por tanto, encontrarnos
con Kurt Elling, casi podríamos considerarlo una excepción
–¡o quien sabe si un milagro!– que confirmara
la regla. Elling es un cantante de una pieza, que no recuerda
a nadie en especial –quizás en algún pasaje
a Frank Sinatra– lo que le confiere un valor añadido
de carácter y personalidad propios, tan escasos hoy
día.
Su salida a escena le convierte en todo un dandy, que pronto
comienza a demostrar sus dotes artísticas y vocales.
Modula con facilidad y sus sostenidos, apreciables y destacados,
no dejan indiferente a nadie, lo que provoca los primeros
aplausos de la velada.
"Hemos venido de muy lejos para pasarlo bien",
eran sus palabras a papel leído en castellano, como
queriendo ganarse al público y a la vez regalarle su
afectuoso sentimiento.
Y la verdad es que lo consiguió, al menos, a tenor
de lo visto a lo largo del concierto,
que desarrolló con naturalidad y dejando total libertad
para que sus músicos fueran parte importante y no unos
meros comparsas.
Cuando Kurt no canta arenga a sus músicos con palabras
de ánimo mientras éstos realizan solos, como
en el caso de su contrabajista Robert Amster, o de su batería
Willie Jones III, que tuvo su momento feliz cuando se quedó
solo haciendo volar sus baquetas al aire, a velocidad de vértigo
y con precisión matemática, sobre parches y
platillos.
Pero quien verdaderamente parece desempeñar un papel
importante es su pianista Laurence Hobgood, no solo por sus
arreglos, sino por su forma de tocar, utilizando arpegios que
libera en armonías y melodías que desembocan en
escalas que decrecen para dar paso a la voz y en solos tan intensos
como generosos.
Y la voz, una vez más, Elling, que canta como quien
cuenta, como quien narra historias descriptivas, voz seca,
grave, pero no profunda, que modula desnuda, que sube y baja,
o que tiene el recurso del silbido y, que encuentra su momento
en "Luiza" de Antonio Carlos Jobim. Y se hace lírica
y romántica, de sentimiento profunda, que roza el dolor
apasionado del amor, en un matrimonio de precisión
entre los dos instrumentos, piano y voz, Kurt y Hobgood, rompiendo
"el llanto" de aplausos multitudinarios.
Y en la despedida otra vez la partitura, pero no para leer
música, sino palabras en castellano, que hablan de
"tomarnos la penúltima"; después de
habernos deleitado con un intenso y largo ¡pero tan
breve! Scat (improvisación vocal) que sólo
podía llevarnos a un bis por aclamación popular,
que redondeaba una noche de gloria, que rememoraba tiempos
pasados que parecían perdidos para no volver.
© 2007