Comentario: A veces los festivales de jazz brindan al aficionado la ocasión de sentarse plácidamente frente a músicos que forman parte de la historia, y a veces estos músicos le ofrecen a su público la oportunidad de rememorar aquellos temas que sellaron su nombre con letras de oro en dicha historia. De esta guisa aparecía el cuarteto de Ron Carter en el teatro Isabel la Católica, dispuesto a interpretar los temas de su último disco,
Dear Miles, en los que, a modo de sentido homenaje, ofrece un repaso por las composiciones que el contrabajista del célebre segundo quinteto de los sesenta de Miles Davis, tocase junto a su líder.
Ataviados los músicos con trajes de estricta etiqueta, el concierto se estructuró en torno a una larga y relajada suite de una hora y un par de temas sueltos, ofreciendo al respetable una música en la que se acariciaban los temas con una suavidad que invitaba a cerrar los ojos y sentir los matices que cada intérprete lograba extraer de su instrumento. Comenzaron con “595” (que en Dear Miles es el último corte y que en el concierto se sirvió como primer plato), y a lo largo del desarrollo de la pieza, poco a poco se empezó a dilucidar el clásico “Seven Steps”, que sin embargo, volvía despacio a perderse entre notas fluidas, como se pierden las ondas en el agua.
Las composiciones se difuminaban en una atmósfera apacible que, a través de las indicaciones de Carter (una simple mirada a los músicos para permanecer el resto del tiempo con los ojos cerrados), se iban transformando en “My Funny Valentine” o “Flamenco Sketches”, pero esa transformación ocurría con una fluidez tal que resultaba perfecta dentro del marco de la larga interpretación que estaban llevando a cabo. Carter, demostrando su maestría al contrabajo sin excederse en alardes técnicos, cedió el protagonismo a su pianista, Stephen Scott, cuyo virtuosismo servía de contrapunto perfecto a la elegante austeridad de Payton Crossley, un baterista que, sin apenas destacar, siempre estuvo en su justo papel. Al fin y al cabo ahí estaba Rolando Morales, quien rodeado de un sinfín de instrumentos de percusión variopintos, aportaba la nota de color al sonido conjunto sin llegar a resultar excesivo.
Un concierto cargado de sentimientos que hizo las delicias tanto de los aficionados a Miles Davis y al propio Ron Carter, como de los neófitos en materia de jazz. Uno de esos conciertos que gustan a todo el mundo, y que enganchan a nuestra música.
Texto: © 2007 Diego Ortega Alonso.
Fotografías: © 2007 Juan Jesús García.