Comentario:
"No escribas nada, esto no se puede transmitir con palabras", me recomendó en mitad del concierto Dick Angstadt, responsable, entre otras cosas, de la programación musical del madrileño club Bogui. Y no es que le faltara razón, es cierto que a veces las palabras revelan que son completamente ineficaces para la descripción de determinadas manifestaciones artísticas, y mucho me temo que la presente crónica de poco servirá para el espíritu del lector en comparación con lo que hubiese sido estar allí, frente a este emergente cuarteto de músicos que, a pesar de hallarse en lo que podríamos considerar una fase de consolidación como proyecto, presentan ya un sonido de entidad más que considerable.
De las virtudes de Jesús Santandreu como tenor había pocas dudas, por lo que, quien acudió a Bogui con conocimiento de causa, lo hizo también con cierta expectativa de calidad. Lo que no esperaba quizá el espectador avisado era el torrente de inspiración bien encauzada que iba a venírsele encima esa noche.
En concreto, ya desde el primer tema ("Title") resultaba enormemente gratificante para el oído apreciar la solidez del contexto en el que se desarrollaba el fraseo de Santandreu, que es un flujo poderoso, decidido, inteligente y sin la más mínima sombra de complejo alguno, en la medida en que exhibe sus múltiples influencias (Coltrane y sus coetáneos más audaces, y luego Joe Henderson... Don Byas quizá…) con gracia y orgullo, como joyas engarzadas en un lenguaje sonoro que ya es indiscutiblemente suyo. Ese contexto sólido en que se apoya Santandreu es ni más ni menos que una sección rítmica formada por Iago Fernández a la batería, Nelson Cascais en el contrabajo y Abe Rábade al piano.
Cuando cesaba la intervención de Santandreu y se apartaba discretamente a un extremo del escenario, inevitablemente emergía Abe Rábade abandonando las funciones rítmicas para asumir el liderazgo, con un discurso que sigue ganando complejidad año a año, y que parece haber generado una interesante mecánica interna que tiende al infinito, o por decirlo llanamente: se diría que Rábade podría improvisar hasta el amanecer sin aburrir a nadie, mientras le quedaran energías; de verdad que sus recursos melódicos parecen inagotables, lo cual constituye una ventaja evidentemente emparentada con la imaginación artística, que en Abe es un don incuestionable. Santandreu le escuchó siempre con los ojos cerrados, asintiendo con la cabeza, en un gesto quizá inconsciente pero totalmente explicable, que expresaba algo entre el acuerdo total y la verdadera admiración. No era para menos.
El estilo predominante en este cuarteto, exhibido a lo largo de los dos primeros temas como una declaración de intenciones, y matizado de diversas maneras a lo largo del concierto, tendría mucho que ver con el free jazz si la herencia directa del bebop no pautara todos los fraseos de manera sutil, más como una presencia intuida y perceptible que como un lenguaje plenamente aceptado.
El tercer
tema interpretado fue, cosa rara en los conciertos del cuarteto,
un standard ("Out of Nowhere"), que resultó
oportuno porque permitió una visión más
clara de los juegos armónicos y melódicos que
constituyen la filosofía sonora de esta banda,
ya que teniendo en mente el conocido tema como punto de referencia,
la versión de "Xiquet" y los
suyos desvelaba, por contraste, lo que había de añadidura
y de distorsión en la interpretación. Y lo que
había era exquisito, novedoso y entretenido.
Fue excelente también la interpretación, ya en el segundo pase, del tema "Mustafá sostenido", en el que los chicos hicieron gala de un inteligente manejo de las tensiones creadas entre pasajes rítmicamente muy dispares (ahí Cascais tuvo un mérito indecible), en un difícil ejercicio armónico que subrayó –como si hiciese alguna falta– la magistral cohesión que presenta esta banda.
A continuación se lanzaron con otra composición
propia ("Avant i Arrere"), un tema con un marcadísimo
sabor cool, sobre todo en los acordes de Rábade,
que parecían inspirar en Santandreu los fraseos más
coltraneanos de la noche.
Merece mención especial la actuación de Iago Fernández, el jovencísimo baterista de la banda, de veinte años de edad. Solvente, inspirado, concentradísimo, asombroso y me temo que envidiable para muchos colegas del gremio, por esa fascinante y casi inexplicable combinación de juventud y autoridad rítmica en el seno de un cuarteto que… un momento… ¿Quién es? ¿Es Jerry González? En efecto. Surgido casi fantasmalmente de entre las sombras del Bogui, hizo acto de presencia en el escenario el trompetista boricua, el canalla de las noches madrileñas, y en su imponente figura –tres cuartos de cuero negro, eternas gafas de sol y gorra francesa– parecía concentrarse toda la natural nocturnidad del jazz, convirtiendo el concierto del Jesús Santandreu Quartet en una jam session sólo al alcance de maestros.
Terminaron con "Gor", un tema frenético, puro bebop en las formas, correctamente desarrollado, un placer clásico, "clásico" en la estrecha medida de lo posible en un grupo que convierte todo lo que toca en "jazz contemporáneo", que es el nombre que todavía tiene eso que tendrán que etiquetar mejor los críticos dentro de veinte años tal vez, y que de momento va teniendo lugar en éstas afortunadas noches del presente.
En arriesgado e insuficiente resumen: un concierto soberbio… y es que tal vez hubiera sido mejor no escribir nada.