Comentario: Resulta muy sano, y por ello también recomendable y plausible, que cualquier persona que tenga una mínima inclinación hacia la música, provista o desprovista de talento, se dedique a ejercitarse con un instrumento en solitario o en compañía de amigos. Hasta ahí llega el sentido común. Traspasar ese ámbito familiar o de club para embarcarse en una gira por el mundo adelante admite, sin embargo, la controversia, máxime cuando la actuación en entredicho se presenta con el envoltorio sugerente de una bomba mediática. Y como, lamentablemente, desde esta humilde columna no se critica cine sino música, no me queda más remedio que reconocer, ya sin más ambages, que el señor Allen es un paupérrimo clarinetista. Su dominio de las dificultades técnicas de su instrumento es muy limitado, el sonido resultante el de una gallina clueca, y, por si fuera poco el despropósito, su imaginación para el fraseo jazzístico, para la improvisación, es carente, reiterativa y deslucida como pocas. El resto de la banda, organizada en torno al protagonismo de Allen, lució mejor pero muy lejos del brillo que se le supone a un “concierto extraordinario”. Para colmo, el espectáculo, exceptuando las aportaciones vocales y algún tiempo lento, adoleció también de un discurso monótono y sin cambios apreciables de registro. Lo mejor de la velada fueron los pasajes interpretados por los tres vientos en polifonía: allí el concurso del cineasta pasaba más desapercibido y el contagio de la fanfarria borraba un poco la mediocridad del conjunto. Lo más triste del asunto es que no hace falta buscar por las aceras de Manhattan para encontrar a un estupendo clarinetista de dixieland: se encuentra aquí en A Coruña, se llama Víctor Sánchez y toca con la Mr Dixie Jazz Band. Estas cosas pasan, y seguirán pasando, en Galicia. El público aplaudió entregado.
