Comentario: Era el turno del piano con mayúsculas en Bogui, de la mano de uno de los maestros del instrumento en el jazz de nuestros días: el norteamericano Bruce Barth. Los aficionados de la capital fueron testigos del último concierto de esta gira europea del intérprete y compositor nacido en Pasadena y residente en Brooklyn, Nueva York, todo un lujo.
El trío abrió su actuación con una excitante recreación del “Triste” de Jobim en compás de siete tiempos que ya calentó el ambiente aun antes de avivar las llamas con “I Concentrate On You” de Cole Porter, un latigazo de swing acelerado que la sección rítmica hizo caminar imparable, arrancando espontáneos aplausos de los asistentes.
Evidentemente, el protagonista se encuentra como pez en el agua en el terreno de los standards, pero también encuentra vías de expresión más arriesgadas en sus propias creaciones. El original “Afternoon In Lleida”, mostró a los asistentes el universo interior de Barth, tan variado como esta composición, que evolucionó de la exposición al swing lento y se abrió en un pasaje sin firma rítmica aparente, con momentos de libre improvisación que el protagonista recondujo a un intenso lirismo, para desembocar como por arte de magia en el blues más contagioso.
La noche continuó con “A Joyful Noise (For JW)”, un tema a ritmo de vals del saxofonista Steve Wilson (de Generations, Stretch, 1998) dedicado a James Williams, antes de recrearse el trío en un medley de baladas que comenzó a contrabajo solo Doug Weiss interpretando “I Can’t Get Started” (Ira Gershwin, Vernon Duke), al que siguió Barth con “Skylark” (Hoagy Carmichael, Johnny Mercer) para finalizar con “What’s New” (Johnny Burke, Bob Haggart) y el agradecido aplauso del público, que de inmediato reclamó la propina correspondiente. De vuelta en el escenario, los músicos gozaron con el “Blues In The Closet” de Oscar Pettiford haciendo cantar de buena gana al respetable y el protagonista puso broche de oro a golpe de rag con “Cherokee” (Ray Noble).
Una exhibición deliciosa, en suma, comandada por Bruce Barth, que sabe bien que su búsqueda incansable de la belleza –la cual parece tener residencia permanente entre sus dedos– pasa por la melodía, que mimada con esmero y sabiduría tocó muy dentro a quienes le escuchábamos y a nadie dejó indiferente, secundado por un Doug Weiss que comparte la musicalidad de su jefe desde la discreción y un sonido refinado. Mención aparte merece Daniel García Bruno, quien solventó de modo sobresaliente la difícil papeleta de sustituir al mismísimo Clarence Penn, derrochando clase e interactuando continuamente con sus compañeros, llegando a un entendimiento casi telepático con Barth, quien agradeció su entrega y capacidad de reacción de viva voz en plena interpretación en varias ocasiones.