Comentario: Hay debates que se gastan de tanto sobarlos y otros que no está de más reabrir cuando la ocasión lo requiere. Tal es el caso de la eterna discusión sobre las etiquetas en música, polémica que pidió paso a gritos tras el concierto del proyecto Moonchild en Madrid.
Y es que el término Avant-Garde es un paráguas tan amplio como ambiguo, tan vasto como confuso, y la presencia de un músico habitualmente asociado a la libre improvisación en la dirección de tamaña empresa puede equivocar a más de uno. No nos engañemos: Moonchild es una banda interesante, pero sus raíces no están asentadas en el free jazz ni en la libre improvisación, sino en estilos marginales de metal de los noventa, a veces en forma de hard-core, a veces en forma de death metal, con reminiscencias de grupos como Machine Head, Korn, Fear Factory, Napalm Death o Six Feet Under. No en vano el cantante Mike Patton ya fue en otros tiempos front-man de una de las bandas más ambiguas de metal de la época: Faith No More.
Parte de la originalidad de Moonchild reside en la ausencia de guitarras, con un conciso Trevor Dunn marcando contundentemente sencillas armonías basadas en cuerdas al aire, power chords y armónicos naturales. La distorsión de su bajo eléctrico, bien conseguida, le permitía ejecutar su labor de acompañante dibujando tímidas líneas melódicas y dejando mucho espacio a la voz de un Mike Patton cuyas cualidades vocales están fuera de toda duda, si bien el mérito en esta representación en directo fue compartido con un John Zorn que abandonó su saxo alto y su presencia en el escenario por un preciso control de las intervenciones de Patton desde la mesa de sonido. Desde esta posición Zorn modificaba el timbre y la profundidad de la voz del cantante, añadía ecos y reverberaciones, agudos y graves imposibles, efectos percusivos y retardos. En ese sentido Zorn estuvo constantemente reaccionando a la actividad de Patton, mientras Joey Baron hizo lo propio con Trevor Dunn. El batería de Virginia estuvo siempre al quite, dispuesto a subrayar cualquier acontecimiento musical que pudiera ocurrir sobre las tablas.
Si bien algunas fases del concierto ahondaron en la exploración y pudieron reclamar un mayor interés, en muchas ocasiones los temas se asentaron en caducos riffs de metal y artificios de cara a la galería. Cuarenta y cinco minutos de concierto y un bis vocal a cargo del dúo Patton-Zorn parecieron contentar al numeroso público que acudió a Joy Eslava a razón de 30 euros por cabeza. A veces excesivamente plano y a veces excesivamente excesivo, Moonchild aportó maneras pero sin abandonar la superficie, navegando en la cuerda floja y abusando de recursos ya manidos. Y es que hay momentos en que más que acercarse a estilo tangencial alguno se salieron por la tangente.