Comentario:
El Festival de Jazz de Peñíscola se ha convertido en una de las citas obligadas del verano musical nacional. Paso a paso, va ganándose un merecido prestigio avalado tanto por la calidad de los músicos, como por la utilización de un formato adecuado a las circunstancias de la zona donde se desarrolla, en la que ya se sabe que prima el aspecto turístico. En cinco años, los organizadores del Festival han conseguido que sol, playa y jazz formen un buen trío. Por eso, su programa siempre despierta expectación, y buena prueba de ello es que, a poco de conocerse que Diana Krall cerraría el Festival, las entradas prácticamente se agotaron. Es cierto que apuesta por grandes nombres, pero su labor no se queda sólo ahí. También sus actuaciones al aire libre, en un marco incomparable, hacen disfrutar a los amantes del jazz con el sonido del mar de fondo. Algo que es verdaderamente impagable.
Con un aforo al completo, la canadiense Diana Krall puso el broche final a la quinta edición de este Festival de jazz junto al Mediterráneo. Había mucha expectación para ver en directo a la rubia de oro del jazz, en amplia gira por España. Y la verdad es que desde que empezó hasta que terminó la actuación, que transcurrió por los derroteros que ya se esperaban, no defraudó. A lo largo de hora y media desgranó una docena de temas, con los que quiso dar buena muestra de las distintas facetas que viene desarrollando desde hace 15 años. Trasladada a un contexto general, Diana Krall es un fenómeno mediático que, aunque apadrinada por grandes nombres (Ray Brown o Clint Eastwood), ha sabido aprovechar las oportunidades que se le brindaron realizando excelentes trabajos en los que ha demostrado toda la calidad que atesora, desde que tuvo conciencia de que lo suyo sería la música de jazz.
No hubo por tanto muchas sorpresas en su actuación, ni falta que hacía. A lo largo de la noche salieron a relucir esos detalles que la han señalado como la mejor representante actual del cool jazz (hay otros representantes, pero mejor ni acordarse). La mayoría de los conciertos de Diana Krall se parecen unos a otros como gotas de agua. Siempre acompañada y muy bien arropada por una sección rítmica de muchos quilates, con dos figuras de la talla de Anthony Wilson a la guitarra y Jeffrey Hamilton en la batería, presentes desde hace años en las giras y en la mayoría de sus discos. En el contrabajo suele alternar entre dos pesos pesados como John Clayton y Christian McBride. En esa ocasión la acompañaba Robert Hurst, que estuvo correcto, aunque pudo brillar más en determinados momentos.
Desde el comienzo del concierto, se notaba que Diana Krall quería agradar al público, a pesar de ese halo de estrella distante que le ha tocado llevar. Tal vez para deshacer esa imagen de “femme fatale” que suele tener, se mostró muy comunicativa con el público entre tema y tema. Al término de los acordes de “Let´s Fall In Love” y antes de empezar “The Look Of Love”, contó lo contenta que estaba de poder tener a sus dos gemelos con ella en la gira. Tan sólo faltaba su marido Elvis Costello para haber completado la escena de la familia al completo. La verdad es que habló por los codos durante todo el concierto, síntoma de que estaba a gusto y que notaba el calor y la admiración del público.
Es cierto que Diana Krall ha bebido mucho de las canciones populares, que es una fiel seguidora de Nat King Cole, que es romántica, le gustan las baladas y aunque ya no se lleve, bailar agarrado. Pero también le gusta el blues y sobre todo tocar el piano, con momentos estelares en que saca a relucir su sabiduría y conocimiento de la historia, en algún que otro homenaje a figuras como Fats Waller, Oscar Peterson y otras leyendas. Dotada de una voz que no sigue los cánones del jazz, pero muy expresiva y sugerente, Diana Krall ha sabido conectar con un público mayoritario, amante de una música poco complicada, fácil de asimilar y que obedece a los parámetros del genuino jazz norteamericano de grupo con voz-piano-guitarra-contrabajo-batería.
Si lo que se achaca a veces al jazz es que no recibe la atención que se merece, en el caso de Diana Krall se rompe esa tendencia maldita, pudiéndose decir que la pianista canadiense mueve masas. Las razones serían motivo de un debate en otro momento, pero lo que sí está claro es que su carrera no sólo se ha debido a la fortuna.
Durante todo el concierto, el grupo supo estar a la altura sabiendo dar lo mejor en cada momento. Cada uno de los temas destila swing por los cuatro costados. Diana Krall es capaz de jugar con unas canciones interpretadas miles de veces, pero que no dejan de perder su encanto en cada una de sus versiones. En “I´ve Got You Under My Skin”, de Cole Porter, el batería Jeffrey Hamilton mostró su delicadeza con las escobillas, en un tema de corte muy intimista y de gran belleza. De una balada, Diana Krall puede encarar un blues donde el protagonismo lo adquiere el guitarrista Anthony Wilson, que extrae un sonido limpio con precisos punteos que se complementan a la perfección con las notas del piano. Todo ello es de una bella factura. Pero también puede pasar a una pieza como “Devil May Care” interpretada a una velocidad de vértigo por los cuatro músicos, con espléndidas intervenciones del guitarrista y sobre todo de Jeffrey Hamilton, que se marcó el solo de la noche, de menos hasta la apoteosis final, con las escobillas. O llegar a una pieza rebosante de swing como “Gee, Baby Ain´t I Good To You”, donde la pianista canadiense pone toda la carne en el asador y demuestra que no se dedica al jazz por casualidad y que lo que ha conseguido hasta el momento ha sabido ganárselo con su excelencia sentada junto a un piano. La culminación del concierto llegó con una pieza final, “S Wonderful”, un clásico de George Gershwin, que sirvió para resumir una actuación que recibió el caluroso aplauso de todo el auditorio, en reconocimiento a una artista a la que podrá ponérse todos los reparos que se quiera, pero es capaz de seguir llevando el ritmo del jazz y su historia por todos los rincones del mundo. Diana Krall rebosa mucha calidad y honestidad, y sobre todo mucho swing, fiel a una tradición jazzística que está ahí y que sigue siendo una de las señas de identidad de esta música.