Un festival como el Jazzaldia es un verdadero lujo para el
aficionado, puesto que es uno de los pocos que ofrece una programación gratuita
de alta calidad. Otros suelen tirar de bandas locales o de conciertos de interés
reducido para que las cuentas salgan. Pero en un país tan necesitado de cultura
jazzística como el nuestro, resulta fantástico acceder a algunos espectáculos
de forma libre, y de paso provocar el interés en los no aficionados. La formula
es sencilla: si la gente no ve música en directo, llevémosla adonde está la
gente, esto es, la calle.
Marc Ribot "Ceramic Dog"
Este año hemos podido disfrutar de algunos conciertos notables
en los espacios gratuitos del Jazzaldia, algunos muy superiores a los
programados en los auditorios. El mismo día que empezaba el festival, Marc
Ribot ofreció una actuación memorable que nos dejó boquiabiertos, batiendo por
goleada el concierto ofrecido poco antes por Keith Jarrett, Gary Peacock y Jack
DeJohnette en el Kursaal. En la pequeña "Carpa Heineken", Ribot y su nuevo trío,
Ceramic Dog, presentaron el disco Party Intelectuals tocando a un nivel estratosférico,
con una intensidad asombrosa desde el primer minuto hasta el último. El trío
estaba perfectamente compenetrado, adaptando sus diferentes estilos y sus
variados multiinstrumentismos con un objetivo común: producir un directo personal,
contundente y absolutamente genial. Lamentablemente, el concierto debía durar
una hora exacta, a causa de las siguientes actuaciones programadas. Entre
bastidores, Ribot afirmó que lo que tenían programado para el día siguiente
sería mas largo y que pretendían tocar un repertorio diferente, recurriendo a
más temas del CD. Desgraciadamente, una inesperada galerna truncó ese y otros
eventos del miércoles, dejándonos huérfanos de un recital que habría eclipsado
con facilidad al resto de la programación.
Pyeng Threadgill
Al día siguiente también actuaba en la "Carpa Heineken" Pyeng
Threadgill, hija del gran Henry Threadgill, que presentaba su ecléctica
propuesta con una humildad encomiable. Su capacidad vocal es indudable, pero
aun le falta desarrollar una personalidad fuerte. Por otro lado, su proyecto, interesante
aunque algo errático, le hace a uno preguntarse qué es lo que quiere hacer
exactamente la cantante. En cualquier caso, una actuación muy interesante de un
nombre a recordar.
Return To Forever
El viernes tuvimos que huir despavoridos de una de las
actuaciones estrella del festival, la de Return To Forever. El supergrupo
resucitó su peor encarnación y ofreció una actuación tan lamentable que
resultaba verdaderamente doloroso presenciarla. Ni siquiera Chick Corea pudo
sobrevivir a la avalancha de vulgaridad que se venía sobre el público (tremendamente
entusiasta, por otra parte). Por si fuera poco, el sonido delgado y metálico
del bajo de Stanley Clarke solo era superado en desagradabilidad por la
guitarra del insoportable Al Di Meola, sustanciosamente más alta que el resto
de la banda. Pero el espantoso sonido no era lo peor: lo que ejecutaron los
cuatro instrumentistas sobre el escenario fue completamente monstruoso a todos
los niveles. Para colmo, el grupo tuvo la osadía, o más bien la absoluta
desfachatez, de salir al escenario con un fragmento de In A Silent Way
sonando de fondo.
El regreso de Return To Forever tiene un carácter más
comercial que histórico, a pesar del bombo que se le ha dado en numerosas
publicaciones norteamericanas (su gira ha acaparado las portadas veraniegas de
Downbeat y JazzTimes). Con suerte, su actuación en San Sebastian (aderezada por
presentaciones de cada músico entre tema y tema, que hacían flaco favor a su
imagen) se recordará por lo histórico de la ocasión, puesto que es difícil que se
haga por la música allí perpetrada.
Benjamin Biolay - Kings Of Convenience - Asa
En el "Escenario Verde", situado en la playa de Gros,
actuaba en ese momento el francés Benjamin Biolay que, con una simpática mezcla
de chanson, pop y rock, resultó una apuesta considerablemente mas
agradable. Con ademanes canallescos y algo de malditismo pijo, Biolay conquistó
a un público que tardará en olvidarle. Al día siguiente, en el mismo escenario,
pudimos ver otra de las propuestas del festival más cercanas al pop/rock: los indies
Kings Of Convenience. El dúo noruego se mostró esclavo de su imagen, como gran
parte de sus contemporáneos, puede que para desviar la atención de lo mediocre
de su música. Su actitud sobrada e insolente (completamente fuera de lugar) y
lo ridículo de actuar con gorros de lana (¡en julio! ¡¡y en una playa!!) no
disimularon una propuesta endeble y con aires de plagio a Simon &
Garfunkel, un dúo que sí fue verdaderamente grande. Lo de los nórdicos tenía más
de farsa adolescente y de moda babosa que de música profunda; es lo que pasa
cuando uno se preocupa más de ser cool que de escribir buenas canciones.
El domingo, la francesa Asa dio en el mismo escenario una lección de todo lo
contrario. Mezclando hábilmente lo mejor de los songwriters contemporáneos,
sus raíces nigerianas y su preciosa voz, presentó una música de corte folk-pop
que, por cierto, suena mucho más sólida en directo que en su reciente disco Asha.
Stefano Di Battista
El sábado se estrenaba una de las grandes novedades de este
Jazzaldia, la noche blanca o "gaubira", que ofrecía multitud de conciertos y
espectáculos hasta altas horas de la madrugada. La repentina cancelación del
esperado concierto de Stefano Bollani fue una verdadera faena, pero otro
italiano, Stefano Di Battista, nos devolvió los ánimos tras el monótono concierto
de Kenny Barron. El saxofonista presentaba en el "Escenario Frigo" su nuevo
disco, Trouble Shootin', con un grupo fantástico: Fabrizio Bosso a la
trompeta (sin florituras pero con un sonido precioso), el siempre interesante Baptiste
Trotignon al hammond y Greg Hutchinson a la batería. Con un enfoque
tradicional (heredero de la Blue Note de los años 60) y un desparpajo y buen
rollo muy saludable, Di Battista dio todo lo que Barron debería haber dado:
jazz de calidad, sin pretensiones, pero con garra, viveza y convicción.
Bugge Wesseltoft
Ya de madrugada, pudimos ver en el Teatro Victoria Eugenia a
Bugge Wesseltoft en solitario. Armado con un piano, un ordenador, un looper, un
teclado, un par de multiefectos y algunos cachivaches más, Wesseltoft se dedicó
a grabar, pista a pista, bases sobre las que posteriormente improvisaba. El
problema es que el proceso, envuelto por el noruego en una solemnidad un tanto
pueril, era de una simpleza sonrojante. Lo que en otro concierto habría sido un
pequeño juego o un detalle simpático para sorprender al público, aquí fue la
base de todo. Por otro lado, los fraseos al piano de Wesseltoft estaban a la
par con la base en cuanto a simpleza, repletos de los peores tópicos del jazz nórdico
y de un carácter étnico de cartón piedra.
Liza Minelli
El cierre del festival estaba protagonizado por la actriz y
cantante Liza Minnelli, que congregó en el Kursaal a la flor y nata de la
ciudad y a varios centenares de fans. Con una sólida banda de apoyo, la Minnelli
se metió al público en el bolsillo en cuestión de segundos. El aspecto teatral
de su propuesta, muy en la línea de Broadway, tropezó en algunas ocasiones con
la barrera del idioma, ya que sus soliloquios eran una parte muy importante del
espectáculo. Aun así, su puesta en escena desenfadada y su carácter
dicharachero le hicieron alcanzar el difícil equilibrio entre estrella
hollywoodiense y mujer sencilla y afable. Otra cosa fue su voz, descontrolada
en demasiadas ocasiones y generosa en desafines. Pero eso es lo de menos. En el
Kursaal sonaron standards, canciones de musicales como Chicago o su
inolvidable Cabaret y por supuesto, "New York, New York". Es lo que su
público demandaba y es exactamente lo que tuvo.
Soft Machine Legacy
El festival se acercaba a su fin y a falta del gran John
Hiatt (otra desgraciada cancelación, en este caso por enfermedad), tuvimos
oportunidad de ver a Soft Machine Legacy. John Etheridge y los suyos ofrecieron
un sólido concierto de fusión tradicional muy bien facturada. Roy Babbington, también
ex-miembro de Soft Machine, sustituyó con solvencia a Hugh Hopper, aunque tanto
a él como a John Marshall se les pudo notar el peso de los años. El joven Theo
Travis tocó unos cuantos buenos solos con aire de niño bueno y unos pantalones
que hubiesen hecho sonrojar al mismísimo John Zorn, y Etheridge, que estaba en
buena forma, mostró un liderazgo humilde y un discurso elocuente. El concierto
fue variado y entretenido, evitando los anacronismos que en otras ocasiones
produce este estilo y dejando en evidencia a la otra gran apuesta de jazz-fusión
del festival, comentada algunos párrafos más arriba.
Epílogo
He intentado en varias ocasiones contabilizar las
actuaciones que ha ofrecido el Jazzaldia en esta última edición, todas ellas en
vano. Esa oferta descomunal, inabarcable en su totalidad, es una maravilla para
cualquier oído inquieto. Un placer que diluye con facilidad la impotencia de no
poder escucharlo todo. La estupenda elección del auditorio del Kursaal, su sala
de cámara, el Teatro Victoria Eugenia y el resto de escenarios que, en cierta
forma, han sustituido a la Plaza de la Trinidad, ha puesto el listón muy alto
para las próximas ediciones. Esperemos que esta reubicación no sea algo
temporal e inaugure una nueva etapa de magníficos Jazzaldis, aunque este ha
sido particularmente glorioso: Keith Jarrett, Dianne Reeves, Steve Coleman, Ahmad
Jamal, los probablemente fantásticos (de no haber cancelado) Bollani y Hiatt y,
como verdaderas perlas del festival, Marc Ribot, David Murray y Anthony Braxton.
Muchos conciertos quedan en la memoria, estos y otros, de
muchos estilos y diferente calidad. Pero la sensación última es de música
vivida y escuchada. De apuestas diferentes e incluso antagónicas, programadas
para colmar todas las filias y, con suerte, engendrar alguna nueva. ¿Se puede
pedir más?
© 2008 Yahvé M. de la Cavada