Comentario: Con el tiempo, he aprendido a temer los conciertos de los cantantes. Más aun si hablamos de festivales, en los que hay aplauso de gatillo fácil y la bobaliconería complaciente típica de los eventos donde uno va a pasarlo bien. Dicho esto, y que servidor no es muy aficionado al jazz vocal, creo que muestro bien mis cartas a la hora de afrontar esta crónica, que intentaré sea lo más ecuánime posible.
José James se presenta como un cantante a medio camino entre el jazz, el soul, el funk y el hip hop, y la verdad es que no es ni una cosa ni otra, sino todo ello. En Vitoria, James apareció en el escenario como una especie de redentor de las músicas con las que multitud de farsantes están tomando las cadenas de televisión y las emisoras de radio. Su clase y su técnica vocal, que quedaron fuera de toda duda en unos pocos minutos, podrían hacer de él uno de los grandes, pero eso lo veremos en los próximos años.
Poco después de empezar el concierto y quizá para demostrar algo, James se lanzó a una arriesgada y coltrainiana versión de “Equinox”, en la que el cuarteto sentó las bases de lo que estábamos contemplando: un genuino concierto de jazz contemporáneo.
El cantante, con su carisma mezcla de chulería canallesca y del encanto y buena educación del novio que toda madre querría para su hija, utilizaba con soltura scratches vocales, efectos rítmicos e improvisación de primera. Tras la buena impresión causada y para sorpresa de algunos de los que estábamos allí, James y los suyos comenzaron una versión del “Red Clay” de Freddie Hubbard que nos dejó patidifusos. Las cosas estaban claras, las susceptibilidades eliminadas y sólo quedaba disfrutar.
El pianista Gideon Van Gelder (que también doblaba al rhodes y parece no tener nada que ver con el viejo Rudy) no es ningún niñato. Alumno de Vijay Iyer, Mulgrew Miller y Jean-Michel Pilc, entre otros, arrasó en Vitoria con su convicción y fluidez a lo largo de todo el concierto. Lo mismo ocurrió con el batería Rich Spaven y, aunque el veterano Neville Malcolm prometía estar a la altura, fue quizás el que menos atinado estuvo. Habiendo colaborado con gente como Billy Cobham, Tom Jones, Gabrielle o Jack DeJohnette y habitual en giras de bandas como Incognito y US3, Malcolm se vio cercado por la fuerza de los tres jóvenes con quienes compartía escenario.
El concierto avanzaba y de vez en cuando James introducía un tema en otro (“Footprints”) e incluso instaba al respetable a cantar con él la sagrada línea de “A Love Supreme”, sin demasiado éxito. Una cosa es calentar al público vitoriano y otra conseguir que le coreen a uno.
James no se dejó avasallar por el gélido (o más bien tímido) público y emprendió la recta final con una introducción vocal en solitario en la que desplegó todo su abanico de capacidades, que no eran pocas. Su solo desembocó en un “Moanin’” (el de Bobby Timmons, no el de Mingus) que nos dejó a todos con el mejor sabor de boca posible en un broche final digno de un gran concierto.
Uno de esos conciertos de los que, partiendo de la ignorancia, no esperas mucho y que te cogen por sorpresa entre la mastodóntica programación de los festivales de verano. ¡Y además de un cantante! Esto me lo apunto.
© 2008 Yahvé M. de la Cavada