Comentario: Siempre he pensado en la provocación como parte ineludible de la propuesta de Steve Coleman. Puede que sea inconsciente, pero el saxofonista desafía al oyente de una forma u otra haciendo de su música un producto exigente a ambos lados de la barrera creativa: el de quien crea y el de quien recibe y valora esa creación.
Otra de las constantes en Coleman (o quizá la misma, pero vista desde otro ángulo) es su capacidad para hacer siempre algo diferente, haciendo en realidad lo mismo. El ejercicio creador de Coleman se basa en la reflexión y la constante vuelta a un solo concepto, cuyas principales y más esenciales bases permanecen inmóviles. Uno puede pensar que de Motherland Pulse a Def Trance Beat o de éste a Weaving Symbolics no hay grandes avances, pero perforando y adentrándonos en el concepto global de Coleman descubrimos una enorme evolución.
Hay quienes entendían el concierto que Coleman dio junto al grupo de rap Opus Akoben en el 43 Jazzaldia como una vuelta al proyecto que el saxofonista desarrolló con Metrics años atrás (con poco éxito y resultados cuestionables). Por el contrario Coleman, imparable como siempre, protagonizó un enorme brainstorming en directo, permitiéndonos a sus espectadores presenciar una larga sesión de ideas enviadas, respondidas y devueltas, algunas compartidas y otras confrontadas, pero la mayoría interesantes.
Paradójicamente, a pesar de que los Five Elements eran la espina dorsal del concierto, sus protagonistas fueron Opus Akoben, y en especial su MC Kokayi (que ha colaborado con Coleman en numerosas ocasiones), que acaparó gran parte de las intervenciones solistas. El saxofonista ejercía de director y de padrino, permitiéndose en muy pocas ocasiones improvisar relajadamente como lo haría en otros contextos. Su banda desarrollaba constantemente arreglos enrevesados y pasajes corales sobre los que Opus Akoben montaban fácilmente, y esa tarea les impedía, como a su líder, disfrutar de mucho protagonismo. Instrumentistas tan interesantes como Jonathan Finlayson o Tim Albright nos dejaron una pequeña sensación de desperdicio, injusta en realidad y solo alimentada por nuestro hambre de solos brillantes.
Pero es que la música que presenciamos tenía muy poco de individual. El grandísimo (en todos los aspectos) Tyshawn Sorey se complementaba perfectamente con Jay Nichols (batería a su vez de Opus Akoben), a pesar de disfrutar de pasajes de absoluta expansión que nos fascinaron en más de una ocasión. Jen Shyu, cuyo papel en los Five Elements no ha quedado nunca demasiado claro (al menos desde el punto de vista musical), revoloteaba continuamente sobre sus compañeros, como un molesto zumbido en un oído o una interferencia en la emisión de una importante final: uno sabe que está ahí y que resulta molesta, pero también que su presencia es inevitable y que lo importante es lo que ocurre tras ella.
Aunque es innegable que era música nueva, a Coleman no le faltaron guiños al pasado. Por un lado a si mismo con el “Drop Kick” que abrió el concierto, y por otro a los clásicos, con sendas versiones de “Body And Soul”, perpetrada en japonés por Jen Shyu y tocada exclusivamente por los vientos, y un divertido “Stompin' At The Savoy” que recordó a la versión de “Grand Central” que los Five Elements tocaron hace unos años en Madrid. Otro destello clásico rescatado fue un arreglo sobre la intro de “Star Eyes”, que sirvió como esqueleto rítmico para un largo tema que fue llevándonos al final del concierto.
A pesar de que el concepto general se acercaba más al rap que al jazz, el elemento principal en toda la sesión (al igual que en ambos estilos) fue la improvisación medida sobre patrones y composiciones preestablecidas. Coleman improvisaba con su saxo alto, pero Kokayi también lo hacía con su voz y con las palabras, y además, a un nivel escalofriante. El carácter experimental de la actuación hizo que se alargase hasta las dos horas y veinte minutos, exasperando a parte de un publico que venia a ver un concierto, no un proceso creativo descarnado y extenuante.
Al final, otra vez Coleman dando vueltas a lo mismo, como un escultor que busca exprimir todo lo que pueda darle un mismo material, retorciéndolo, volviendo una y otra vez sobre la misma pieza virgen con el único afán de alcanzar una meta imposible.
Eso es lo que se vio en San Sebastián: ideas, ideas, ideas… Y además, música intensa, ardiente y en definitiva, viva. ¿De cuántos conciertos podemos afirmar algo así?
© 2008 Yahvé M. de la Cavada